De niño leí una cita de Borges que decía “'Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. En aquel momento, tal vez 11 años, no comprendí lo que quería decir, pero ahora, metido entre los archivos viejos de la Biblioteca Nacional de Colombia, puedo confirmar esa cita dicha por el escritor argentino, y entre montones de hojas viejas, un tapabocas y guantes para no dañar las reliquias del pasado, me dije:
—Borges tenía razón, el paraíso debe ser algo como esto, una biblioteca.
No sabía exactamente qué estaba buscando: ¿historia? Sí. Allí encontré documentos muy viejos, de más de 300 años. Hojas amarillentas, rotas y tan frágiles que a cualquier movimiento podían desmoronarse. Encontré información para escribir mis dos primeras columnas; ahora, emocionado, encuentro nueve hojas con fecha de 1752 y 1753 dirigidas al virrey de Santafé (José Alfonso Pizarro) donde, en resumen, el real despacho pide limitar y prohibir el consumo de chicha a los indígenas.
No escribiré sobre la chicha y su proceso de preparación, tampoco sobre su uso en rituales muiscas, quiero, con base a los documentos que encontré, escribir sobre el por qué la chicha fue parte importante del proceso de colonialismo.
¿Qué decía en este documento datado en 1752?
La corona española quería limitar y prohibir el consumo de chicha por seis razones: la primera; por los supuestos daños espirituales y físicos que ocasionaba esta bebida en los indígenas, pues los hacía torpes y los llenaba de graves pecados.
La segunda: los hacían ignorantes e incapaces de recibir los santos sacramentos de la confesión y la comunión.
La tercera: por el miedo a que los indígenas causaran rebeliones contra la corona por algo que el virreinato llamaba “estado de Ignorancia” es decir, embriaguez.
La cuarta: por temor a perder mano de obra, que no tenía otro significado que “No los podemos esclavizar si están borrachos”.
Quinta: alejaba a los indígenas de la doctrina cristiana. Y sexta: querían eliminar las chicherías, lugar donde se reunían a tomar chicha para evitar reuniones que pudiesen atentar contra el virrey. Dicho documento de petición aplicaba para las demás providencias, es decir, incluía a Zipaquirá.
Pero hay más archivos que evidencian el deseo de España por “satanizar” la chicha, por ejemplo: uno de José Manuel Groot, 'Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada', donde dice que, durante el siglo XVII, las medidas del presidente de la Audiencia Pérez Manrique (1628) prohibían a todos los habitantes de la ciudad hacer, vender y tomar chicha, bajo pena de multa de 200 pesos, pagaderos en dinero o en azotes, así es ¡En azotes!
Tiempo después, un edicto del arzobispo de Santafé, Ignacio de Urbina (1693), excomulgaba a quienes compraran, vendieran o fabricaran chicha. Años más tarde con el objetivo de ir civilizando la capital del virreinato, el virrey Flores (1776-1782) intentó eliminar las chicherías del centro de la ciudad, para limitarlas sólo a los barrios. Un argumento era que la chicha era el “principal alimento de las clases pobres”.
Pero ¿solo la corona española la prohibió?
No. Un siglo más tarde, lo hizo también un prócer de la patria; Simón Bolívar. En carta fechada el día 20 de marzo de 1820, le escribe Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander sobre el envenenamiento que han sufrido las tropas libertadoras con chicha en Sogamoso. El Libertador no lo pudo soportar, y en medio de la rabia por la muerte de varios de sus soldados, firmó un decreto determinante: “prohíbase desde hoy y para siempre” la fabricación y expendio de la chicha en Sogamoso.
También hubo limitaciones a la chicha desde el concejo de Bogotá en 1922, en el artículo 15, se decretó la prohibición del funcionamiento de chicherías en las plazas, vías públicas de mayor tránsito y por donde pasan tranvías y ferrocarriles; a menos de cien metros de los templos, cuarteles, cáceles, hospitales, asilos y establecimientos de educación que funcionen en local propio y con carácter definitivo.
Otro apartado interesante que encontré fue un relato de un artículo de El Tiempo. Allí se cuenta que el 25 de octubre de 1923 la Gobernación de Cundinamarca dictó medidas para “reprimir” a quienes se opusieran a pagar impuesto de fabricación de la bebida y “advierte que hará castigar severamente a todos los incitadores y promotores de actos rebeldes”.
Y voy finalizando con un artículo, también de El Tiempo, fechado días después del Bogotazo, donde para algunos medios de comunicación y algunas emisoras conservadoras, la destrucción de Bogotá el 9 de abril de 1948 obedeció a dos culpables; el comunismo y …sí, la chicha. Dice en el artículo; “En el caso de Bogotá, la miseria y la ignorancia del pueblo fueron los elementos de los que pudo servirse el comunismo (…) la chicha, el embrutecimiento alcohólico y la situación de gentes abandonadas de Dios y de los hombres suministraron la materia prima del crimen”.
Intentaron prohibirla, acabarla, satanizarla, ridiculizarla y perseguirla. La culparon de los peores males, le decían la bebida de los pobres, de los indígenas mal olientes, ignorantes y destructores. Crearon mitos salvajes sobre esta y castigaron a quienes continuaron con su preparación. Pero la chicha no se acabó, se inmortalizó, y es de las pocas cosas que sobrevivieron al colonialismo.
Fapqua, del chibcha, “Chicha” que significa bebida fermentada. ¡A tomar chicha para deconstruir y replantear nuestra historia!