Es el momento de comprender cómo estamos conectados y cuáles son los elementos de conexión que nos permiten inferir el grado de vulnerabilidad que enfrentamos, no solo desde el momento en que se tuvo conocimiento del COVID-19, sino desde mucho tiempo atrás, qué interfería dentro de nuestra programación neurológica para entender nuestro estado de salud, en lo mental, físico o si existe abuso o negligencia al respecto.
En palabras de Brené Brown (Charla TED), “la habilidad de sentirnos conectados” deviene precisamente de aquello que queremos ordenar, qué es lo que nos atormenta o nos confunde, que no da la posibilidad de dar claridad a nuestras emociones. Ahora bien, cuándo fue la última vez que pensamos en la idea de crecer, de una desilusión amorosa o hasta las experiencias de pertenencia, de dolor o de exclusión que enfrentamos en esas historias de desconexión.
Al disponernos a averiguar qué pasa, se tiene como primer elemento lo que es innombrable o indescifrable, es decir, eso que no habíamos visto desde la intelección del ser humano y que resulta a veces objeto de vergüenza, esto es, ese miedo a la desconexión; y precisamente esa desconexión es universal, la sentimos en algún momento por aquello de la falta de empatía o por no relacionarnos con la especie humana, hasta por la inseguridad, o por no sentirnos lo suficientemente buenos o merecedores de lo que otros tienen o han ganado, “lo que lo corrobora es esta vulnerabilidad insoportable” (Brown), pues si no dejamos de mostrarnos, de vernos o que los demás noten nuestra presencia, es esa verdad existencial que genera en el ser humano la capacidad de contar historias.
El storytelling individual nos lleva a enterar al universo y nuestro entorno, que es lo importante para imaginar que esa vulnerabilidad debe ser derrotada, que existen personas que ayudan a aprender lo que se ha manejado por décadas y a focalizar de alguna manera esa conexión que nos falta. Sin embargo, se asegura que la vulnerabilidad no es debilidad, al contrario, es ese riesgo emocional, exposición a la incertidumbre que alimenta la cotidianidad de la vida. Otros aseguran que la vulnerabilidad representa la valentía con que afrontamos lo que nos hace vulnerables y también deja ver ese rasgo de sinceridad y honestidad que por naturaleza tiene el hombre.
Se reemplaza la vulnerabilidad con la adaptación a los cambios, asegurar el enfrentamiento con la realidad como elemento constructor, o como decía Theodore Roosevelt: "No importan las críticas. Ni aquellos que muestran cómo aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor y cómo yerran y dan un traspié tras otro". De ahí que ese sesgo de sinceridad nos lleva al atrevimiento, al entrar e intentarlo. De superar lo que nos hace vulnerables desarrolla derechos inalienables del individuo, la inteligencia, su talento, su vigorosidad, su nueva comprensión de la esperanza, de la justificación del cambio en su programación neurolingüística, buscando la fuerza y la energía que nos debe el universo como habitantes del mismo y “esperanzado aquí, porque algunas fuerzas poderosas están trabajando contra la enfermedad” (Chopra) que no deja superarnos de forma innata, afectando ese factor principal que es la creencia y en el momento en que el ser humano deja de creer no solo en sí mismo, sino en la confianza de los demás, está condenado a esa enfermedad endémica que revienta el hechizo de la identidad que confiere la sociedad, la familia y el Estado.
En última instancia será la necesidad de sobrevivir la que nos exige el planeta para esclarecer desde la sabiduría interna a quién debemos convocar, si a nuestro propio yo o al yo del otro que nos fortalezca con sus historias de vida, para derrocar la falta de identidad y las viejas toxinas en que se había convertido la prevalencia de los prejuicios e ignorancias, afectando la posibilidad de igualdad y el definirnos con la etiqueta de seres humanos, con distinción de raza, género y con conciencia humana con objetivos de verdad.