El 18 de abril de 1998 fue el principio de un infierno cuyas llamas duraron mucho para apagarse en la vida de Germán Umaña Mendoza. Su hermano Eduardo, el abogado y defensor de derechos humanos, fue asesinado en el apartamento que había adecuado en su oficina en el barrio Nicolás de Federman.
Germán sabía de las batallas de su hermano Eduardo. Sabía de la persecución que le habían montado por empeñarse en que homicidios y atentados no quedarán impunes. Sus defensas muchas veces eran ad honorem, por convicción, por justicia.
Cuatro meses antes de su asesinato, en enero de 1998, había denunciado a la Brigada XX del Ejército, a un puñado de funcionarios de Ecopetrol y de la misma Fiscalía porque había descubierto sus intenciones de aniquilarlo. Nadie movió un dedo para ayudarlo. Y ocurrió lo inevitable.
Su hermano German, el recién nombrado ministro de Industria, Comercio y Turismo se vio obligado a salir del país, junto a su familia, para evitar ser aprisionado por las tenazas de acero de las fuerzas de ultraderecha que mataron a su hermano.
En el país se quedó su papá, Eduardo Umaña Luna, el abogado y sociólogo que escribió, junto a otros estudiosos como el sacerdote Germán Guzmán y Orlando Fals Borda La violencia en Colombia, el primer estudio que reveló la dimensión de la epidemia de muerte que padecía Colombia, y eran apenas los años 60. El libro que derivó de este, fue pionero en el intento de comprensión del genocidio colombiano.
A pesar de venir de una de las familias más tradicionales de Bogotá, el profesor Umaña tuvo la convicción de que su misión estaba al lado de los desprotegidos y su obligación denunciar a los poderosos. Umaña Luna intentó en vano saber la verdad sobre el asesinato de su hijo hasta su muerte en el 2008. Todas las investigaciones llegaron a un callejón sin salida.
El abogado Eduardo Umaña Mendoza jugó con fuego. Él fue el primero en medírsele a defender, contra viento y marea, las familias de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Incluso la tesis que desarrolló fue osada y le costó las primeras amenazas.
Mientras la mayoría de juristas afirmaban que la muerte de 94 personas dentro del edificio entre los que se contaban los once miembros de la Corte Suprema de Justicia incinerados por las llamas del incendio, habían sido víctimas del M-19, Umaña Mendoza tuvo la valentía de afirmar que buena parte de la responsabilidad del genocidio recaía en el plan del Ejército para retomar el Palacio.
Incluso pudo demostrar que buena parte de los desaparecidos fueron llevados antes al Museo del Florero, en una de las esquinas de la Plaza de Bolívar, donde fueron sacados a cuarteles para ser torturados y luego asesinados.
Uno de los enemigos que enconó fue el Coronel Alfonso Plazas Vegas, el mismo que afirmó ante la opinión pública que lo que estaba realizando el ejército era “hacer patria” y luego no dudó en gritar con el arma alzada “aquí defendiendo la democracia maestra”. Plazas Vega fue uno de los arquitectos de la sangrienta toma. Umaña encontró suficientes pruebas como para llevarlo a juicio.
Los enemigos de Umaña se iban acumulando hasta ser tan grandes como una tropa. Una de las soluciones que encontró el abogado fue transformar su casa en una oficina en el barrio Nicolás de Federman donde atendía a sus clientes. Y también para denunciar. Buscaba protegerse evitando movilizarse por la ciudad. Pero no bastó.
Denunció, por ejemplo, las conexiones que tenían los hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia en el Ejército nacional, así como los nexos del DAS con miembros de la mafia y el crimen.
La Fiscalía también estuvo entre sus investigaciones. Es que el sistema que tenía el ente para juzgar, eso de los jueces sin rostro, creado para protegerlos de las garras de Pablo Escobar, servía para cometer infamias. Una de ellas fue judicializar en pleno al sindicato de Ecopetrol, doce personas acusado de pertenecer a la estructura del ELN.
El cerco se iba estrechando hasta hacerse intolerable. El 18 de abril de 1998 dos hombres y una mujer entraron a su oficina haciéndose pasar por periodistas. Cuando su secretaria, María Ángela Pinzón, se dio cuenta de que estaban siendo timados, las tres personas, que pertenecían a la estructura criminal de la Terraza, la banda criminal dirigida por Don Berna, el temible jefe paramilitar, ataron a la mujer. Luego entraron a la oficina de Umaña y le pegaron tres tiros a quema ropa. El abogado murió al acto.
Sus familiares, encabezados por su papá, el profesor Umaña Luna y por su hermano Germán, se pusieron en la tarea de recolectar información que necesariamente incluía a militares y agentes del DAS que estuvieron en la oficina de Umaña días antes de su asesinato.
El trabajo de Germán para que el crimen de su hermano Eduardo no quedara impune, fue arduo. En el 2014 radicaron ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en Washington el caso con el fin de que se convirtiera en un crimen de lesa humanidad para que no claudicara jamás. Esto, en el 2022, se cumplió por fin.
Una victoria para Germán Umaña Mendoza producto de su tenacidad y firmeza, la misma que muy seguramente tendrá para ejercer el ministerio de Industria, Comercio y Turismo al que llega después de haber estudiado el tema desde la academia en la Universidad Nacional y la Cámara Colombo-venezolana, donde están muchas de las claves para reactivar uno de los frentes comerciales fundamentales para la economía colombiana.