A propósito del interesante, bien escrito y documentado artículo de Julián Gabriel Parra-De Moya, titulado La traición de Santos y Duque a 600 familias que querían sacar la coca de Suárez, se me ocurre hacer algunas breves y muy puntuales observaciones.
1. El asunto local considerado en dicho escrito podría ampliar su cobertura hasta alcanzar un espectro de orden nacional pensado no como la traición de dos políticos (uno ex y el otro presidente en ejercicio) a una reducida comunidad de campesinos por un proyecto de sustitución de cultivos, sino como la de la mal llamada clase política al pueblo colombiano durante toda su historia. Lo que anota Parra De-Moya sobre lo acontecido en Suárez aplica para la forma como en Colombia se han manejado los problemas de la educación, la salud, la vivienda, la protección al medio ambiente, la política salarial; por no hablar de la lucha contra la corrupción, la delincuencia, el narcotráfico, el terrorismo y tantos males ya endémicos, a los que tristemente parece que nos hemos acostumbrado.
2. Otro gran acierto del artículo es que desde su título, sin entrar en babosadas retóricas, ubica muy bien la naturaleza de la problemática en observación y nos conduce a inferir, sin necesidad de mayores esfuerzos mentales, que la raíz de los problemas (locales, regionales, o nacionales) no depende de falsas polarizaciones partidistas, ideológicas; o lo que es peor, personales. En el caso caso del municipio de Suárez, entre Santos y Duque. El asunto es que, sin importar a quién corresponda el turno en el poder, a qué movimiento, grupo, religión, o partido pertenezca, mientras en su mira no se encuentre, por encima de todo, la defensa de los intereses de los humildes y desamparados, la protección de los derechos humanos y civiles, las cosas seguirán igual o peor.
Y es que a los colombianos siempre nos han hecho tragar el cuento de que nuestros males son el resultado de polarizaciones históricas en las que se enfrentan buenos y malos, ángeles y demonios. Algunos de esos muy notorios antagonismos sobre los que se levanta nuestra historia reciente, traídos de manera aleatoria y sin considerar cronologías diacrónicas, son: Pastrana(padre)/Rojas Pinilla; López/Galán/Belisario; Gaviria/Gómez Hurtado/Navarro Wolf; Pastrana (hijo)/Horacio Serpa; Pastrana (hijo)/Samper; Uribe/Serpa; Uribe/Carlos Gaviria; Santos/Mockus; Santos/Zuluaga; Duque/Petro. Así, cuando los colombianos votan por algún extremo (aspirante de turno) de la polarización cuatrienal, ignoran que están eligiendo a su próximo verdugo. Lo anterior ocurre gracias a la ignorancia; porque duélale a quien le duela, Colombia es un país de ignorantes. De no ser así, no ocurrirían las cosas que vemos a diario. Y por supuesto, eso le encanta a la clase política.
3. Para terminar, regocija leer artículos como el comentada: desprevenido, ecuánime, sincero. Qué contraste podría hacerse comparándolo con las columnas que escriben tanto los detractores como los defensores a ultranza (no aludo a la opinión responsable: Mª Jimena Duzán, por ejemplo) de los Uribe, Timochenkos, Santos, Duques, Petros y tantos otros... Ellos también atizadores de la polarización que tanto daño hace. Lo peor de todo es que muchos de esos columnistas son intelectuales, escritores; por lo general artistas de alto perfil. Solo ellos saben por qué se apañan por sumarse a las huestes de cada banda. No es un error; dije banda, no bando.