Emociones, paraderos e historias: misterios de TransMilenio contados por la psicóloga de los conductores

Emociones, paraderos e historias: misterios de TransMilenio contados por la psicóloga de los conductores

Trabajé entre 2022-2023 para TransMilenio. Fui contratada como instructora de formación y desarrollo. Población principal: los conductores. Esto es lo que vi

Por: Angy Galvis
noviembre 23, 2023
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Emociones, paraderos e historias: misterios de TransMilenio contados por la psicóloga de los conductores

¿Qué piensa usted de Transmilenio? Y ¿Qué piensa usted de los conductores de Transmilenio?

Algunas personas que encuesté afirman que Transmilenio es una mierda. Fue la palabra promedio en varias respuestas. Una mierda por lo lleno, por lo caro y por lo inseguro. Piensan que los operadores son groseros y abusivos. Aunque otros piensan que pobrecitos, por las jornadas, por las condiciones, por la ciudad y por trabajar en Transmilenio.

Para los que no somos de Bogotá, el carro rojo, largo y embutido de gente es un símbolo de que hemos llegado a la capital. A la ciudad de las universidades, de las localidades, de los cerros orientales, del frío y de la indiferencia tremenda. Una amiga de un pueblo de Santander me describió la escena de la gente bajando de Transmilenio de la siguiente manera: se bajan como cuando se arrean las vacas después de estar acorraladas en el campo. Esta descripción me recordó a Chaplin en Tiempos modernos, retratando el violento capitalismo. En fin, así ven los foráneos a Transmilenio.

Soy psicóloga, trabajé entre 2022-2023 en una empresa que opera para Transmilenio. Fui contratada como instructora de formación y desarrollo. Población principal: los conductores.

En el proceso aprendí muchas cosas. Aprendí que Transmilenio es un ente gestor. Lo que quiere decir que contrata concesionarios para prestar el servicio y estos contratan a los operadores. Aprendí que una cosa es ser operador zonal, es decir de carril mixto, de bus azul, naranja, verde o amarillo, que para en las calles. Y otra es ser operador troncal, de bus rojo o gris, de carril exclusivo, que para en las estaciones. Aprendí que lo humano supera los libros y las teorías. “Aprendí que no soy solo yo, que somos muchos más soñando, sintiendo, viviendo, buscando la felicidad” como dice el grupo Bahía en Te vengo a cantar. Todo eso aprendí, pero sobre lo que más aprendí fue sobre los conductores, llamados operadores.

Con los operadores debí trabajar talleres para gestionar su comportamiento. Gestionar el comportamiento, aunque suene a teoría conspirativa, es lograr que la forma de pensar y de comportarse de las personas se alinee a la organización, alienarlas de cualquier principio o idea que las ponga sobre los intereses de la compañía. Los asistentes del taller son operadores que tienen algún tipo de novedad como usar una prenda diferente a la dotación, usar celular, hablar con un pasajero y muchas más.

Cuando llegué, creí que sabía mucho, creí que entendía todo y creí que podía manejarlo todo. Me sentí como una superheroína que enfrentaba el mal. El mal, en mi fantasía, era ellos, los operadores. Lo que creí saber era básicamente lo siguiente: que la mayoría eran hombres, lo cual me intimidó. Que la mayoría eran agresivos porque las evidencias indicaban que peleaban con motociclistas, les echaban los carros encima y dejaban a la gente donde se les daba gana y que se quejaban de todo. Esto último porque algunos compañeros me lo señalaron.

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Transmilenio, Foto: leonel cordero

El trabajo era más o menos así. Tuve de dos a cuatro horas para hacer el milagro que Transmilenio esperaba. Unos operadores bien portados, que condujeran sin novedad. Que no se distrajeran. Que fueran tolerantes con los usuarios. Que no discutieran. Que no se enfermaran. Que no se quejaran. Las máquinas perfectas. Los talleres sucedieron, por lo general, en la tarde. Cuando llegaba a la sala, la mayoría ya estaba. Ante lo desconocido siempre asumo una actitud defensiva, seria y puntual. Ellos lo notaron y respondieron con reciprocidad.

