Cuando el miedo nos cambió -nos está cambiando, más exactamente- hemos hecho cosas que me dejan pensando. Unas, muchas tal vez, que no comprendo. Entonces veamos algunas reflexiones sueltas, hasta incoherentes, hasta disparatadas, dirán algunos, acerca de la situación actual con el coronavirus, las disposiciones para frenarlo y el pánico mundial, que también nos ponen a pensar. Y ojalá, a actuar.
Mientras algunos nos quedamos encerrados cumpliendo la cuarentena, los empleados domésticos, celadores, mantenimiento, aseo, corren riesgo al recorrer la ciudad para venir a servirnos y mantener funcionando nuestro hogar. Como los que mantienen los servicios públicos, bancos, supermercados, empresas y demás, que corren el mismo riesgo. A todos ellos les debemos mucho, mucho. Sé de medidas adoptadas por condominios para mitigarles el riesgo, muy bien.
Mientras algunos tenemos todavía el dinero suficiente para comprar alimentos, se ha desatado un alza precios en las tiendas de barrio, haciendo que a los que tienen apenas el dinero para subsistir mensualmente, ya les quede corto, francamente corto. Mientras a unos nos seguirá llegando el salario o la pensión, muchos no podrán tener su sustento diario (moto taxis, ventas ambulantes, servicios callejeros, etcétera). La economía informal cae. ¿Estamos haciendo lo que está a nuestro alcance para paliar esta situación? ¿Estamos siendo suficientemente solidarios? Mercados es lo mínimo que podemos repartir.
Un amigo me decía que estadísticamente el número de casos y de muertos es insignificante si miramos la población mundial, yo le digo que sí, estadísticamente puede ser insignificante -por ahora-, pero para quien sufre la muerte del familiar lo es todo.
Las muertes por el virus han sido mínimas si las comparamos con las muertes por accidentes automovilísticos, por homicidios, ni qué decir de las drogas u otras situaciones sociales ante las cuales nunca reaccionamos con la misma vehemencia. Nos hemos acostumbrado a ellas, qué tristeza. Que sirva el virus para llamarnos la atención sobre estas circunstancias y cambiar nuestro quehacer sobre ellas, ser creativos su manejo de ahora en adelante. No se trata solo del virus, sino de cómo nos relacionamos.
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El miedo produce enfermedad en el cuerpo, en la mente y en lo social, más allá de la del virus mismo
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El sentirse vulnerable, no saber cuándo y dónde aparecerá el enemigo, el virus, es lo que más miedo produce, miedo a que se radique en nuestro ser. Usemos el miedo para interiorizarnos, para mirar que la misma situación externa sucede a nuestro interior. Somos espejo.
El miedo produce enfermedad en el cuerpo, en la mente y en lo social, más allá de la del virus mismo. Quisiera saber cuánto han aumentado los infartos, los derrames, el asma, el descontrol de la diabetes, la cefalea por estrés y otras muchas enfermedades por el miedo en el cuerpo. Quisiera saber qué pasa con las enfermedades que se agravan y llevan más rápido a la muerte por la falta de atención médica que queda diferida por el virus. No las olvidemos, la humanidad tiene recursos para lidiar con todo, es cuestión de compartir.
Finalmente, el virus no desaparece, eso es una certeza de la naturaleza, por tanto aprendamos rápido a hacer lo mejor. No a 15 días, sino a 1 a 2 años por lo menos; no de epidemia sino de contagio a menor nivel.
El miedo habrá servido para ver nuestra vulnerabilidad, la conexión entre todos. Somos Uno; las fronteras físicas que no aíslan; la solidaridad con quienes sufrieron hambre; rescatar valores y priorizar lo importante sobre lo urgente. Cada quien puede añadir para qué le está sirviendo.
Médico fisiatra. Medicina del alma
