Hace un mes, el presidente Petro anunció que la primera dama, Verónica Alcocer, y el viceministro de cultura, Jorge Zorro, habían viajado a Venezuela para “ver el sistema orquestal venezolano en música clásica” y que pronto iba a arrancar “el sistema orquestal colombiano”.
Cuando llegué a Venezuela en 2008 para empezar a investigar sobre El Sistema, estaba tan fascinado por este programa orquestal como cualquiera de los que ahora quieren importar su esencia a Colombia. Como tal, puedo empatizar con ellos. Pero durante 15 años de investigación, mi visión de El Sistema ha cambiado radicalmente. Como alguien que desde entonces ha desarrollado una fuerte afinidad con la educación musical y los educadores musicales en Colombia, me siento obligado a compartir lo que he aprendido, con la esperanza de ayudar a evitar un error histórico.
Proponer la “orquesta-escuela” como elemento central de la nueva política musical colombiana es adoptar una jerarquía cultural que contradice directamente tanto la investigación contemporánea como el programa político y cultural más amplio del gobierno. Es muy irónico ver a un gobierno de cambio inspirado por una política musical ampliamente cuestionada, concebida hace casi 50 años y con claras raíces en el pensamiento colonial. Es muy extraño ver a un “gobierno de los nadies” proponer una política de “democratización al acceso de los valores de la cultura universal”, una idea que ha sido criticado desde los años 60 por su elitismo.
Es muy importante que una política de esta envergadura se apoye en investigaciones independientes y no solo en publicidad institucional y propaganda política. El Sistema no se puede entender solo visitando su sede en Caracas, observando sus espectáculos orquestales o contando las masas de músicos de orquesta que ha producido. Estos simplemente reflejan los enormes recursos que se han invertido en él. Lo importante es el rendimiento de esos recursos a nivel social —y las investigaciones plantean muchas dudas—.
En el siglo XXI ha surgido todo un campo internacional de investigación sobre la educación musical y el cambio social. Ha criticado el tipo de enfoque ejemplificado por El Sistema, señalando en su lugar modelos muy diferentes, centrados en los recursos culturales locales, la creatividad, la autoexpresión y los conjuntos más pequeños. En 2020 la Sociedad Internacional para la Educación Musical cerró el grupo de interés especial de El Sistema. ¿Por qué los diseñadores de la política musical colombiana no tienen en cuenta estas corrientes contemporáneas?
El objetivo oficial de El Sistema es “rescatar al niño y al joven de una juventud vacía, desorientada y desviada”. Este tipo de visión despectiva de la juventud, centrada en los déficits, fue desterrado hace mucho tiempo del ámbito del desarrollo social. Consolida una relación jerárquica entre adultos y jóvenes y, al ver a estos últimos como deficientes, les quita poder, autonomía y voz. Esta malsana dinámica está detrás de muchos de los problemas documentados de El Sistema, incluyendo abuso sexual, maltrato a los músicos, inequidad de género, corrupción y abierta politización.
La educación musical que imparte tiene un enfoque anticuado, limitado y disciplinario. Los jóvenes músicos llamaban al fundador de El Sistema, José Antonio Abreu, "el Führer". Un periodista de investigación lo etiquetó “el ogro filantrópico”. Una evaluación externa en 1997 identificó la dominación, la humillación y el bullying como características de la práctica pedagógica de El Sistema. Este estilo autoritario ha sido muy criticado en las últimas décadas por investigadores de educación musical en todo el mundo por ser excluyente e incluso traumatizante. El Sistema ha producido muchos buenos músicos, ¿pero quién ha contado los fracasos, las heridas y las decepciones?
Hasta la Fundación Hilti, que financia a El Sistema y a aliados cercanos como Iberacademy en Colombia, reconoció hace poco la necesidad de un cambio sistémico en este campo. Hilti creó la Academia para el Impacto a través de la Música con el objetivo de reformar la enseñanza. Su directora se mostró muy crítica con la pedagogía convencional por restringir la capacidad de acción de los estudiantes y la creación de comunidades. Así que los métodos de El Sistema son cuestionados incluso por uno de sus aliados más importantes. Intentar importar esta pedagogía a Colombia en 2023 sería un gran error, más aún teniendo en cuenta que los intentos anteriores de hacerlo han fracasado.
