El tema del ‘ahorro de energía amerita menos opiniones y más información y aclaraciones.
Ante todo no es comparable a lo sucedido en 1992.
Entonces hubo una sucesión de males: 1) Un manejo de decisiones incompetente: desde el momento de subir al poder, el Gobierno constató que el esquema de entonces de responsabilidades centralizadas —FEN, ICEL, ISA— se había distorsionado y tomó la decisión de cambiarlo pero dejando mientras tanto en interinidad el sistema. 2) Una falla administrativa: por lo anterior durante 17 meses (¡!) y hasta que se presentó la crisis, se dejó a ISA sin gerente en propiedad y sin reunirse el Comité Directivo de Operación —ente únicos encargados de coordinar el uso de las fuentes energéticas— 3) Se permitió y propició que fuera el ‘mercado’ el regulador del sector, lo cual llevó a dormir el uso de las termoeléctricas y trabajar exclusivamente con las hidroeléctricas, puesto que las ultimas ganaban entre más vendieran y para las que dependían de combustibles les salía más rentable comprar que generar. Resultado: cuando comenzó El Niño los embalses estaban en el 27 % y las termoeléctricas sin mantenimiento. Es como si la situación actual se hubiera presentado hace 5 meses (peor pues no había posibilidad de energía térmica) y por eso un apagón de 14 meses —¡único en la historia del mundo!—.
En ese entonces el sistema estaba capacitado y el mal manejo causó la catástrofe. Hoy el sistema está aún mejor (según el Energy Architecture Performance Index es el octavo mejor sobre 126 que miden); ninguno de esos tres errores está presente; y lo peor que puede pasar son unas eventuales fallas ocasionales o un racionamiento menor con pequeños cortes (la disyuntiva no es ‘cortes programados o racionamiento’ puesto que lo primero es una modalidad de lo segundo; la alternativa es un ‘apagón’ que es cuando, no por decisión sino por incapacidad del sistema mismo, se suspende el suministro).
Pero por eso es necesario ver el problema actual.
La capacidad instalada es más que suficiente (incluso estábamos exportando a Ecuador). Pero tiene como componentes diseñados o calculados 70 % hidroeléctricas y 30 % térmicas, los cuales dependen respectivamente de agua de los embalses y de gas o fueloil para alimentarse.
El Niño disminuyó los embalses más allá de lo previsto pero no tanto para llegar a un nivel crítico. Sin embargo, sin cambiar los recursos hídricos, el accidente de Guatapé sí le redujo su capacidad operativa.
Actualmente trabajamos con los dos sistemas al límite. El térmico asumió el faltante del otro, pero por un lado su potencial no da más, y por otro tocó sustituir el gas por combustibles más caros y menos eficientes.
Vale aquí aclarar el tema de la confiablidad: las generadoras no incumplieron puesto que no solo estaban disponibles (que era la condición para recibir ese subsidio), sino aportan más de lo comprometido. Otra cosa es que, al no haberse fijado el precio al que suministrarían, con el costo actual no les es posible hacerlo sino a pérdida, y eso fue lo que el gobierno no previó antes y solucionó ahora con el sistema de apoyo montado.
De otra parte, no es correcto hablar de ‘ahorro’. Ese concepto corresponde a no gastar hoy para tener mañana. Reducir el consumo solo es ahorrar en lo que se afecta la reserva de los embalses que es donde se almacena la energía; supongamos que de bajar diariamente el nivelen 10 milímetros lo redujéramos a 9,5.
Como solo la mitad depende del recurso hidroeléctrico y hoy no puede sustituirse más por otras fuentes, el consumo total debería tener una reducción del 10 %. Por ejemplo, o todos los usuarios del país durante todo el día gastan menos energía en esa proporción; o, para lograr ese promedio, en el supuesto hipotético que el 50 % del gasto nacional se concentrara en las horas pico (6 p. m.-9 p. m.), y solo a esa hora se limitara el consumo, tocaría disminuirlo en el 20 % durante ese periodo. Ambos extremos son imposibles, por lo tanto, lo mismo cualquier distribución intermedia.
No es claro qué mide o a qué se refiere el presidente con las cifras que da (parece que fuera la disminución del momento máximo de consumo) pero en ningún caso tiene que ver con un 5 % de ahorro; eso ameritaría una explicación.
El gobierno juega a que es su mérito si nada pasa
y culpa de la ciudadanía en caso contrario
El peor escenario no tiene nada que ver con la catástrofe Gaviria, y como máximo es un riesgo de periodos de media durante tres o cuatro semanas. El gobierno no cree en eso (no siguió la opinión del Consejo Nacional de Operación cuya función es dar esa asesoría) y juega a que es su mérito si nada pasa o culpa de la ciudadanía en caso contrario.
En resumen, estamos ante un cuento y no al borde de algo grave. El vuelo dado al tema y las presentaciones diarias del presidente corresponden es a una estrategia de sobredimensionar un peligro común (algo como ‘el enemigo externo’) para que, distraída con una angustia diferente, toda la ciudadanía se desentienda de lo que no conviene al Gobierno (Nicaragua, Paro cívico, huelga en los Juzgados, crisis fiscal, plebiscito, salud, educación, etc.).