Durante cuatro años permanecí en la región del Catatumbo, luego de que los mandos superiores de las Farc resolvieran que mi estadía en el Bloque Oriental llegaba a su fin. A poco de llegar a esa región, fui informado de que existían aproximaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos para entablar conversaciones de paz. Por mi cercanía con Timo, a cuyo lado debía trabajar, me fui enterando de los pormenores del proceso a medida que avanzaba.
Hasta que terminamos juntos en La Habana, donde desde la casa que habitábamos por la amable hospitalidad de los cubanos, él asumió la dirección directa de las conversaciones, discutiendo diariamente y consensuando con el resto del Secretariado Nacional de la organización, cada uno de los puntos que se abordaban en la Mesa de Conversaciones. Aunque Cuba es bella y cálida, no dejé de extrañar el clima y el paisaje catatumberos.
En estos días volví al Norte de Santander con ocasión de una entrevista. El vuelo de Avianca llegó a Cúcuta en la noche, y en la madrugada siguiente avanzábamos por carretera en dirección a Tibú. Desde temprano en la mañana el sol ardiente volvía a castigar los cerros que escoltan el recorrido. Junto con los viajeros, el ocre de los pequeños barrancos y el verde de los pastizales daban fe del lamentable deterioro de la vía.
Recordé haber oído de la resistencia de los indígenas barí contra las compañías petroleras que invadieron sus territorios. Las enfrentaban con arco, flecha y cerbatanas. Pese a las decenas de años transcurridos, el abandono y el atraso de la región no cambiaban. De allí han sido extraídas miles y miles de toneladas de carbón, y pesados camiones transitan repletos de bellotas de la palma africana sembrada en abundancia.
Pero todo destila pobreza. Las casuchas construidas a lado y lado de la carretera, muchas de ellas apenas con paredes de tela verde o negra. Los niños que acompañan a sus padres, simulando que arreglan con sus manos los pasos más malos, a cambio de unas cuantas monedas. Los puentes metálicos viejos, los pozos que sirven como criaderos de pescados, los improvisados avisos que anuncian que el kilo de cachama se vende a siete mil pesos.
Uno que otro caserío de aspecto sombrío aparece de tramo en tramo. En sus paredes hay pintas con las palabras Farc-EP 33 Frente, tan deprimentes como el paisaje que las rodea. Yo conocí las Farc del Catatumbo, que con todos sus defectos y virtudes eran una organización político militar. Ahora me cuentan que los pocos que se reclaman como ellas son todos antiguos milicianos, con pésima formación ideológica y similar conducta.
A medida que se superan los kilómetros se funden las fallas de la carretera con la creciente soledad. Como si se estuviera ingresando a una tierra de nadie, los otros vehículos que nos adelantaban o seguían por la parte pavimentada, se esfuman como si sus conductores temieran penetrar más allá. De repente nos descubrimos solos, ganando metro a metro entre grandes baches y balastro mal repartido. Una ligera inquietud nos invade.
Cualquier cosa puede pasar por aquí, me comentó alguien después. Los desertores del proceso de paz con las Farc, mal llamados ahora disidencias, rivalizan en influencia con las otras guerrillas, el ELN y el EPL, que también hacen presencia en la zona. Se habla de actividad paramilitar y hasta de gente que trabaja para el cartel de Sinaloa. A solas y avanzando lentamente por esa vía contrahecha, no deja de pensarse en un inesperado mal rato.
A un líder social que una entidad internacional le daba apoyo en protección,
en uno de los controles de vigilancia del Ejército Nacional,
la tropa lo maltrató de palabra y hecho por andar con esa gente extranjera
Me cuentan que a un líder social amenazado quizás por cuál o cuáles de esos grupos, alguna entidad internacional le brindaba apoyo en materia de protección. En uno de los controles de vigilancia del Ejército Nacional, la tropa lo maltrató de palabra y hecho por andar con esa gente extranjera. No dejaban de preguntarle quién era y por qué tenía que llevar esa cola foránea. Como quien dice, malo si sí, y malo si no. Cualquier cosa puede pasar allí, es cierto.
El tiempo limitado de mi actividad me impide llegar al ETCR El Negro Eliécer, en Caño Indio. Allí las cosas andan muy mal en materia de proyectos productivos. Hasta intentaron poner fin al espacio y trasladarlo para Los Patios, en Cúcuta. Allá solo hay un terraplén, la gente tendría que comenzar de cero, sin la vivienda, agua, luz y alimentación que tienen en Caño Indio. Por eso se negaron a ser trasladados a lo que consideran es, además, un asentamiento de tradición paramilitar.
De ida y vuelta por Campo 2, recordé a Beatriz. Una linda guerrillera de ojos azules y cabello rubio. Algún día me contó que era de ahí. Murió en combate en el sur de Bolívar. Me pregunto si valió la pena su vida sacrificada, así como la de tantos otros.