Hoy me levanté muy temprano a estudiar, luego a trabajar y ya hacia el final del día vi por primera vez esta semana las noticias. Mientras leía se me escurrían las lágrimas.
Hallé innumerables reportes de muertos, heridos y desaparecidos; entonces salí a la terraza de mi casa, alcé una plegaria al cielo en medio del ruido de los helicópteros y bajé a mi habitación a secarme con una toalla del diluvio que me ahogaba. Tomé aire y respiré hondo, me metí a la cocina a hacer la comida y ahí desapareció todo.
Se me olvidó por unos minutos que estaba triste. Mi hermano contó un chiste y yo sonreí, después lo entendí y me revolqué sobre mi cama dando arcadas de las carcajadas. Iban a ser las diez, hora de dormir. Apagamos la luz, apenas se oía un helicóptero a lo lejos. No tenía sueño.
En los videos aparecían verdugos grabados con un celular, se oían voces que pedían auxilio, gritos, hijueputazos, pero antes, mucho antes, la detonación de un arma. La tristeza que había olvidado volvió junto a una sensación de eternidad en el estómago.
Me levanté de un salto y abrí la ventana. A los helicópteros que pasaban les grité "¡hijueputas!, ¡hijueputas!, ¡hijueputas!" y luego me escondí. Cada latido me quebraba el esternón, no conseguía respirar, me acurruqué contra la pared y me estremeció el frío, creí por un momento que había muerto.
Con un increíble esfuerzo me puse de pie. Me acosté de nuevo y logré conciliar el sueño, mientras pensaba en el desayuno del otro día.