Llegamos al hostal en Sebastián de Mariquita, un sábado, un grupo de ciclistas: Andrea y Tato, Adriana y su hijo Matías, Cesar, Felipe, Charles, Juano, Aldubar, Ulber, Edward, Jaime, William, Valery, Evidalia y Wilder. Con un calor que parecía que todo se estuviese incendiando, a 34 grados centígrados, a 460 m.s.n.m. Con el deseo de coronar Letras a 3.680 m.s.n.m. Hambrientos de cima, desafiando el monstruo. Con fuerza, pero con respeto. Con miedo, pero animados.
Con risa, pero serios. Un oxímoron, la contradicción de la que esta hecho el ser humano. Dejamos listas las ciclas, verificamos aire, herramientas parar el desvare, hidratantes, energizantes, cremas para hacer más llevadero el calambre de brazos y piernas. Al día siguiente, domingo, amaneció lloviendo. Desde el cielo los rayos alumbraban esa oscura mañana, como si los dioses y diosas de los ciclistas -Athenea diosa de la estrategia; Ares dios de la guerra; Zeus dios del cielo; Demeter diosa de la cosecha- estuviesen tomando fotos a la salida, documentando esos primeros pedaleos y haciendo uso del flash de los cielos. Encendimos linternas, nos pusimos los rompevientos y se siguió acompañado de la lluvia que iba cesando y se escurría en cada pedalazo.
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El Alto de Letras o Páramo de Letras esta a 3.677 metros sobre el nivel del mar. Es más alto que Bogotá, que La Paz (Bolivia). Respira cerca del Aconcagua (6.961m.s.n.m). Y, casi le llega al ombligo a otro Alto, es decir al Everest (8.849 m.s.n.m). Letras está más alto que El Col du Tourmalet (2.115 m.s.n.m), uno de los pasos montañosos del Tour de France.
Subiendo a Letras se experimentan varios climas, desde el cálido, el húmedo, el templado y el que quiere congelar las ideas, ya en la cima, para que no llegue nadie, es la prueba final que la montaña se ha inventado. Un Puerto de Montaña que para ascenderlo puede hacerse desde Manizales con una longitud de 28 kilómetros, con pendientes máximas de 9 y 10 porciento. Mientras que el camino desde Sebastián de Mariquita son 81 kilómetros con subidas de 12 y 13 porciento. Es un desafío para la mente, para que no se quede quieta y, para el cuerpo y su movimiento.
El primer destino al Alto de Letras es Fresno, allí uno se va animando más, el cuerpo responde y la sed que aparece es la prueba que se está enfrentando al mejor reto de un ciclista con su propia historia. El sudor es un río que se desborda por el rostro y la espalda.
El Alto de Letras puede ser la denominación que se le haga a una persona, que tiene dos características y, se convierten en sus obviedades: es alguien alto, además gustoso de las letras para leerlas y escribirlas. Aunque tiene un problema de género, pues debería tener la versión incluyente: La Alta de Letras. U otres más radicales propondrían: Le Alte de Letres. También puede uno imaginar que El Alto de Letras, su nombre, son las diferentes onomatopeyas que inician con todas las letras del abecedario, se van emitiendo por el cansancio del pedaleo en el cuerpo, se manifiesta en la cúspide, como si cada órgano involucrado hablara con un: ¡Uffff! ¡Ahhh! ¡Ouch! ¡Uhmm! ¡Buff! ¡Fuuuck! ¡Aich!. O son las curvas que mientras se trepa por la cordillera Central en la Región Andina, la carretera asfaltada va formando la letra C, la D, la J, la G, la O, la Q, la S, la U, la B acostada boca arriba. O son las montañas que adornan el bello paisaje y que a medida que se asciende se va dibujando su dificultad en forma de A, de F, de K, de M, de W, de V, de Z. Podría deberse su nombre al monólogo interior y exterior que va dejando en el aire el ciclista o la ciclista que mientras avanza, mientras se hace más difícil la pedaleada va soltando un sin número de frases, letras a veces con sentido, otras veces no tanto, como diciendo: “¡Y a mi quién putas me mandó a venir por acá!” ó “¡Está vaina está putamente dura!” ó “¡Ya no siento las hijueputas piernas!” ó, cuando se acerca a la meta y el aire escasea “¡Qué frío tan doble malparido!”
Un pedaleo, dos, veinte, quinientos, la carretera dibuja la letra S, la C, la M. El segundo destino es Padua, quien nos recibe, a los ciclistas, con una gran montaña como subiendo por un costado de la letra A, es la mitad del recorrido, estar allí es decirse: “Se puede”. Es medir las fuerzas, seguir dosificando energía. Salir de Padua es uno de los tramos más duros y extensos del recorrido. Duelen las piernas, el sol ha empezado a pintar la piel e invita a fruncir el ceño. La postura del cuerpo resiste las cimas. Los pulmones se agitan más. El corazón está a punto de salirse. Las piernas, si hablaran, dirían más letras: “No creo que estos putos órganos vayan a aguantar”.
Letras es considerado como uno de los puertos de montaña más extensos y más difíciles de subir en bicicleta, en Colombia y Latinoamérica. Cada fin de semana cientos de ciclistas de diferentes lugares de Colombia y del mundo se encuentran entre montañas pedaleando hasta alcanzar el reto: llegar. Algunos lo intentan una y otra vez. Renuncian. Desisten.
Luego, aparece el siguiente tramo, Delgaditas, hay que alistar los guantes que cubran todos los dedos, sacar de nuevo el rompevientos, hidratarse y prepararse para los últimos 14 kilómetros de ascenso. El aire no es el mismo, el cuerpo tampoco, pues los músculos van sintiendo las horas de pedaleo. El galápago estorba. Los pies mojados desean secarse y descansar. La cicla y sus engranajes se endurecen como si se congelaran. El clima inmoviliza las manos y hace que uno repita: “quién soy, de dónde vengo”, un tanto para sentir que a pesar del frío, la lluvia que ha vuelto a aparecer, y la altura, uno sigue allí, uno no se ha ido. Hay que seguir, se vino a llegar, se vino a probar que se está vivo.
La nomenclatura anuncia que queda un kilómetro para la meta, eso anima, eso hace que se inventen fuerzas para llegar, que uno se hable, que uno piense en letras y arme oraciones y se diga: “Vamos, falta poco, hacele”. Las manos ya no se sienten, agarran la dirección como en un movimiento ajeno a ellas. La boca titila y las letras salen entrecortadas.
Las piernas están en el camino a estar congeladas, como enyesadas, engatilladas. Se vislumbra un letrero que indica que se va llegado a la meta. El corazón respira y se expande más. El pulmón aumenta sus pulsaciones, se invierten las funciones de corazón y pulmón.
Luego, la sensación de haber llegado, de habitar con ese cansancio de diez horas de pedaleo, de lograr el reto, de la sed perpetua, de dejar atrás esos cielos azules, esas montañas verdes que lo que hacían era alentar el camino. Al final uno entiende que el nombre es una metáfora: El Alto de Letras o Alta es porque siempre, uno mismo, sin importar el destino tiene que animarse, tiene que inventarse arengas para llegar a la cima, a la de uno.