Tengo un amigo muy querido que trabaja en RCN desde la época de la Seguridad Democrática y cada vez que puede postea en sus redes sociales lo orgulloso que se siente de ser periodista. Lo excuso pensando que es un imbécil, que lo hace solo para figurar, que no tiene nada de malo el autobombo. Sin embargo, en el Tercer Mundo, la maldad está emparentada con la ignorancia. Este canal, como tanta otra prensa escrita y radial, le lavó la imagen a Salvatore Mancuso y, sobre todo, a Carlos Castaño. En ese momento, a comienzos de este siglo, ser periodista en Colombia era, junto a la de ser congresista, un oficio artero. Por culpa de la incompetencia de Andrés Pastrana y su fracaso en el Caguán ya no daba réditos hablar de paz. La propuesta del entonces candidato Álvaro Uribe, con la que arrasó en primera vuelta en las elecciones del 2002, caló hondo dentro del espíritu guerrerista del colombiano promedio: había que darle plomo como fuera a los bandoleros de las Farc y de paso linchar socialmente a todo aquel que promulgara una salida negociada al conflicto. Un pacifista era sinónimo de talibán.
Y le dimos los micrófonos a Castaño y él, tan joven, tan corbatudo, tan bien habladito, nos sedujo recitando a socialistas como Mario Benedetti o Silvio Rodríguez. Mis tías, tan bonitas ellas, lo encontraron bien plantado, decidido, joven. Claro que podría ser presidenciable. Unos meses después la consolidación de una Colombia católica, libre y pabloescobarista se consolidó cuando el Congreso, por primera vez con su aforo completo, se le arrodilló a Salvatore Mancuso en un hecho sin antecedentes. La prensa, mientras tanto, ayudaba a cimentar el mito.
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La prensa estuvo a punto cimentar el mito sino fuera porque las investigaciones, lideradas por Claudia López y León Valencia en Arco Iris le dieron una oportuna cachetada a la conciencia de este país
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Y estuvo a punto de lograrlo sino fue por las investigaciones, lideradas por Claudia López y León Valencia desde su fundación Arco Iris, que le dieron una oportuna cachetada a la conciencia de este país y, sobre todo a los medios que, al menos, ya se preocuparon por ocultar la simpatía que se ha sentido por la extrema derecha que ha sido, históricamente, el palo al que los ricos se han aferrado para no darle nada a los pobres.
Acabo de ver en el Teatro Petra el estreno de la nueva temporada de Labio de liebre, la obra maestra de Su Santidad Fabio Rubiano. Ya se completan 5 años y 180 funciones desde su estreno y está más vigente que nunca. En un momento tan crítico en el que José Félix Lafaurie y su esposa María Fernanda Cabal pretenden cambiar la memoria, la historia y poner en los libros que fueron los ganaderos quienes, en un gesto de patriotismo, armaron grupos de autodefensa para impedir que esto se convirtiera en una nueva Cuba, aterroriza y hiela la sangre. Por eso es tan importante el regreso de esta obra que sobrepasa lo cultural para convertirse en un acontecimiento social que debe ser visto, sobre todo, por los jóvenes. Salvo Martelo, un personaje claramente inspirado en Mancuso, es condenado por sus crímenes al exilio en un país de nieve perpetua. Debe llevar un brazalete electrónico que le impide alejarse de su casa más de 300 metros. Se acogió a Justicia y paz y su condena parece demasiado suave teniendo en cuenta las masacres, los desplazamientos, las desapariciones que ordenó. Pero ahí, en esa pequeña casa, los fantasmas de una familia que él mató, que él violó, que él desapareció, le exigen decir exactamente donde están enterrados sus cuerpos. Y entonces, entre el llano y la risa, volvemos a recordar lo culpables que fueron los colombianos, y sobre todo nosotros los periodistas, al dejar instalar en su momento la leyenda rosa del Paramilitarismo.
Si, la cachetada es durísima, tan dura como el aplauso interminable que recibió el elenco al final de su presentación. Tenaz que los periodistas que permitieron la romantización de los comandantes paramilitares la única pena que han tenido que soportar es la sanción social de los pocos colombianos que tienen conciencia histórica, memoria y empatía hacia las cientos de miles de víctimas que ha dejado el paramilitarismo.
Vayan a ver Labio de liebre para que nunca se les olvide lo que pasó: Castaño fue presentado en un noticiero con corbata y con versos en la boca justificando las masacres y Mancuso fue recibido en el Congreso, con su altura imponente y vestido de Armani, por un país que se encogía de hombres ante hechos tan atroces como las masacres de El Salado, La Gabarra y Tibú.