Corría mediados de abril cuando Alberto Carrasquilla, el entonces ministro de Hacienda, en diálogo con la periodista Vicky Dávila, aseguraba que el precio de una docena de huevos era de $1.800 dependiendo de la calidad del mismo. Esto se convertiría en la caja de pandora de una verdad que viene golpeando a Colombia desde siempre, y es que los que están en poder, independientemente de su afiliación política, viven en una burbuja de comodidad desde la cual gobiernan restándole valor a la realidad de la mayoría del pueblo colombiano.
Un hecho que me causa aún indignación, además de la respuesta del exministro, es como entre risas, la periodista Vicky Dávila advierte y recalca "no tener la menor idea" del precio de la docena de huevos, y que el ministro no tenía por qué preocuparse por eso. ¿Se darían cuenta de que a la mayoría del pueblo colombiano le toca vivir a costa de las cuentas de salarios ajustados?
El caso del precio del huevo fue un motivo de conciencia para un pueblo que necesita gobernantes empapados de pueblo y no, esto no significa populismo o comunismo, significa ser conscientes, por lo menos de quedarse callado y no reírse si no sabes cuánto cuesta una docena de huevos.
Recientemente el país se encuentra en polémica por una porción de pizza, sí, esta vez por una porción de pizza. Y es que hace muy poco se dio a conocer la denuncia de un joven, identificado como Pablo Matiz, quien aseguró que María Alejandra Silva, cofundadora de Buró, le negó un pedazo de pizza a un trabajador de logística, e incluso se negó a que Matiz le diera pizza que había sobrado al operador.
La respuesta de la cofundadora de Buró no pudo ser peor que otra, al decir que "no puede alimentar al personal vinculado con proveedores"; en otras palabras, como no era responsabilidad de ella el operador, no comería pizza, desatándose la polémica e incluso revelándose múltiples denuncias por la forma de tratar de dicha persona.
Entonces, ¿qué tiene que ver el huevo y la pizza? Aunque parecen dos cuestiones totalmente distintas, me hace recordar cuando hace unos años, en mi primer semestre de universidad, había intentado presentarme en una convocatoria del canal de televisión que tenía el programa de periodismo. Recuerdo que fui el último, y luego de presentar algunas pruebas, me dijeron que esperara sentado mientras ellos definían quienes quedaban y quienes no. También dijeron que estuviera tranquilo, que yo seguro quedaba pero que tenía que esperar; me encontraba solo y se podía escuchar algunas voces de burla desde el fondo sobre la forma de vestir de algunos de los que se presentaron, me causó tanta indignación que me fui dando gritos.
Con el tiempo, al comentar lo que había sucedido, la mayoría de las personas (a excepción de mis padres), me decían que había desperdiciado una gran oportunidad y que en la vida las cosas eran así, y puede que sea cierto, la vida es así, pero no todos somos así, y es que a diferencia de los dos últimos casos, a Vicky y a Carrasquilla se les olvidó que estaban hablando delante de todo el país. Aunque realmente tengo mis dudas, quizás los olvidados éramos nosotros, la gente que vive ajustada, el joven preocupado porque alguien comiera algo, el primíparo indignado, los jóvenes sin oportunidades, la corrupción, las mentiras de los políticos; toda una crónica de una muerte anunciada de aquellos que se olvidan de los que no tienen voz o, bueno, creían no tenerla.