Me gustan las miradas que no explican de manera lineal la vida, que no ven en blanco y negro. Me gusta imaginarme la vida mejor como espiral, o como olas, o como fluido.
Por eso comprendo que a cada movimiento de la vida por avanzar, le siguen contradicciones y resistencias, eso a veces alimenta el propio movimiento del cambio, lo refresca, hace que se nutra de razones y se piense mucho más.
Sin embargo, creo que por la polarización en que vive Colombia, por la capacidad de tenemos de construir brechas y orillas opuestas y ver enemigos allá, en quienes son diferentes o piensan diferente, o están transitando por caminos diferentes, aquí la resistencia al cambio se vuelve casi guerra contra el cambio, agresiva, descalificadora, lapidaria. Mejor dicho: aunque entiendo que todo el mundo tiene derecho a patalear contra el cambio inevitable de la vida, a veces el pataleo ahoga la vida.
Tres ejemplos de ello:
Colectivos como Chao Racismo, personas académicas y activistas en contra de la discriminación racial, desplegaron un interesante movimiento que ponía a reflexionar al país acerca de cómo el humor, que ha sido un mecanismo por excelencia para ridiculizar el poder y devastar su imagen de ser intocable y lejano, en Colombia ha servido para construir estereotipos y justificar la exclusión y discriminación racial (también regionalismos, machismo y homofobia, pero no era el foco de la campaña). Se eligió un personaje emblemático, el “soldado Micolta” y alrededor de su análisis pudimos aprender, quienes tuvimos el interés que este tipo de representación se denomina Black Face y “es identificada como una forma histórica de opresión; el Black Face básicamente consiste en pintarse el cuerpo de colores oscuros (usualmente café o negro) y hacer un performance imitando rasgos supuestamente particulares, gestos o expresiones culturales de ciertos grupos; desde sus inicios el blackface ha sido asociado con ataques racistas a las comunidades de la Diáspora Africana. El Black Face exagera, es repetitivo y emplea afanosamente la hipérbole para enfatizar el chiste sobre la corporeidad de la gente Afro, esta es una forma de humor que ha promovido desde hace mucho tiempo sinnúmero de visiones prejuiciadas y Colombia no es la excepción”[1]
Chao Racismo, activista contra la discriminación racial,
ponía a reflexionar acerca de cómo el humor
en Colombia ha servido para construir estereotipos
El caso es que esta movilización cultural y ciudadana, que además fue exitosa y logró que el personaje del “soldado Micolta” fuera retirado de Sábados Felices, ha tenido una reacción de una intensidad y desproporción, que ha sacado a flote cuánta razón hay en pensar que Colombia es profundamente racista. Miles de chistes ridiculizando esta iniciativa, demeritando su valor, o diciendo a los colectivos de activistas dónde y por qué es que deben estar luchando… caravanas defendiendo al humorista, como si se tratara de un ataque personal, e incluso desde la academia y el periodismo, análisis que hablan del “peligro” que significa este logro para la libertad de prensa… No se ve el peligro en el racismo, el machismo, el regionalismo y la homofobia, que ha construido una justificación para las discriminaciones, sino en las posibilidades de frenarlas y de paso, empezar a reparar un orden simbólico que ha hecho de la diversidad una cantera para el desprecio y la pérdida de derechos.
El segundo caso es el de la luchada adopción por parte de parejas del mismo sexo. Buscando proteger los derechos de miles de niños y niñas que permanecen en instituciones, sin gozar del derecho a la familia, mientras cientos de parejas con posibilidades de brindarles amor y amparo son descartadas por su orientación sexual, la Corte Constitucional profirió un fallo ejemplar y lleno de argumentos y cifras. La reacción, por supuesto, no se hizo esperar. Ahora las Iglesias, que nunca han emprendido una campaña para, por ejemplo adoptar a la niñez desamparada, están activando sus estrategias, tratando de imponer razones religiosas para echar atrás una razón humanitaria, de derechos humanos y política pública.
Polarizantes como los que más, las iglesias y sus representantes, que no hablan sólo desde su lugar natural, que son púlpitos y cultos, sino desde donde tienen prohibido hablar en un estado laico: la Procuraduría, el Congreso de la República, con sus textos bíblicos intentan reemplazar la constitución política, construyen a la diversidad sexual como perversión y peligro y vuelven a poner por delante la mezquindad, pues en último lugar dejan el interés por proteger a la niñez, permitir que crezca rodeada de afecto y protección, cosa que perfectamente puede hacer una pareja del mismo sexo y que no se puede decir de las iglesias, ni de las instituciones donde tienen que permanecer pensando que no son dignos o dignas de amor y por eso no le gustaron a ninguna de las parejas adoptantes.
Lo mismo puedo decir del capítulo que vive la historia del Palacio de Justicia: Honestamente, nunca pensé que se iba a revelar algún porcentaje de verdad en este tiempo, que aunque son tres décadas, es un corto tiempo si hablamos de la historia del país y de otros episodios históricos que han tardado siglos en intentar reconstruir e interpretar su verdad. Las conmovedoras voces de las víctimas e incluso de algunos protagonistas nos permiten empezar a ver la magnitud de lo que allí pasó: el sacrificio de una de las ramas del poder público, que benefició parcialmente a narcos y militares, mientras la guerrilla hacía de verdugo y víctima de esta herida profunda, que tardará quién sabe cuánto en sanar.
Nada más inoportuno que la Fiscalía hable
de reabrir el proceso al M-19
cuando se avanza en la justicia transicional para las Farc
La Fiscalía ha salido a hablar de reabrir el proceso contra quienes hicieron parte de la dirección política del M-19, indultados en el proceso de negociación política y dejación de armas hace 25 años. Nada más inoportuno, a mi juicio, cuando se está avanzando en pensar el modelo de justicia transicional que cobije a los combatientes de las Farc, sus direcciones, a las fuerzas armadas, etc.
Creo que vendría bien que podamos intentar, frente a estos tres temas y a los que a diario se presentan en este país tan movido, intentar asumirlos respirando, sin caer en la tentación de polarizarnos, escuchando argumentos y contraargumentando sin descalificar, ridiculizar y eliminar física o simbólicamente a quien piense diferente o a quien al vida haya puesto circunstancial o históricamente en otra orilla.
Invitación amorosa:
Este viernes 13 de noviembre en el Boulevard del Río de Cali, Calle 10 con carrera primera, decenas de hombres se darán cita en un acto de reparación simbólica de las víctimas de feminicidios: “Bordando para reparar ausencias” se llama el performance y hace parte de la campaña Ellas nos hacen falta. https://www.facebook.com/ellashacenfalta/?fref=ts
@normaluber
[1]Existen formas no racistas de hacer humor. María Mandinga. Las 2 orillas, Octubre 26 de 2015