A propósito del escenario de negociaciones de la Habana y la coyuntura electoral, sigue estando presente dentro de la discusiones de la izquierda el “eterno debate” de las formas de la revolución, lo que se pretende aquí es afirmar la necesidad de superar este debate, no porque se halle la verdad sobre la forma correcta, sino porque la discusión fundamental es la de ¿cómo construir un nuevo poder?
Los pacifistas remilgan de la violencia física como acción transformadora, pero lo que soslayan es que es una expresión organizada de resistencia contra los poderosos, muchos deploran el uso de la capucha, la implementación de la cauchera y el predominio de la piedra, y algunos se regocijan como huérfanos ante los brazos de sus padres en el caos que estos generan.
La violencia económica con que se asesinan niños por inanición o por gastroenteritis no es justificación para empuñar las armas, es un motivo para organizarse y pelear por mundos distintos; si en la democracia participativa no se abre espacio para crear estos nuevos mundos, porque los desposeídos no tienen medios de comunicación, ni tienen maquinaria electoral, es preciso revisar en la región, para encontrar que América Latina nos ha mostrado que los distintos procesos por el cambio que hoy se sostienen de manera ejemplar en el gobierno, sin recurrir a caudillismos y cultos a la personalidad, son aquellos que han construido nuevas formas de poder, lo que nos lleva a puntualizar en lo siguiente: sobre lo que debemos discutir y reflexionar los que concebimos la posibilidad de nuevos mundos es ¿cómo construimos ese nuevo poder?.
La formas electorales, así nos permitieran ser elegidos como gobierno, no nos dan la titularidad sobre el poder, el aparato estatal solo refrenda las decisiones del capital, y quien es gobierno no por ello ya tiene capacidad para decidir (algunos casos latinoamericaricanos lo demuestran, e incluso lo ocurrido en Bogotá), la confrontación armada y la toma del poder por medio de la violencia, puede al igual que un gobierno de turno desplomarse como un castillo de naipes, e incluso nunca ser; estas dos miradas simplistas de lo que en realidad es más complejo solo pretende ubicar que las discusión esencial no es violencia vs elecciones, pues en Colombia es claro que la primera carece de mucho apoyo de base y la segunda termina por representar a muy pocos. Sin personas de carne y hueso dispuestas a forjar esa nueva patria, unos cuantos pueden empuñar las armas por la revolución, mientras el neoliberalismo avanza rampante, flexibilizando el trabajo y privatizando la seguridad social que en otrora se hubo alcanzado con la movilización social; sin gente dispuesta al cambio las izquierdas pueden ir una y otra vez a las elecciones obtener algunos escaños, pero los poseedores del poder continuar rotándose el gobierno, no es suficiente los debates en el congreso contra el TLC, contra la locomotora minera, incluso por la objeción de conciencia frente al servicio militar obligatorio, todo termina siendo efímero sino se nutre de organización de base, de movilización real.