Yo no sé qué hago aquí, esto es una perdedera de tiempo. Me dijeron. Desde que llegaba notaba sus miradas atentas como escaneándome. Según mis prejuicios me enfrentaba a un auditorio hostil y beligerante. Al principio como quien tantea el terreno me observaron y me dijeron cosas como Desde el escritorio todo es fácil. Siempre nos dicen que las cosas van a mejorar y no pasa nada.

Si tienen la oportunidad se desparpajaban en un rosario de quejas, que podía nunca acabar. Que el usuario, que la empresa, que los horarios, que Transmilenio, que el salario, que la silla, que las calles, que la gente, que la vida. Me sentí en un terreno árido, en el que todos tienen sed y no hay agua en miles de kilómetros para abastecer.

Iniciamos los encuentros con juegos, actividades de estimulación cognitiva. Los puse a contar, a moverse, a interactuar. En los juegos, se reían a carcajadas. Si era uno de atención al principio se equivocaban mucho. Empezaron a ponerse apodos y a jugar. Me pareció que ya no eran hombres serios, malhumorados. Más bien niños que llevan días en la casa encerrados.

Mi barrera psicológica empezó a ceder. Después de los juegos, les pregunté sobre la operación, sobre sus vidas, sobre Bogotá. Me asombró la espontaneidad de sus respuestas. Generalmente respondieron con una historia con el usuario.

El día que robaron el bus, unos usuarios se me fueron encima porque pensaron que yo era cómplice. Que por qué les había abierto, pero si no abro. Que por qué no hago las paradas.

La historia con el motociclista. El man venía al lado mío y se adelantó por la derecha, yo me fui a orillar a recoger un pasajero y qué problema, no se quedó quieto hasta que me rompió el bus. Y así, mil historias. En esos momentos de tantas historias se formaba como una especie de alabanza en la que todos comprendían lo que sentía el otro y respondían como en las iglesias cuando los feligreses aceptan lo que enuncia el pastor con un ¡Amén!

Me rio cuando hablan de los usuarios porque piden la parada del bus mientras buscan la tarjeta. De cuando ponen la tarjeta para pasar el torniquete y sale “saldo insuficiente” e insisten para ver como dicen ellos¾ si por arte de magia se recarga. Me rio porque yo he sido esa usuaria. Lo confesé y se reían. Nos reímos todos. Pero, para ellos es molesto, les hace perder tiempo en esas rutas tan ajustadas. Además, los hace sentir como si la gente no valorara su trabajo.

La mayoría trabaja en eso porque les gusta. Y como yo. Usan una fachada de roble para lucir distantes e invulnerables. Por ejemplo, don Tito, un hombre bajo y delgado, algo rubio y malencarado. Expresa sus ideas con claridad y contundencia, el resto calla. Habla casi siempre en tono de sarcasmo y con una sonrisa irónica. Al mejor estilo de Armando con su eterno enemigo Daniel en “Betty la fea”. Cuando cometí el error de preguntarle cómo estaba. Me respondió ¾Bien, muy bien con esos buses que ni frenan y con todo el mundo mirándome como abeja reina recién coronada. Tenía claro lo que le molestaba. El trato distante y frío de la gente en general.

Los usuarios los insultan porque no se desvían antes del trancón, o porque van muy rápido o porque van muy lento. También por el trato arbitrario de la empresa, no los escucha y no los cuida. Cuando hablo de Transmilenio el malestar se acentúa más, se enrojece y dice: ¾Esos sí que nos tratan como una cosa de quitar y poner. Dicho por don Tito ¾Somos el trapo viejo de la ciudad.

