Una revolución no es una mera construcción gramatical. Ni un concepto publicitario más para impactar mediáticamente en la opinión pública.
Revolución, es otra cosa. Y algo muy serio.
Pero aceptemos, en gracia de las carencias y precariedades de nuestra educación, que esa puede ser la mejor manera de llamar la atención, los publicitas oficiales, acerca de uno que otro tanteo para tratar de provocar opinión favorable sobre la desatención que el gobierno le dispensa en todos los niveles a tan decisiva como determinante herramienta para el desarrollo de la nación.
Pretender hacernos creer a los colombianos, tanto de izquierda como de centro y de derecha, que la “rifa” de 10.000 becas con las que el gobierno Santos “permitirá el ingreso de estudiantes pobres a las mejores universidades del país” es una “revolución educativa”, cuanto deja entrever es el poco peso que en la agenda gubernamental marca la calidad de nuestra educación superior.
Y el sesgo peligroso de invisibilizar y deslegitimar a la universidad pública como receptora natural, tanto del grueso de la población con limitaciones económicas severas para acceder a la educación universitaria, como de los presupuestos y recursos económicos que pudieren hacer efectivo ese derecho.
Más allá de si la “revolución educativa” que llevará 10.000 estudiantes pobres a las universidades de élite cada año es tal, cuanto se percibe en el programa es un apalancamiento financiero de mayor cuantía a la universidad privada, 150.000 millones en 2015, hasta completar 600.000 millones en 2018
Del mismo modo, que a poner en entredicho la calidad, vigencia y financiación de la universidad pública, “pues estos jóvenes al poder ir a estas universidades pueden tener una mejor formación”, ha dicho Cecilia María Vélez, exministra de Educación y actual rectora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Que el programa les parezca “lo más equitativo y democrático” a varios exministros de Educación, es apenas entendible en su condición de rectores, socios, fundadores o miembros honorarios de las universidades privadas beneficiarias de los 600.000 millones que harán posible “la apuesta más efectiva y rentable que puede hacer el país”.
Más equitativo y democrático habría resultado el programa si, en vez de hacer la “rifa” entre las “mejores universidades de Colombia”, las privadas claro, también se hubiese fortalecido presupuestalmente la universidad pública en su conjunto, mejorando de manera cierta la calidad de la formación académica y el crecimiento cuantitativo en infraestructura y dotación para permitir una mayor y más eficiente cobertura.
Y así, en vez de los pocos favorecidos que ingresarán a las universidades públicas con la “rifa” de una beca Santos, tendríamos un mayor número de estos en su campus natural: la universidad pública, gratuita y de calidad, tanto en Bogotá, en donde se concentra el mayor porcentaje de becados, como en las distintas regiones del país en las cuales la rueda de la fortuna les fue del todo esquiva a la universidad oficial.
Ni aventurado ni de la “oposición de izquierda”, es colegir que cuanto se percibe en el ámbito gubernamental con la implementación del programa “Ser Pilo Paga”, es el desmonte de la universidad y la educación superior públicas, excluyendo a la primera de ese y otros programas de ampliación de cobertura y reduciendo cada vez más los presupuestos y recursos que la hacen viable y que son de obligatoria provisión por parte del Estado.
Que algún exministro de Educación con atención en la nomenklatura educativa superior, haya expresado en voz alta el pensamiento compartido por el gobierno sobre la financiación de la educación pública superior, acerca de que, “inyectarles plata a las instituciones públicas (léase universidades) termina siendo una mala inversión”, no es casualidad.
Qué tanto contribuirá el programa “Ser pilo Paga”, a “transformar la educación superior nacional”, es asunto que se verá en el término de diez o doce años si todo sale como lo pintan los responsables de regentarlo y ponerlo a funcionar con el rigor teórico que lo sortean para el consumo mediático.
Esperemos que lo que apenas es un ensayo, termine por ser benéfico para la educación superior y la universidad pública, y no solo para darle músculo financiero a la educación y a la universidad privada de “élite”.
Ah… Y que el “matoneo” de clase, con todas las consecuencias negativas que de él se derivan, no vaya a ser el común denominador en el campus y aulas de clases, en las cuales “toma clase la élite de este país”.
Poeta.
@CristoGarciaTap