Cuadrado, Davison Sánchez y Borja: una infancia manchada por las balas

Cuadrado, Davison Sánchez y Borja: una infancia manchada por las balas

Estas tres estrellas de la Selección sufrieron con sus familias el horror de las AUC de Castaño y H.H en Urabá y en el Cauca cuando sobrevivir era una proeza

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junio 18, 2018
Cuadrado, Davison Sánchez y Borja: una infancia manchada por las balas

Juan Guillermo Cuadrado

Cada vez que sonaba un disparo en su barrio en Necoclí, el niño Juan Guillermo Cuadrado salía corriendo a meterse debajo de la cama. Esa es tal vez lo único que recuerda de su padre, veinticuatro años después, uno de los volantes más temidos de Europa. En 1992 el Urabá Antioqueño era un polvorín disputado por la guerrilla de las Farc y los Grupos de Autodefensa, muchos de ellos pagados por bananeras extranjeras. Los sindicatos y los trabajadores eran los objetivos principales de esos escuadrones de la muerte. Un día de junio el pequeño volvió a escuchar el zumbido de las balas. Corrió hasta la cama, se metió debajo y esperó. El llanto de su madre, Marcela Bello, lo hizo salir del escondite. Caminó hasta la puerta y entonces vio a Guillermo Cuadrado tendido en el piso. A su alrededor las cajas de gaseosas que el repartía en un camión de Hipinto, se regaban en el suelo polvoriento confundiéndose con la sangre. Juan Guillermo tenía sólo cuatro años.

El único consuelo que le quedó a Cuadrado fue el fútbol. Desde que era un bebé Juan Guillermo le pegaba a todo: a las piedras del camino, a las plantas, a los otros niños y, sobre todo, a un balón. Aprendió a caminar solo para emprender la carrera que lo llevaba a patear la pelota. Era un don que había que pulir. Marcela escuchó las voces de ex jugadores y entrenadores del pueblo que le juraban que el niño, con la debida preparación sería un prodigio. Lo matriculó en la escuela de fútbol Mingo de Necoclí. Para pagar los ocho mil pesos mensuales que costaba la academia, se fue a Apartadó a lavar y empacar bananos. Las manos muchas veces se le volvían dos yagas rojas llenas de ampollas, sangre y dolor.

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Juan Guillermo Cuadrado en su infancia en Necoclí

En Necoclí Juan Guillermo quedó con sus tíos y los fines de semana recibía con los brazos abiertos a su mamá. María Bello estaba sola, pero era berraca. Nada la amilanaba. Los fines de semana que pasaba en Necoclí los usaba para terminar el bachillerato en la nocturna. Con la camisa llena de tierra y cansado de tanto hacer goles, el pequeño Juan Guillermo acompañaba a su mamá a la clase quedándose dormido en una improvisada cama que armaba con tres pupitres. Los compañeros de clase de la mamá velaban el sueño del niño.

A los trece años Cuadrado era indetenible en las canchas, pero tenía un problema: apenas medía un metro treinta. Varios veedores constataron su clase. Incluso llegaron a Apartadó emisarios del River Plate de Argentina que querían llevárselo, pero era enclenque, casi un enano. Ahora jugaba en el Manchester City de Apartadó. Era tan inquieto, tan cansón, que le pegaba a todo. Un día, por cansón, se rompió los tendones de Aquiles. Una lesión grave. Ahí se dio cuenta que sus piernas ya no le pertenecían, que, si quería ser un jugador profesional, sacar de la pobreza a su familia a punta de goles, de gambetas, tenía que ser responsable. Se recuperó y fue el mejor.

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El ex futbolista Nelson Gallego fue el primero en creer en él. Lo llevó con 15 años al Deportivo Independiente Medellín. Le dieron hormonas y aunque seguía siendo flaco creció y se volvió un niño normal. Le bastaron dos temporadas para ser uno de los mejores laterales del país. A los 22 años ya jugaba en Italia y le pagaban lo suficiente como para llevarse a Marcela Bello a Udine, su primer hogar en Europa. Marcela nunca jamás volvió a trabajar y Juan Guillermo vela para que nada le falte, para que viva como una reina. Es su forma de decirle que la ama, que le agradece el haberlo sacado adelante después de que esas balas perdidas de un tiroteo le hubieran quitado a su padre, el hombre que le enseñó a correr y a esconderse si quería salvar su vida. El hombre que le enseñó a patear balones de fútbol.

