Cuando ganarse la lotería se convierte en desgracia

Cuando ganarse la lotería se convierte en desgracia

Ganarse el premio mayor de la lotería es un sueño de muchas personas en este mundo, pero no siempre resulta como se espera...

Por: Alejandro Barros Tobías
enero 10, 2024
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Cuando ganarse la lotería se convierte en desgracia
Foto: Canva

Ganarse el premio mayor de la lotería, ojalá de un loto, es un sueño de muchas personas en este mundo. 

Ante la aterradora situación económica y la recesión que se vislumbra por los desórdenes económicos, causados por pandemias creadas, guerras inventadas y el éxodo de pueblos enteros por prejuicios político/religiosos. Este hecho sería un seguro para garantizar  el futuro de la familia.

Álvaro Berenizio Aurelio de la Santísima Trinidad Pastrana y Sánchez Alcalá. Nombre de alcurnia y herencia medieval venida abajo. Vendedor informal de ropa y otros artículos de segunda en un quiosco de la plaza principal del pueblo. Además un apostador por naturaleza  y empedernido fanático  de los juego de azar, que  lo poco que ganaba lo dejaba  repartido entre rifas, loterías, casinos y una que otra cerveza los fines de semana. Siempre mantuvo viva la esperanza de sacarse el premio mayor.

Cada vez que compraba un billete de lotería hacía las cuentas de la distribución e inversión que haría  de su futura fortuna: 

Lo primero, una gran parranda con todos sus familiares, vecinos y amigos, preferiblemente amenizada por Silvestre Dangond, Carlos Vives, Carol G o Maluma. Porque rico que se respete; contrata lo mejor de lo mejor. 

Compraría  una casa grande y cómoda pa’ su mujer y sus hijos, quienes le han acompañado los últimos cuarenta años de vida. Camisas Louis Vuitton, pantalones Boss y los  zapatos ferragamo que siempre quiso tener. Una camioneta de lujo, último modelo, de esas que ya no necesitan chofer, porque se manejan solas,  un pequeño yate para ir de pesca ah y, una Sugar Baby,  porque cuando se tiene… aunque ya no se pueda. 

También compraría una casa pa’ su mamá y un televisor gigante para que se entretenga viendo cómodamente sus novelas. Cien millones para su hermano Sebastián, que le serían de gran ayuda para  que al fin salga de ese barrio donde los vecinos se pelean entre sí por cualquier cosa. 

A Mariela, Su tía  favorita, solo cincuenta millones y eso, de cinco en cinco porque además de solterona, tiene unos novios que la desplumarían  en un santiamén.

A Raúl, el hermano menor, le regalaría un campero para que pueda ir a la universidad sin la angustia que lo pisoteen o le roben la billetera en uno de esos buses, que aún circulan con un ramillete de personas colgadas en las puertas y, además para que pueda llevar su chica a la playa. 

Finalmente, a ese vecino criticón que siempre y a sus espaldas, se burla de él cuando le habla de los proyectos que tiene para cuando se gane la lotería. Le regalaría veinte milloncitos para que por fin, remodele ese rancho viejo que tiene por casa, en donde vive con esa bruja y una recua de hijos de quienes se rumora, no es el padre.

Pues bien, después de muchos intentos, de acción y oración por fin llegó el tan esperado día y el señor  Pastrana y Sánchez Alcalá, con el mismo número que venía apostando hacía más de veinte años, se sacó el gordo de la lotería. 

La parranda, como era de esperarse, fue interminable. Francachela de  tres días con sus noches de música, trago fino y comida gourmet de sobra para todos sus invitados. Quema de pólvora y hasta disparos al aire que alborotaron el barrio y un vecino -  quien no fuera invitado a la fiesta por disputas pendientes - llamó a la policía, y finalmente acabó con la parranda.

Cumplió al pie de la letra con todo el cronograma en tiempos y hechos de lo presupuestado, incluyendo su Sugar Baby, por quien terminó siendo echado de casa. 

Su mujer lo demandó y en el proceso de divorcio le quitó la mitad de lo poco que quedaba, después de gastos de celebración, regalos, retenciones, ganancia ocasional y otros.

Al año siguiente cuando  hubo que declarar renta, el contador le informó que tenía que pagar las retenciones que no hizo, de las donaciones hechas a familiares  y amigos. Renta presuntiva de capital  además del impuesto a la riqueza, los impuestos locales y los departamentales. 

Como a esas alturas casi todo lo ganado se había esfumado, pues ya no le quedaba un peso. No pudo pagar dichos tributos y la  entidad encargada de garantizar la seguridad fiscal del Estado lo puso preso. La Sugar, terminó preñada y aunque no se supo de quien,  le instauró una demanda por alimento.

Álvaro Berenizio Aurelio, nunca pudo entender lo que le había pasado. Cómo fue que un maravilloso sueño terminó convertido en su mayor pesadilla. A excepción de su hermano menor, quien  vendió el campero para pagarle un abogado, nadie más lo visitó en la cárcel. Lamentó el día en que fuera el afortunado ganador de aquel premio. Comprendió -aunque un poco tarde- que las cosas que tienen valor en la vida son aquellas que se obtienen con nuestro propio esfuerzo y no de circunstancias ilegales o del azar. 

Su soledad y abandono lo condujo a una  profunda depresión y una mañana el periódico local traía en sus páginas de crónica roja, la noticia, que en la cárcel municipal, aquel ganador de los millones de la lotería, había sido asesinado  por compañeros de celda, quienes lo comenzaron a extorsionar  desde cuando conocieron de su millonaria historia.

Bonus track.

Esta semana está jugando uno de los mayores acumulados en la historia de las loterías estadounidenses, con un premio mayor de millones de dólares que se traducen en billones de pesos colombianos.

¡Correrías el riego de anotarte!

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