Dadas estas obvias debilidades, no es de extrañar que el sistema no funcione como programa social. En 2017, el BID, que también financia el programa, publicó la mayor evaluación de el Sistema jamás realizada. Estimó que la tasa de pobreza entre los que se inscribieron en El Sistema era del 17%, mientras que la tasa de pobreza de los estados en los que vivían era del 47%. En otras palabras, el programa parecía excluir a los niños pobres en lugar de incluirlos. El estudio no encontró pruebas de que El Sistema potenciara las habilidades cognitivas o prosociales. Además, reveló una alta tasa de deserción.
Así pues, la idea de rescate no solo es ideológicamente problemática, sino también una fantasía. Cuando los poderes mágicos de El Sistema se pusieron a prueba, no aparecieron por ninguna parte. La base de El Sistema es una idealización de la música, no un programa de eficacia demostrada.
Por lo tanto, los educadores musicales colombianos deberían estar preocupados al encontrar el mismo pensamiento subyacente en las nuevas propuestas del gobierno, que afirman que el paradigma orquesta-escuela permite “el rescate de la población juvenil e infantil de los sectores más deprimidos”. Su premisa central es que tocar o cantar en conjuntos grandes representa “un ejercicio de diálogo permanente que conduce a acuerdos. [...] Este ejercicio permite el desarrollo de la concertación como principio fundante de la transformación social”. El problema es que el estudio del BID no encontró ningún cambio en las habilidades prosociales de los estudiantes de El Sistema.
Además, ¿dónde está esa supuesta transformación social en Venezuela después de 48 años de inversiones masivas? No es de extrañarse que no hay pruebas de los cambios sociales deseados: como señalan los destacados educadores musicales André de Quadros y Emilie Amrein, “el ensamble grande dirigido reproduce una cultura arraigada en el monólogo más que en el diálogo”. Una vez más, el modelo dominante se basa en la idealización, no en la realidad ni en la investigación.
Afortunadamente, Colombia viene avanzando en repensar los modelos pedagógicos para los ensambles grandes, a diferencia de El Sistema. La Red de Escuelas de Música de Medellín es un buen ejemplo de este replanteamiento. Empezó en la década de 1990 estrechamente vinculada con El Sistema, pero después se alejó como resultado de una investigación interna a partir de 2005, que reveló una cantidad de problemas. La Red ha pasado 18 años intentando reformar el modelo. Colombia debería aprender de esta experiencia, no volver a mirar a Venezuela y retroceder el reloj a los años 90.
El viceministro Zorro trató recientemente de calmar las preocupaciones del sector musical, afirmando que el gobierno no está pensando implantar El Sistema en Colombia después de todo. Esto parece ser una buena noticia, dados los problemas y escándalos que han surgido en la organización venezolana. Sin embargo, es abierta y conocida la admiración tanto de Petro como de Zorro por El Sistema. ¿Por qué si no una delegación de alto nivel ha visitado hace poco la sede de El Sistema en Caracas? Esa admiración no ha desaparecido. A pesar de las afirmaciones recientes, es evidente que creen firmemente que El Sistema es un gran éxito y representa, si no un modelo a seguir, por lo menos una inspiración para Colombia.
El argumento de Zorro es que El Sistema se adaptará a las realidades colombianas. Sin embargo, esto no es suficiente para garantizar que los problemas desaparezcan. Asuntos similares a los encontrados en Venezuela han surgido en otros países donde El Sistema ha sido adoptado y adaptado, como México y Guatemala. Esto sugiere que el problema no está en su forma externa, sino más bien en su modelo educativo y en el pensamiento que lo sustenta.
El riesgo para Colombia hoy no es que el gobierno importe las formas institucionales de El Sistema. Es que olvide todo lo que se ha aprendido en Colombia, que construya un sistema colombiano sobre el pensamiento y la pedagogía del modelo venezolano y así que se repita la misma historia detrás de una fachada diferente. El problema fundamental no es de música sinfónica versus música popular o de colegios versus núcleos —es la visión de para qué sirve la música y cómo funciona—
Este momento histórico de cambio exige un nuevo enfoque, no el mero reciclaje de modelos establecidos, ya sean nacionales o extranjeros. Hace falta un esfuerzo por tomar lo mejor de las prácticas existentes, desarrollarlas con la ayuda de las investigaciones más recientes y forjar una nueva visión de la música para el cambio social, digno de un gobierno de cambio.
¿Puede ahora relajarse el sector musical colombiano? Todavía no.