Bogotá ha crecido de manera explosiva tanto en la Sabana como en el número de ciudadanos que la habitan. Los datos muestran que en 1951 la población era de 648.424 personas, las cuales representaban el 5,6% del país (11.548.172 habitantes), repartidos en 2.700 Hectáreas (Ha). Es decir que se tenía una densidad poblacional urbana de aproximadamente 240,2 personas/ Ha.
Para el año 2015, según las proyecciones del DANE, en Bogotá habitaban 7.878.783 personas, las cuales representan el 16.5% del país (48.228.000 habitantes) sin contar con la población flotante procedente de los municipios que hacen parte de la ciudad (Soacha, Mosquera, Cota, Facatativa entre otros) y que diariamente transitan esta ciudad como producto de la oferta laboral, económica, educativa y de bienes y servicios.
Nuestra densidad poblacional se encuentra por encima de ciudades como Nueva York, Buenos Aires, Lima, Ciudad de México, Sao Pablo, Rio de Janeiro, Londres, Berlín y Johenesburgo. Es curioso y controvertido ver cómo estas ciudades le han apuntado a movilizar a sus habitantes a través de transportes férreos, que además de ser ambientalmente sostenibles al funcionar con energía eléctrica, generan procesos de renovación urbana, liberación de espacio público y zonas verdes para los habitantes de las ciudades.
Quienes hayan tenido la oportunidad de visitar ciudades europeas tan caóticas como París o Roma, observaran que la mejor forma de movilizarse en estas es a través del sistema de Metro subterráneo, ya que el usuario recorre mayores distancias a altas velocidades y en un menor tiempo.
Estos sistemas se convierten en una ciudad con vida propia debajo de la urbe, liberando espacios para zonas verdes y el disfrute de los ciudadanos. En Europa es recurrente ver tranvías en las calles que comparten sus espacios con los vehículos, la cultura ciudadana hace que los habitantes puedan usar los diferentes modos de transporte sin mallas restrictivas que generan contaminación visual, apropiación de lo público y deterioro de la estética citadina.
Quienes habitamos cerca de las troncales de Transmilenio y hemos remplazado el ruido de los pájaros en las mañanas por un rugido de un bus rojo contaminante a las 5:30 a.m., somos víctimas de la inclemencia de este sistema generador de contaminación auditiva y en el aire. Destacando además las constantes reparaciones a los huecos de la troncal que sólo pueden ser efectuadas de 11:00 p.m. a 4:00 a.m.
Lo cierto es que Bogotá una ciudad que da acogida al 20% de la población nacional, debe ser planeada y diseñada con un pincel que apunte a suplir las necesidades de los habitantes, puesto que este es el fin último de la ciudades, albergar a sus ciudadanos.
Se ha descartado un proyecto de ciudad y no de Petro, de Clara o de Samuel de una manera intransigente, sin evaluar con responsabilidad las implicaciones que tendría para ciudad seguir concesionando el espacio público a un sistema a cambio de transportar a los habitantes de una manera inadecuada.
Lo cierto es que los metros elevados no tienen la capacidad para transportar la cantidad de viajes que se proyectan en la ciudad para el año 2050. La ciudad invertiría nuevamente en un sistema que tal como pasó con Transmilenio no tiene la capacidad para manejar la demanda que se presentará.
Más allá de los egos políticos de quienes nos gobiernan y se declaran defensores de Bogotá, deben pensar en las futuras generaciones. Actualmente la urbe, además de no contar con una visión única que responda al Plan de Ordenamiento Territorial, debe malgastar recursos que podrían ser brillantemente invertidos en obras fructíferas de infraestructura hechas con base a la planeación territorial y ambiental, en estudios y diseños de sistemas que no responden a la cantidad de habitantes ni a las proyecciones de crecimiento.
Es decir, estamos condenados a ser víctimas de una ciudad agresiva, discriminatoria, sin espacios verdes y públicos que continuará creciendo, por el modelo de centralismo y violencia que vive el país, con una industria concentrada.
Debemos apuntar a una ciudad innovadora, con visión de futuro, en donde el disfrute del espacio público y el ordenamiento territorial sea una exigencia para nuestros gobernantes. La solución para eliminar los trancones de la ciudad no es crear un sistema impositivo de pico y placa. Por el contrario, es generar un sistema de trasporte público que cumpla con las demandas de los ciudadanos.
Si la ciudad encuentra el sistema adecuado para competir con los carros, los ciudadanos lo usarán. Si por el contrario nos continuamos equivocando apuntando a la concesión de las vías y a la pavimentación de espacios verdes, nuestro mañana estará nublado por el caos.
Señores gobernantes: en ustedes recae la responsabilidad de pensar en el desarrollo sostenible, no en el hoy ni en sus bolsillos. Cuánto tiempo más debe pasar para que nos demos cuenta que independientemente de lo que cueste una obra, en este momento el costo a futuro por omitir su ejecución puede ser peor.
Pensemos en la ciudad del mañana y tal como lo planteaba el eslogan de mi universidad, 'debemos ir adelante en el tiempo' para generar una ciudad con base al desarrollo. Iniciemos con la construcción del Metro Subterráneo inmediatamente, Bogotá lo merece.