Los operadores trabajan en jornadas laborales rotativas. Una semana pueden madrugar e iniciar en lo que ellos llaman la primera tabla, lo que quiere decir que es el primer bus en servicio de la ruta asignada. Si les toca la primera tabla dependiendo de la distancia entre el centro de operación y sus casas, se deben despertar a la medianoche o una de la mañana. Si les toca la última tabla, es decir, el último servicio de bus, a esa hora están llegando a la casa.

Hay algo que se llama turno “payaso”. En su programación tienen tablas en la mañana, luego un espacio de “descanso” de dos o tal vez más horas y retoman. Los espacios en los que “descansan” muchas veces no tienen baños o restaurante o zona de recreación. Si hay una ocupación en la que la gente se alimenta mal es en la conducción. Comen en las tiendas, en los semáforos, en el piso, a deshoras. Son lugares que parece que ya no fueran parte de la ciudad como El Uval, Aguas Claras, Tierra Buena, Cerronorte. Lugares que son como Barrios desolados, a los que solo llega el operador del SITP.

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Transmilenio, foto: Leonel Cordero

Para ellos el turno “payaso” es el peor, porque salen temprano de sus casas y llegan muy tarde. Tienen los ciclos de sueño alterados. Algunos pueden conciliar el sueño sin problema, independiente de la programación. A otros, los cambios de turno cada semana o cada quince días les cambia hasta el genio. Muchas veces llegan a los talleres a dormir o irritados por tener que estar ahí.

 En el mundo parece que las condiciones de los conductores de transporte público no son mejores.

En marzo de este año el gremio de conductores de Londres realizó una huelga que paralizó la ciudad. Exigían mejores condiciones salariales y laborales al Estado. En Chile, Perú y Brasil no hay mayor diferencia. Las jornadas laborales son extensas, tienen tiempos reducidos para la alimentación y “descansan” dentro de sus vehículos, porque tampoco hay espacios adecuados para las pausas.

Si hay algo que les duele a los operadores es la indiferencia con la que los tratan. ¾Nos echan la culpa de todo. Yo ya no ayudo a nadie, es mejor, siempre pasa algo y sale uno embalado. ¾Salgo con la mejor actitud, pero es que nunca falta el que se pasa. Hay un letrero al lado de los conductores que dice: Prohibido hablar con el conductor. El tema es que si trasgredimos esa prohibición el afectado es el operador. En los talleres tuve a varios que los sancionaron por ayudar a alguien con una dirección o por responder a una pregunta.

Javier es firme en este tema, con sus veintitantos, su acento medio rolo, medio tolimense y su corte tipo militar, defiende decididamente su idea de que a él lo contrataron para manejar. A pesar de mis cuestionamientos o los de sus compañeros. Actúa firme en su no. ¾Si recojo un viejito y se cae el problema es para mí. ¾Si dejo a alguien en otro lado que no sea el paradero, el problema es para mí. ¾A mí nadie me va a ayudar o me va a completar el mercado. En contraste, la mayoría dice que siempre van a ayudar.

Pacho es uno. Con su acento costeño, delgado Ajá y su fuera tu mamá, siempre hay que pensar en eso papi. Tanto Javier como Pacho tienen seguidores y detractores. Lo complejo es que el sistema parece estar más diseñado para reforzar a los Javieres. La malla vial no ayuda, el comportamiento de la gente no ayuda, las sanciones de Transmilenio no ayudan. Y de todo eso hablan en los talleres. Ellos consideran que Transmilenio no los ayuda. Solo los señala y castiga. El rol de Transmilenio debería ser el de sensibilizar, el de respaldar.

En uno de los talleres hablamos sobre una nueva política que exigía parar en todos los paraderos, pero desalimentar en los paraderos que la ruta siempre lo había hecho. Cuando salió ese nuevo lineamiento llegaron muchos por omisión de paradero. Indignados porque los usuarios se molestaban porque no pararan cuando se los solicitaban. Porque el problema era para ellos y porque Transmilenio no había hecho nada para comunicarles a los usuarios la nueva política.

