Muchos aún creemos que es el tiempo una invención humana, sin siquiera analizar, ni tampoco haber tomado en cuenta, que él hace parte del espacio que el universo utiliza para comprimirnos, condensarnos y luego destruirnos, a partir de nuestras propias limitaciones cognitivas. Siendo así, cómo, a raíz de ellas, no nos cansamos de mantener un ritmo, al cual suponemos acelerado, para producir, a través de nuestras lentas aunque permanentes velocidades, el sinnúmero de acciones, desproporcionadas, desconsideradas y sin ningún tipo de balance sobre los efectos que desencadenan en el planeta que nos contiene, para que la masa, la de nuestros cuerpos y la que acumulamos sobre él, que supuestamente nos debería integrar, sea al mismo tiempo la materia que nos descompone.
Cultura, política y religión son parte de las variables que componen y hacen parte de una misma ecuación, la que viene dilucidando todas las consecuencias de nuestros miserables actos, ya sean hechos en contra del planeta, contra las demás especies o en contra de nuestra propia especie. Lo anterior dando como resultado, una y otra vez, la misma respuesta, utilizando las mismas herramientas, entre las que encontramos desolación, injusticias, inequidades, indecencias, maquinaciones y manipulaciones. Dejando así a la supuesta inteligencia escondida en un rincón, para que aquellos que la quieran buscar no la encuentren fácilmente ni la aprovechen, para que no puedan después argumentar que se están produciendo errores y provocando horrores.
Es mucho más sencillo ignorar que algo terrible está sucediendo sobre nuestro planeta, y entre nuestra propia especie. Pues al fin y al cabo se pueden invocar a los dioses celestiales, los antiguos y los nuevos, para que lleguen al rescate de una humanidad que no puede, ni quiere, entender que hace parte de una sola ecuación, la de la evolución. Igualmente, de un único tronco, el del árbol de la vida, estando en él al mismo nivel, junto a los microbios, las plantas y todo aquel otro ser que haya mostrado señales de vida, aunque no manifiesten muestras de tener la gran inteligencia que decimos y creemos poseer, pero que, hasta el día de hoy, nunca hemos puesto a funcionar como lo que se supone que es, o sea una herramienta que prime con su conciencia sobre las decisiones absurdas, idiotas e indolentes de algunos pocos que se han tomado el poder general, basados en las armas, en la política, en la religión y en la economía, cuando en ninguna de estas variables se requiere demostrar tener muestras de intelecto, pues en todas ellas resulta ser el poder emocional el que nos domina.