Desde la vereda Palo Grande Alto, en Salento, hemos escuchado el grito desesperado de una mujer, de una Madre, Deyanira Susa Monroy, que dice con dolor y rabia “no puedo respirar más veneno”. Un grito casi sin esperanza porque ya ha buscado a cuanta “autoridad” es “competente” en el asunto, pero ni la CRQ, ni el ICA, ni la Alcaldía, ni la organización comunal de su vereda, nadie le presta atención ni resuelve nada.
El 5 de junio pasado, mientras en redes se celebraba el “Día Mundial del Medio Ambiente”, a primera hora de la mañana, a su casa, empezó a llegar una nube de veneno proveniente de las fumigaciones que hace su vecino para “mantener limpios los potreros” o para “abrir nuevos potreros”. Siente dolor porque sabe que sus hijos y nietos, y los niños de sus vecinos, y sus amigos en la vereda, confinados en las fincas por la pandemia, también respiran veneno.
El 8 de junio pasado, mientras en redes se celebraba el “Día Mundial de los Océanos”, desde el amanecer, en su casa, empezó a recibir la mortífera neblina de veneno de todos estos días. Siente rabia porque sabe que esos venenos de su vecino están acabado con las abejas y otros seres vivos en la vereda y sabe que esos venenos caerán en los nacimientos de agua y arroyos que hay en su finca.
Deyanira acaba de regresar a su hogar después de pasar días hospitalizada, es una mujer mayor, paciente oncológica, ha dedicado muchos años de su vida, con su familia, a proteger la Vida, el Agua y el Territorio en un proyecto agroecológico, esperanzada en un mundo mejor de justicia y solidaridad entre las personas y de armonía con la Naturaleza. Por eso “Deya” grita y reclama ser escuchada… ¡está que no aguanta más!