Para nadie es un secreto la situación que desde hace un tiempo se vive en Venezuela. Como colombiana no soy ajena a esa problemática, de hecho en mi casa comparto casi cinco horas diarias con una mujer de acento diferente, con ojos llenos de dolor pero también con muchas ganas de salir adelante.
Ella es Yelimar…Yeli, como la llamamos en casa. Una joven que tan solo con 20 años tomó la difícil decisión de salir de su país porque el hambre empezó a tocar la puerta de su casa.
Un martes, a la hora del almuerzo, ella empezó a contarme cómo era su vida antes de que el actual mandatario tuviera tal cargo. Le brillaban los ojos cuando me decía que con su familia salían todos los sábados a disfrutar de los parques, a comer cosas deliciosas… todas las noches compraban postres para después de la cena y se iban a su cama satisfechos.
Recuerdo que sacó su celular y me enseñó una foto en la que está con uniforme y algunas amigas. Me contó que iba en séptimo semestre de enfermería y su pasión era ayudar desde las ciencias de la salud a quien lo necesitaba.
Pasados unos segundos ella se quedó callada y sus ojos gritaron con dolor cuando me dijo que de un tiempo para acá la economía en su familia se vio afectada debido al alto precio que todo empezó a tener… antes podían comprar un mercado, ahora con ese mismo dinero podían comprar dos o tres cosas. Por ende, sus porciones de comida empezaron a disminuir y poco a poco comenzaron a sentir hambre, ya que su dinero no alcanzaba.
Me dijo que en ese momento estaba desesperada, lloraba de ver a su familia acostarse con hambre y saber que esa situación no se acabaría pronto. Le dolía su familia y lo que estaba viviendo su país. No sabe de dónde saco fuerzas, pero una mañana de enero decidió dejarlo todo y tomar rumbo a un lugar completamente desconocido pero que posiblemente le podría brindar ayuda para que su familia pudiera recuperar algo de la sonrisa que se había borrado de sus labios.
Llegó a Colombia. Sus primeros meses no fueron los mejores, ya que la explotaban laboralmente y le pagaban miserias, pero ella sabía que los inicios siempre son difíciles y el hecho de ganar unos pesitos la hacía feliz porque serían de ayuda para su familia.
En este momento Yeli se encuentra trabajando en mi casa y por lo que he podido notar se siente bien, porque semanalmente le ayuda a sus padres enviándoles algo de su sueldo para que ellos solventen sus gastos… Ella ama a su país, pero sabe que no es el momento de volver.
Quiere seguir trabajando para sacar adelante a sus padres y su mayor sueño es poder darle una excelente educación a su hija Sara, que tiene 4 años, a quien todos los días llama con gran tristeza de tener lejos pero con alegría de saber que está luchando para en un futuro cumplir su sueño y estar de nuevo junto a su familia.