Una vez me contaron que estaban formando un nuevo sindicato. Que tenían un pliego de peticiones, pero nadie los escuchaba. Semanas después realizaron un bloqueo de portales y la respuesta de Transmilenio, de la alcaldía, de la empresa fue llamar a la Policía y al Esmad. Ellos no querían pelear, querían hablar.

Vi cómo les echaban agua, los empujaban. El abogado de la empresa los intimidaba. Esto va a tener consecuencia para ustedes decía. Al final a punta de policía y de amedrentarlos desbloquearon el portal. Desconozco lo que pasó después, si hubo sanciones o despidos, pero sí sé que las condiciones por las que reclaman no han cambiado. En general, están ansiosos por ser escuchados.

William es muy particular, mientras escribo recuerdo su ceño fruncido, su quizá metro ochenta de estatura y su piel oscura. No sonríe mucho. Tiene los dientes cariados. Habla poco, pero cuando lo hace es en tono de ironía. Nunca cuenta sobre su vida personal. Es hermético y observador. Se ve cansado y hasta un poco resignado. Me da la impresión de que no habla por eso, por resignación.

Cuando se siente en confianza hace chistes y cuando sonríe a mí me parece que tiene la sonrisa más linda, por honesta y tranquila. Creo que él, así como muchos encontraron en estos espacios un lugar seguro. En el que no tenían que defenderse, ni atacar. Willian está casado y tiene tres hijos. En su casa es el proveedor principal. Su perfil es el de la mayoría. Son casados o conviven en unión libre, son padres y proveedores principales en sus casas. Cargan con la tremenda responsabilidad de ser hombres, en esta sociedad machista y analfabeta emocional.

Las necesidades son distintas. Por ejemplo, los operadores troncales tienen un salario que para ellos están bien, pero no tienen tiempo. Cuando el sistema estuvo en crisis afrontaron la mayor carga laboral. No salen a vacaciones, tienen jornadas laborales muy extensas. Estas incluyen rutas como la siguiente: tabla desde Portal Américas y luego trasladarse hasta la estación terminal a iniciar otra ruta, sin que ese tiempo sea considerado dentro de su jornada. Pasan hasta 15 días sin descansar y cuando descansan afirman que eso no es descanso. Es un cambio de turno porque ese día terminan tabla tarde y llegan a la casa a las doce o una de la mañana.

Los operadores son responsables de muchas vidas, cientos de vidas. En algunos gremios es diferente. Para el caso de los pilotos de avión, no pueden operar más de 8 horas al día y si operan 10 deben de tener un segundo piloto.

Por seguridad y por la afectación en las capacidades laborales al trabajar más, el gremio tiene estas restricciones. No pasa igual con los conductores de bus. Ellos exigen condiciones similares, porque ya les ha pasado que, por la carga, por las preocupaciones, por la demanda de la tarea han tenido accidentes o han visto afectada su salud. Desde cosas leves como no parar en una estación programada.

Estaba muy cansado pensativo y me pasé la estación. Me di cuenta porque los usuarios empezaron a rellenarme. Me dijo Javier en uno de los talleres. Hasta cosas más delicadas como omitir un semáforo en rojo y atropellar a un ciclista, accidentes y novedades. Profe, uno no es bobo, si uno se pasa el semáforo en rojo o un pare no es porque es un irresponsable. Es porque muchas veces no los vemos, están tapados o estamos atareados con tanta cosa-. Muchas veces estas novedades pasan por agotamiento físico y mental, por eso el salario no es lo único que demandan, también tiempo y descanso.

Cuando hablamos de emociones, les parece un lenguaje encriptado, que además les incomoda. Escuchan la expresión amor propio y les suena cursi, distante. Dicen ay, ay, ay, amor. El único amor que conozco es el de Dios. O incluso alguno señala incrédulo El amor no existe. Asumen tonos burlescos, hacen chistes entre ellos. Te amo decía alguno mientras miraba a un compañero y hacia un gesto afeminado.

