En varias universidades de Bogotá se han realizado en las últimas semanas distintos eventos destinados a debatir un tema de apasionante actualidad: el posconflicto. Tirios y troyanos han opinado sobre el tema y su incidencia en el futuro de Colombia cuando se firmé la tan anhelada paz con las Farc, la cual parece darse ya como un hecho. No obstante, surge una pregunta: de firmarse la paz con las Farc, ¿podría hablarse ya de que Colombia entra a la etapa del posconflicto?
Según la página web de la Universidad del Rosario sobre Experimentos de reconciliación política en Colombia, posconflicto es aquel “período de tiempo que sigue a la superación total o parcial de los conflictos armados”. Ateniéndonos a esta definición proveniente de la academia, la verdad es que Colombia está lejos de superar total o parcialmente el conflicto armado. Si firmar la paz con las Farc se considera posconflicto, pues el mismo tratamiento debió dársele en su momento a la desmovilización de los grupos paramilitares en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
La firma de la paz con las Farc es aún incierta, aunque se le quiere vincular al tema electoral y algunos asustan al país con el “coco” de que si no reeligen a Santos entonces el país perderá su última oportunidad de hacer la paz. Asumamos una cosa, que Santos es reelegido y logra firmar los acuerdos de paz con las Farc. ¿Dónde queda relegado el ELN? ¿Será que este grupo suversivo no continuaría con sus ataques a oleoductos, con sus secuestros y con la destrucción de la infraestructura del país? ¿Y qué pasaría con “Los Urabeños”, “Los Rastrojos”, el Erpac y las demás bandas criminales (Bacrim) que quedaron después de la desmovilización de los grupos paramilitares?
La paz no es tan simple como soplar y hacer botellas. El escenario de La Habana, en donde se encuentran negociando los representantes del gobierno y de la guerrilla, es un limbo desconocido para los colombianos. Sabemos que se han logrado acuerdos sobre el tema agrícola; pero, ¿cuáles? Conocemos que también se ha hablado sobre la posibilidad de que la guerrilla ocupe varios escaños en el Congreso; pero, ¿bajo qué condiciones? Sabemos y no sabemos.
De lo poco que se ha podido filtrar de la mesa de negociaciones de La Habana se conoce que para las Farc es un inamovible entregar las armas. Ellos hablan de dejación, no de entrega. Lo que en simple castellano (o español, como el lector lo prefiera) quiere decir que las Farc encaletan las armas donde no sepa el Estado y no las empuñan más. Al no entregarlas sigue sembrado el peligro de que si, tiempo después, no les gusta algo sobre los acuerdos de paz, sencillo, vuelven al monte y retoman las armas, iniciando de nuevo el conflicto bélico en que se encuentra inmersa Colombia desde hace más de 60 años.
Otro inamovible de las Farc es el pago de cárcel por los crímenes cometidos durante todos estos años de guerra. Mal que bien, en su momento algunos paramilitares pagaron como máximo ocho años de cárcel por sus crímenes, lo que es una infamia por todos los desplazamientos masivos y las masacres que cometieron. A las Farc, sin que haya mayor explicación, se les va a medir con otro rasero. Ya el Fiscal General, Luis Eduardo Montealegre, está ambientando la idea de que los guerrilleros podrían pagar sus crímenes con trabajo social. Eso sencillamente se llama impunidad, aunque esa palabra le desagrade mucho oírla al gobierno Santos.
Ahora bien, ¿puede el Estado garantizar que la desmovilización de las Farc va a traer una paz definitiva y duradera para el país? Tristemente la respuesta es NO. No es necesario tener dos dedos de frente para intuir que algunos de los guerrilleros, nacidos en la guerra, criados en la guerra, que viven de la misma, no van a dejar sus comodidades provenientes de los pingües beneficios del narcotráfico, para sobrevivir apenas con los exiguos dineros que les dejen unos proyectos productivos dudosamente sostenibles de palma aceitera, de frutas exóticas, o de lo que sea. Es mucho más fácil vivir, y sin tanto trabajo, de la extorsión, del secuestro y del narcotráfico. El riesgo latente de que las Farc se bacrimicen (perdón por inventarme este verbo) es mucho más alto de lo que el gobierno estima. Sin inversión social en las regiones, sin justicia y sin equidad es muy complicado que los guerrilleros resistan la tentación de volver por sus fueros.
No quiero que quede la sensación de que este es una llamado al pesimismo y de que los colombianos estamos condenados a la guerra por toda la eternidad. Éste es más bien un llamado de atención al gobierno para que sus intenciones de paz realmente sean por el bien del país y de sus habitantes, no por los mezquinos deseos de mantenerse en el poder para que una camarilla de amigos presidenciales se mantenga en sus cargos, prolonguen sus privilegios y sigan explotando el cuento de la paz y el posconflicto en pro de sus propios intereses.
Así, pues, ¿cuál posconflicto? Primero, hagamos la paz, pero no con unos cuantos, sino con todos los colombianos; primero, preocupémonos en solucionar el abandono en que se encuentra el campo, de desarrollar la infraestructura vial que haga competitivo al país, de llegar con inversión a las regiones más apartadas de la nación. Después… después si comencemos a hablar del posconflicto.