En el centro Colombo Americano se presenta Ximena de Valdebro con su propuesta Solo Concertina que muestra el símbolo de mantener la distancia de la propiedad privada perseguida por el invasor donde el miedo viene a ser buen protagonista. Miedo, peligro y protección son los símbolos de esta imagen que representa el cómo enfrentamos los problemas de la inseguridad de su correspondiente asecho. La artista utiliza la peligrosa imagen de la concertina. Proyecto interesante —aunque un poco repetitivo— que cuenta con una serie de 34 pinturas, tres fotografías y algunos dibujos sobre lo mismo que abarcan toda la superficie de la galería que tiene 10 metros de longitud por 2,70 metros de altura.
Esa fuerte imagen a la que, ya estamos acostumbrados a ver en los muros de las casas, en los bordes de los edificios, en los balcones, en los muros de las embajadas, es una situación de guerra. Una imagen demasiado fuerte que remplazó al alambre de púa que era más una demarcación de territorio, en tanto que la concertina, como anota la artista “es un rollo de alambre de acero del cual salen cuchillas que apuntan en direcciones opuestas y que suelen colocarse en los bordes de muros y límites entre diferentes propiedades para evitar que extraños sobrepasen e ingresen a un predio determinado”. La idea de lo propio se defiende y el sentimiento de la autoprotección aparece en el reglamento que busca defender lo privado. Sigue comentando la artista que “la imagen de fragmentos de cuchillas que se suman tiene un impacto doblemente peligroso, por una parte se multiplican atacando en diferentes direcciones reiterando su potencialidad, o por otra se cruzan multiplicando las dimensiones de su efecto de encierro o impedimento para pasar. Ganamos seguridad a costa de perder libertad afirma Zigmunt Bauman”. Se trata de mundos agresivos que la artista retoma como su único argumento mientras utiliza distintas técnicas. El método de la imagen reiterativa insiste en los símbolos violentos como nos defendemos, las maneras y los usos de la protección ante las acostumbradas versiones de la vulnerabilidad ante los violentos.
Otra versión sobre Bogotá la presenta Juan Pablo Velasco en la Galería Cero del norte de la ciudad cuyo título es Ciudades Infinitas, en la que se dedica a repetir imágenes dentro de las múltiples posibilidades de la fotografía digital. Multiplica las contingencias de una imagen mientras las manipula en su ordenador. Por ejemplo, la fachada de una iglesia queda recortada en el cielo con cuatro torres mientras en el mismo reloj cambia tiempos. O, siguiendo con el tema religioso, realiza un calidoscopio de una procesión de un Domingo de Ramos en un mundo donde la religión y sus ritos hacen parte de sus encuentros con la verdad culposa y la redención amable.
En otras fotografías que cuidan la geometría que es un argumento importante en este planteamiento —a pesar de lo muy barroco que resulten sus obras— está el registro de la piel de los afiches que, sobrepuestos y sin información, quedan pegados en los muros de la ciudad en donde todo mensaje ha perdido el texto y el contexto o, recoge las versatilidad del transeúnte en un aeropuerto. Lugar de paso donde nadie pertenece mientras las figuras de los personajes tienen su propia autonomía de vuelo o, arma un nudo de antenas con varillas que, como una megaestrella, sobrevuela la uniformidad de dos casas que, repetidas, arman el frente de un barrio. En sus fotos se entran circuitos urbanos que tienen el sentido común los símbolos de la seguridad cívica como el pare de rojo universal o el verde de los semáforos. Pero como todo cambia de lugar se pierde el sentido de la trama social.