Es salud mental, es salud emocional. En uno de los primeros talleres, Jair fue la sensación. La razón, había sido apuñalado en una pierna por otro compañero. Me contó: Profe, lo que hice fue decirle que recogiera gente, que no pasara derecho y al terminar la ruta, tomé su puñalada. ¾ Cuando discutimos por qué pudo haber reaccionado así, mencionan la presión. Tienen unos tiempos determinados para cada ruta y cuando no los cumplen empiezan a reportarlos. Sumado a la gente, a la lluvia, a la ciudad. Su estado de ánimo se empieza a alterar hasta que estallan.

Los operadores representan dos grandes grupos de hombres: el latinoamericano y el trabajador asalariado. Sus metas, por lo general, se relacionan con tener una vivienda propia y brindarles educación a sus hijos. Nada fácil en sus condiciones laborales: contratos a términos indefinidos, salarios que superan un poco más del mínimo y son variables. En sus ingresos tienen algo que se llama bono operacional. Les dicen que no hace parte del salario. Para ellos no es así, 20 pesos cuentan.

Una vez escuché a un operador hablar con su pareja, le habían hecho un descuento. Le decía en tono de molestia Necesito que me ayude, que pellizque a los pelados. Para mí hay preocupación, quizá desespero. Lo complicado es que el bono tiene descuento según las novedades y una novedad puede ser desde omitir un pare, hasta usar una gorra. Como les indignan las novedades.

Carlos, por ejemplo, es un personaje, escritor, costeño, accesible, tranquilo. Tiene una condición en la piel y debe utilizar gorra. Lo vi llegar varias veces al taller con malestar. Reportaba y reportaba su enfermedad y la novedad no le paraba de llegar. No le descuentan, pero tener que llevar los comprobantes cada tanto, le genera mucha molestia.

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Transmilenio, Centro de Bogotá. Foto: Leonel Cordero

También hay mujeres, muy pocas. En los talleres son calladas o asumen ademanes y tonos bruscos. Lady estuvo en dos o tres talleres Aquí toca ser uno más. A mí me han dicho que me vaya a cocinar, a cuidar a los niños y si uno no los encara ahí los tiene. Algunas me hablan de acoso, de exclusión, de machismo. Cada vez hay más, pero los hombres son muchos. Las condiciones para ellas son las mismas con la variante de la Violencia de Género. No me detengo más porque trabajé con pocas mujeres.

Por su forma de hablar, por su forma de gestionar lo personal y lo laboral, los hombres hablan de ira, al hablar de las emociones. Es la emoción que más validan y naturalizan. Tal vez porque reafirma su hombría, su fuerza. Cuando hablan de la tristeza, la describen como un ente Profe, yo no puedo llorar, es que ni me gusta. No sirve estar triste, hay que echar p’alante. Se sienten responsables no solo de proveer, si no de sostener, cuando muchas veces ni pueden con ellos mismos. Un par de veces alguno esperó al final del taller para decir, para contar y para llorar.

Durante varias sesiones realicé una actividad llamada “la rueda de la vida”. En ella se evalúan ocho áreas de funcionamiento en las personas, familia, amigos, desarrollo personal, trabajo, dinero, amor y salud. En promedio, encontré que el ocio para ellos es un lujo y una pérdida de tiempo. La familia es todo. En nombre de la familia sacrifican hasta su propia vida.

El amor, el compañero cursi y desconocido. El dinero, el anhelado presente, pero eterno ausente. Los amigos, en muchos casos, lo que más disfrutan, pero ceñidos a la realidad muchas veces tampoco tienen tiempo. La salud, poder respirar y trabajar. El trabajo, el eterno amigo-enemigo, muchos realmente disfrutan el trabajo, pero sufren las condiciones. Y el desarrollo personal, ¿qué es eso? A muchos les tenía que explicar de qué se trataba. Les explicaba que no tenía que ver con el trabajo, que era con lo que lo asocian. Que el desarrollo personal se relaciona con la calidad de vida, con el bienestar.

Martha Nussbaum dice en su libro Teoría de las capacidades: El desarrollo humano se trata de una vida buena, larga y con sentido, se relaciona con la dignidad humana. Nussbaum también dice que los países en vía de desarrollo, en pocas palabras, la tenemos más o menos imposible, porque la vida se nos va en conseguir lo básico, en sobrevivir. Sin podernos ocupar en otras capacidades que plantea como el pensamiento crítico, la interacción con la naturaleza y otras especies.

Si les pregunta cómo se sentían con sus vidas, dicen: Bien, gracias a Dios, puedo levantarme a trabajar. Respuestas limitadas por el contexto y distorsionadas por lo que consideran normal, al no conocer otras posibilidades. El desarrollo personal fue el área más difícil de explicar. Don Gilberto, un hombre, delgado, blanco, de más de 60, tranquilo y pausado al hablar agradeció el ejercicio y me dijo: He estado enfermo, inquieto, no sé muy bien qué hacer, pero ya con la rueda sé en qué me puedo concentrar.

Con el tiempo me descubrí siendo parte de ellos. Entendí que las cosas, en efecto, no van a mejorar. Ellos ya lo saben, yo apenas lo estoy aprendiendo. Decidí, entonces, tomar otro enfoque. Otro en el que aprendieran a dignificar sus condiciones, a mantenerse exigentes.

Pero, también a que disfrutaran el proceso. Les dije que si el carro no estaba en condiciones óptimas no operaran. Que no naturalicen que les negaran permiso para sus citas médicas o sus eventos más importantes. Que se apoyaran entre ellos. Que exigieran condiciones mínimas de seguridad en los buses, en los recorridos. Suelo pensar que si el gerente o mi jefe me hubieran escuchado me habrían echado porque lejos de alinear a los operadores, los estaba animando a dignificar sus condiciones. Cuando entendí la dinámica, empezamos hacer ejercicios de autogestión y conocimiento, no para la operación, para la vida.

Los operadores no son un grupo homogéneo. No se pueden clasificar por sus características sociodemográficas. En una actividad que hicimos sobre las frases que los representan. Don Humberto, un señor ya mayor como de 65 años, bajo, moreno, con rasgos indígenas me dijo que la frase que utiliza todos los días es ¡A sufrir! Me impactó y me hizo entender cómo veía la vida. Pero, hay otros que, por sus recursos psicológicos, más que emocionales, asumen una postura más tranquila Yo no me estreso, que suban, que bajen, que se colen, que se quejen.

Otros son beligerantes, activos, cuestionan, no tragan entero. Y todos ellos, me parecen sumamente inteligentes, porque incluso en condiciones complejas, como la infraestructura vial, el trato de la gente, de los jefes, de Transmilenio, prestan un servicio esencial en Bogotá. Sus caras, su trato es de personas que disfrutan su trabajo. Como todos tienen una vida que sobrellevar. Aunque lo que vemos a veces sea una careta, porque se sienten machacados.

Los operadores no son mansas palomas que transitan por la ciudad. También, y lo tengo claro manipulan el discurso, tergiversan las situaciones. La manera en que lo veo es que como diría Darwin: “o se adaptan o desaparecen”. Hacen parte de una cadena alimenticia en la que tienen claro que pueden ser depredados y actúan en consecuencia. Ellos son lo que son por lo que fueron con ellos.

Esos talleres fueron una terapia grupal. Un grupo de apoyo para ellos, pero también para mí. Eran espacios seguros, genuinos. Ellos lo sabían porque decían lo que querían, como querían. Porque nos escuchábamos. Porque al mejor estilo de Alcolirykoz coreábamos “Estoy pensando quedarme a vivir en este beat. También me gustaría elegir dónde morir. Un buen fin, el fin del afán. Un buen fin, el fin del afán”. Y con esa energía se iban con la certeza de que las cosas no iban a cambiar, pero con el alivio de saber que no estaban solos en esta dura tarea.  

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