Hasta ahí todo normal, nuestra democracia mafiosa decidió hace un par de años que Uribe repetía por tercera vez en cuerpo ajeno. Sin embargo, el patrón no se dio por enterado, a diferencia de sus dos primeros períodos donde era omnipresente en todas las caras del gobierno, de que esta vez descuidó las decisiones administrativas y se enfocó con alma, vida y sombrero a la parte política.
¿El resultado? Desastroso, tanto para el país, que se quedó sin rumbo y retrasado dos años, como para su partido, que pierde popularidad y arriesga todo el poder alcanzado en las elecciones del 2018.
Un proyecto político administrativo se puede construir desde la orilla derechista como lo hizo Pinochet en Chile o desde el lado izquierdista como lo hizo Evo Morales en Bolivia.
No obstante, Uribe en su senectud parece más un Atila al mando de los bárbaros hunos que un estadista de derecha. Volver trizas y arrasar: la paz, el presupuesto, la economía, el equilibrio de poderes, las buenas relaciones con Estados Unidos, la moral y la ética.
Después de meter las narices en Venezuela, ahora hasta les dio por inmiscuirse en las elecciones de Estados Unidos, y vaya que les fue bien en Florida.
Mientras tanto, Colombia a la deriva. ¿Así de confiados estarán en los votos que les consiguen los Ñeñes y las Cayitas que no les importa ser, así sea, un poquito diligentes?