Entre la enorme diversidad colombiana, la franja amazónica debe estar entre las prioridades para conocer y disfrutar. La ciudad que lleva nombre de mujer amada, Leticia, es la capital del departamento del Amazonas. A unos 30 minutos de vuelo desde Bogotá, el tapiz de la tierra ya se divisa como una tupida e interminable selva con un extraordinario verde adornado por la magnificencia de los ríos que nutren el paisaje. La zona amazónica, llamada el pulmón del mundo, tiene una riqueza incalculable junto al imponente río Amazonas. Un escenario de ambiciones y leyendas como la devoradora Vorágine de José Eustasio Rivera.
Leticia es una pequeña ciudad confinada en la selva al borde del río, pero es más civilizada que muchas de nuestras urbes por lo avanzada en lo humano y su seguridad. Tiene unos 50.000 habitantes de un total de unos 65.000 del departamento que sólo posee dos municipios (El otro es Puerto Nariño). Fue fundada por Benigno Bustamante en 1867, quien la bautizó en honor a su novia Leticia Smith. Posee la mejor autopista del país: el monumental Amazonas, que permite un valioso comercio entre tres países. Sus calles están muy lejos de padecer los males típicos de ciudad colombiana en asuntos de movilidad y espacio público.
Tabatinga es la localidad fronteriza de Brasil y junto a Leticia hacen una sola ciudad con límites casi irreales. En la frontera está la casa de don Andrés con linderos compartidos, comen en Brasil y duermen en Colombia. Al frente hay un bar en igual situación, la gente bebe cerveza en Colombia y los baños están del lado de Brasil.
La belleza natural amazónica es interminable. La Victoria Regia es el loto más grande del mundo, su hoja llega a medir más de metro y medio de diámetro y es tan resistente que soporta el peso de un niño de ocho kilogramos en el río, sin riesgo de naufragar. El Pirarucú es un enorme pez alimenticio de hasta cuatro metros de largo y con un peso similar al de una vaca. Además de aquí salen las materias primas para tantas medicinas que salvan muchas vidas humanas.
Entre tantos símbolos naturales, el atleta más reconocido es el viejo Cápax que alguna vez se recorrió a nado el Río Mgdalena, en una gesta memorable. Pero en el exótico Amazonas deportes como el fútbol tienen escaso desarrollo, son aun más exóticos. La nota histórica más importante data de 1952 y se refiere a un argentino que vivió poco tiempo en la región y que por el solo hecho de serlo fue incorporado a la selección local como portero.
Había llegado en plan de aventura con otro compañero de nombre Alberto, un joven médico apenas recibido. “¡Tapá che!” le gritaban con frenesí los lugareños en la época, orgullosos por causarle goles a un argentino, a quien por su convicción transformadora le interesaba hacerlos sentir ganadores. Se llamaba Ernesto tenía 23 años y estaba a punto de titularse también como galeno. ‘La verdad a pesar de ser argentino resultó tronco’ comenta un viejo lugareño, ‘por eso nos tocó dejarlo en la portería, pero todos le hacíamos goles’.
“Era hincha de Millonarios y buena gente”, cuenta hoy don Pedro Garay de 83 años, quien tiene colgadas en la sala de su casa varias fotos en viejos afiches del famoso forastero. “Sonreía cuando recibía goles y con el fútbol que practicaba, salíamos todos ganadores. Un día señalándome a los niños me dijo: ‘Si no armas bien el equipo los goles más dolorosos los harán otros. El papel del ciudadano es el más alto cargo sobre la tierra y el de mayor responsabilidad, tenemos derechos que no pueden perderse, mucho menos cuando estos niños vayan creciendo. Hoy les gusta el fútbol y es su alegría, pero también mañana deberán disfrutar de su sociedad’”.
El gaucho y su amigo Alberto, que ya era médico titulado, propusieron un modelo de tolerancia; dejaron las bases para trabajar con dos principios: igualdad y compromiso. Preceptos progresistas que marcaron un nuevo sentimiento para patear el balón.
Un buen día se esfumaron de Leticia, posteriormente se supo que aparecieron en Bogotá en busca de un partido del equipo azul, por aquellos tiempos uno de los mejores del mundo, el equipo de ensueño colombiano. Pero aquel domingo en la mañana previo al ansiado cotejo, ya sin plata y agotados se tiraron a descansar en la calle. Por todas partes respiraban el entusiasmo y la motivación de ver al mejor equipo colombiano, el “ballet azul”.
Por el aspecto descuidado llamaron la atención de las autoridades que hacían la seguridad dominical y al encontrárseles unas navajas de peregrinos fueron detenidos por la policía. De nada valieron las protestas de Alberto quien sacó a relucir su condición profesional. “Ustedes no pueden ser médicos, par de indigentes” les recriminó el policía.
Dicen que después de más de dos horas de tira y encoge, los mismos policías al probar que eran autoridades en salud y fútbol, los llevaron al estadio El Campín. Allí se diluyeron en medio de miles de hinchas y fanáticos. Su huella se perdió entre el maremágnum del balón y los histéricos gritos de gol.
Pero seis años más tarde la noticia le dio la vuelta al mundo, el argentino que vivió en Leticia como mal futbolista y buen hombre, era el mismo que acompañaba a Fidel triunfante en La Habana en la revolución cubana; Ernesto era el Che Guevara.
Apostilla: En Argentina, donde dicen que la capital no es Buenos Aires sino el fútbol, el Ché pasó por encima de todos. Se convirtió en el argentino más famoso en todo el mundo. Incluso mucho más que Maradona. El mítico revolucionario rosarino, ha sido tal vez el único que ha estado por encima del balón, la excepción permitida en la historia del fútbol argentino. Los inolvidables goles del Ché.