El 19 de abril, mientras otra gente se sorprendía por lo que el presidente de Ecopetrol le decía a un profesor universitario sobre lo que pensaba de la educación de este país, apareció una nota ciudadana cuyo título remitía a una misteriosa figura mitológica que durante años ha aterrorizado a los indefensos militantes de la derecha colombiana: el intelectual de izquierda. Desde Álvaro Uribe para abajo (porque ellos creen que las relaciones son verticales), la derecha se ha despachado contra ese monstruo acusándolo de corromper muchachos en las universidades, de elaborar falacias argumentativas y de producir 'guerrilleros de cafetería'.
Alguien que se queja porque una carta le parece 'un ladrillo', no queda claro si por nombrar a Foucault o porque tiene más de dos páginas, sale a dárselas de intelectual despachándose contra los intelectuales de izquierda de este país y del mundo. Uno podría darle la razón si el asunto que desató su indignación no hubiera sido que el alcalde Peñalosa se endosó un doctorado que no tenía. Era natural que las personas que sí han hecho un doctorado hablaran. Ahora, que un señor bravo salga a decir que esos son intelectuales de izquierda elitistas que se quieren poner por encima del pueblo y de la gente común a la que no le importa quién era Foucault por escribirle una carta a un alcalde mentiroso, hace que uno se pregunte cuáles han sido los aportes de la derecha a la academia, y cuáles son los intelectuales de la derecha que le dan tanto ímpetu a ese alguien para que hable, con la petulancia con la que habla, de libros y autores que reconoce no haber leído.
'Borracheras, jerga y petulancia' son, según el autor de la Nota, los vicios que convierten los juicios del intelectual de izquierda en mentiras, como si uno nunca hubiera visto a Álvaro Uribe con bandejas llenas de aguardiente. En cambio, académicos de la talla de Alejandro Ordóñez se destacan por grandes aportes a la humanidad como su tesis de grado 'Fundamentos del Estado católico'. Pensar que la derecha política colombiana es la que más ha empobrecido y deformado las universidades públicas, en gran medida para liberarlas de intelectuales de izquierda, hace que la sorpresa sea mayor cuando uno se acuerda de que muchos de sus simpatizantes son dueños de universidades privadas que llenan el país de líderes, emprendedores y empresarios, no intelectuales, que no hablan en jergas complicadas a menos que quieran vender 'planes de desarrollo' o cosas por el estilo.
En un país en el que la educación es un negocio lucrativo, es natural que se le llame 'doctor' a cualquiera que tenga una camioneta y se acuse de vago o diletante a alguien que tiene un doctorado de verdad. De todas maneras, vale la pena detenerse un poco en la obsesión que tienen con los intelectuales de izquierda quienes han querido dárselas de intelectuales de derecha para entender por qué, si un doctorado importa tan poco, un alcalde debe decir que tiene uno sin tenerlo.
Para no aburrir al lector hablando de las trivialidades de adorno o Foucault, podríamos fijarnos en personajes como el greco-quimbaya Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria, Alfredo Rangel o Paloma Valencia. Con ellos en mente, uno se siente más cercano a algo como lo que llaman autor intelectual que a un simple intelectual de cafetería como el que ellos desprecian. Cuando ellos discuten en sus tertulias ideológicas, seguramente no hablan de Foucault por haber escrito ladrillos llenos de mentiras, pero sí de cosas de las que habla la gente común como los caballos, la palma africana o la amenaza castro-chavista. Mientras desprecian a los intelectuales de izquierda, asumen posturas y tonos de voz intelectualoides, se toman la barbilla para hablar de seguridad, se dejan la barba y hasta leen a Marx para decir por qué, según ellos, no tenía razón.
En ese punto, solo queda ver la triste manera en la que, sin recurrir a referentes de izquierda, los intelectuales de derecha reconstruyen la historia de manera ramplona, tendenciosa e irresponsable, juzgando lo que no vivieron ni estudiaron con la naturalidad de quien confía a ultranza en la educación neoliberal que recibió y en los cursos de finanzas o de 'resolución de conflictos' que hizo en el exterior. Hay que ver lo que escriben y cómo lo escriben para darse cuenta de por qué desprecian tanto a quien hace algún esfuerzo por investigar. Todo el tiempo posan de rigurosos, pero no son capaces de leer un texto de tres páginas ni porque sea propaganda uribista. Luego se quejan del texto. No leen, pero escriben libros y luego salen a ponerse por encima de otros. Algunos de ellos, dan conferencias y cátedra.
A quien quiera saber un poco más sobre un tema tan complicado, le queda la tesis de doctorado de investigar cuáles han sido los aportes al pensamiento de entidades como el 'Centro de pensamiento Primero Colombia'. Por lo pronto, aquí hay unas lecciones de historia de estos intelectuales de derecha. Seguramente, estas cosas no son ladrillos: