A estas alturas de la evolución y de la historia del planeta, con la especie humana generando y tomando todas las decisiones vitales que afectan directamente la existencia de todos los demás seres vivos que habitan la Tierra —incluyendo en esta descripción a todas las especies existentes, sean microbios, virus, hongos, bacterias, animales o vegetales—, es un terrible y tremendo despropósito —hasta el grado de inconcebible— que todas las sociedades no estén presionando con todas sus fuerzas y herramientas disponibles a las personas que nos representan, y que por tanto vienen ejerciendo los cargos dirigenciales de los distintos gobiernos del mundo; en cuanto a que estos no están al nivel de los problemas que sufrimos y enfrentamos, y a que tampoco vislumbran las consecuencias de las malas acciones que como humanidad venimos tomando, desarrollando y realizando sin control, siendo que sus intereses materiales, personales, egoístas e individuales —y los de todo el mundo en general— en un futuro bastante cercano también se verán totalmente afectados.
Aunque la gran mayoría de los expertos y de los estudios serios sobre el tema de la supervivencia general señalan que las soluciones se deben canalizar y concentrar en acciones de carácter comunal, limitando y controlando la explotación natural irracional y protegiendo sobre todo al medio ambiente, aún no hay señales contundentes que aseguren que esas decisiones se están gestando y realizando, o que se están al menos implementando. Lo anterior a pesar de que las organizaciones más representativas del poder político sobre el planeta, como por ejemplo la ONU y todas sus instituciones, remarquen la necesidad urgente de que sucedan y se realicen esas cruciales acciones —si no de inmediato, por lo menos lo más rápido posible—, ya que el asunto no resiste mucho tiempo, incluso se está señalando que apenas quedan unos veinte años de plazo para hacerlo.
De allí que insistir en satanizar a los únicos sistemas políticos y sociales que pueden transformar al mundo y por ende a la humanidad —como son el socialismo o el comunismo, eso sí reformados y adecuados a las actuales circunstancias—, desdibujándolos y rechazándolos como opción válida a partir de las experiencias vividas y sufridas a raíz de pésimos gobernantes y de regímenes equivocados —como lo fueron los de Lenin, Stalin y sus subsiguientes sustitutos en Rusia, o el de Mao y sus herederos en China, o de cualesquiera otros que hasta el día de hoy han demostrado su incapacidad, su torpeza o su maldad de poner en práctica sus mejores postulados—, sea entonces una necedad intelectual de una especie que se denomina a sí misma racional.
Los ejemplos de la pertinencia de desarrollarlos e implementarlos en todas nuestras actividades están vigentes y representados en la misma naturaleza y en las propias leyes universales, de las cuales no nos podemos seguir apartando ni ignorando, siendo conscientes de todas sus bondades, además de los beneficios generales que cumplen sobre un planeta vivo y extremadamente conectado entre todos sus componentes, donde debemos y tenemos que tomar conciencia que apenas somos uno más de esa cadena.