Uno podría entender que grupos cristianos hayan organizado una “arrodillatón” como la que desarrollaron el pasado fin de semana en Cartagena para impedir que en la ciudad se realice la cuarta edición de un congreso sobre pornografía, lo que no se puede entender es cómo estos grupos de ciudadanos no se escandalizan por asuntos que, a mi entender, son más obscenos en La Heroica y cualquier otra urbe. Según el DANE, en Cartagena El 29,1 % son pobres y el 5,5 vive en la indigencia, la prostitución campea por la ciudad y todos parecen haberse acostumbrado al paisaje. Tampoco organizan “arrodillatones” para rechazar la corrupción que asesina trabajadores explotados sin las mínimas garantías.
Los grupos fundamentalistas cristianos se han dedicado en el país a decir a los demás qué es lo bueno y lo malo desde su perspectiva moral. Ellos tienen derecho a decidir que pueden hacer y qué no, pero no a imponer sus creencias a otros. Eso trataron de hacer en el caso del recientemente hundido proyecto de ley mediante el cual se pretendía convocar a un referendo en el que los colombianos decidieran si las parejas homosexuales podrían adoptar o no, así como los viudos y solteros. Este sí podría calificarse como un populismo perverso porque el pastor Carlos Alonso Lucio (en otros tiempos guerrillero) y su esposa la senadora Vivian Morales (“liberal”) sabían de antemano que en un país tan conservador como el nuestro la mayoría iba a impedir darle paso a esas familias “no óptimas”. Recordaba yo a alguien que decía hace rato que si se hiciera un referendo para decidir si los costeños éramos perezosos o no, de seguro que todos quienes debemos trabajar día a día bajo el sol infernal del Caribe, seríamos derrotados por el simple hecho de que somos minoría frente a tanto cachaco.
Si bien no se les aprobó el referendo, otras veces se salen con la suya, como cuando el No derrotó al Sí en el Plebiscito por la Paz que torpe y ciegamente convocó Juan Manuel santos; lo lograron, así hayan utilizado para ello mentiras. Colocaron un palo en la rueda al único proceso de paz serio que se ha llevado a cabo en el país en las últimas décadas; todo a partir de la leyenda de la ideología de género o de que íbamos rumbo a Venezuela. El daño ocasionado a la paz no termina aún, como se desprende de la última sentencia de la Corte Constitucional que da un golpe duro a los proyectos que buscan implementar los acuerdos entre el gobierno y las FARC.
Mientras tanto, nada dicen los cristianos fundamentalistas frente a los niños que mueren en el país por desnutrición (según el Instituto Nacional de Salud a la fecha ya van 81, la mayoría en los departamentos de La Guajira, Chocó, Córdoba, Meta y Nariño). De igual forma, guardan silencio ante a los feminicidios a lo largo y ancho del país (413 en los últimos tres años según la Fiscalía general de La Nación; sabemos que la cifra se queda corta).
Jesús, a quien estos cristianos dicen seguir, afirmó: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15: 12). ¿Será que lo han olvidado? Tampoco recuerdan que fue una samaritana a quien pidió de beber Jesús, es decir, a alguien “diferente”.
Por supuesto, no todos los cristianos han olvidado el amor, los hay quienes se unen al más pobre, al despreciado, al diferente, como lo hacen hoy muchos líderes religiosos que apoyan las justas protestas de los siempre olvidados mujeres y hombres del Chocó y Buenaventura.