Davinson Sánchez

Davinson Sánchez no había nacido y ya su pueblo, Caloto, llevaba encima la cruz de la muerte. En 1991 20 indígenas del pueblo nasa en la Hacienda el Nilo, zona rural de Caloto, fueron asesinados en una sola noche. Un grupo de civiles con armas del Ejército Nacional reunió a los miembros de la comunidad, los arrodilló y los obligó a ver cómo les prendían fuego a sus ranchos. Luego los acostaron en el suelo y a uno a uno les fueron dando un disparo en la cabeza.

En abril de 2001, cuando Davinson tenía cinco años y ya jugaba en las calles destapadas de su pueblo, fueron asesinados en el asadero Rico Pollo cuatro personas. Los Sánchez, al ver que sólo en tres meses se habían presentado 21 masacres, casi todas realizadas por grupos de Autodefensa, tomaron la determinación de dejar lo que tenían y se fueron para Cali. Allí Davinson creció y a los 10 años ingresó en las divisiones inferiores del América. Siempre fue más grande, más portentoso que el resto. A los 16 años vio cómo su equipo descendía a la B. Ni siquiera en esa oportunidad, cuando estaba todo perdido, le dieron la oportunidad en el elenco escarlata.

Su vida cambiaría para siempre cuando, mientras jugaba un partido amistoso en Cali, en la gradería lo vio el técnico Juan Carlos Osorio, actual técnico de México quien acaba de vencer a Alemania en lo que es hasta el momento la sorpresa del mundial. El técnico pereirano se lo llevó a jugar con el Atlético Nacional y allí debutó con la Selección Colombia Sub 15. Davinson Sánchez ha tenido su carrera tan clara que rechazó, en el 2016, una invitación a jugar en el Barcelona B. Ese mismo año, con apenas veinte años, se convirtió en Campeón de la Copa Libertadores y fue contratado por el Ajax de Ámsterdam.

Hoy es ídolo en el Tottenham y su pase supera los USD$100 millones. Hace años no va a Caloto, pero le sigue doliendo su pueblo al que va cada vez que su exigente calendario se lo permite.

Miguel Ángel Borja

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Las calles de Tierralta, Córdoba eran un cementerio a principios de la década pasada. Las Autodefensas Unidas de Colombia, asentadas allí bajo el mando de Jorge Enrique Zamudio, alias ‘El Paisa’, quien recibía órdenes de Salvatore Mancuso, instauraban a punta de asesinatos y desapariciones el Nuevo Orden. Dos exalcaldes, un expersonero, un líder indígena, un coronel del ejército y hasta el sobrino de un obispo habían caído masacrados en la cruenta guerra que azotaba la región.

Para completar, en el 2001, las Farc realizaron uno de sus peores crímenes: asesinaron a 21 campesinos de las veredas el Manso, Zancón, La Palestina. Por esa época tenía diez años Miguel Ángel Borja y ya alegraba con sus goles las destartaladas canchas de Tierralta. Él pudo ser uno de los cientos de jóvenes que fueron reclutados por las AUC. Pero Miguel Ángel se resistió y decidió que sus 75 kilogramos de carne, sangre, huesos y sus 1.84 de estatura –que bien lo podrían convertir en un guerrero– servirían mejor para el fútbol, la pasión que lo convertiría en una de las figuras más promisorias del balompié continental.

A Miguel le decían La Zorrita en esa época y fue un crack. Hijo de doña Nicolasa Hernández, quien hacía las mejores empanadas del pueblo, combinaba el estudio y los partidos con los mandados que durante todo el día le hacía a su mamá. Además de eso Miguel trabajaba quitando, a machete limpio, la maleza que salía en las huertas.

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En la casa no querían que llegara el invierno, porque el techo era una verdadera regadera. Desde esa época, Miguel, profetizando su destino, se hizo a la idea que, marcando goles, siendo un buen jugador y ganando mucha plata como los grandes del fútbol, podía comprarle algún día una buena casa a su mamá. Y su sueño se cumplió a los 22 años cuando se convirtió en Campeón de la Copa Libertadores con Atlético Nacional de Medellín siendo el máximo goleador de ese torneo en el 2016.

Ahora, después de tantas afugias, está a punto de debutar con Colombia en un mundial de mayores. Sería el único futbolista cordobés en hacerlo. Su temporada con el Palmeiras lo convirtieron en una de los escogidos de Pekerman. Contra Japón no arrancará de titular, pero estará listo para hacerlo cuando lo requiera. Sus goles están al servicio de la Selección.

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