“Santos le entregó el país a la guerrilla”, estas son palabras que se escuchan en los pasillos de Colombia luego de que el expresidente colombiano Juan Manuel Santos lograra después de 50 años un acuerdo de paz con la guerrilla, quizás la más grande y con más trayectoria sobre el suelo nacional. Muchas eran las expectativas que se tenían con este acuerdo, ya que después de 8 años de intensa lucha de ires y venires entre el gobierno y los lideres del secretariado de esta guerrilla se estableciera un acuerdo de entrega de armas, cese al fuego definitivo y reparación total.
Por fin se llegó el gran día, el 26 de septiembre de 2016 se firma el acuerdo de paz, este después de haber pasado por diferentes entes internacionales llega a la mesa de los negociadores para ser firmado, lo que el 49,8% de colombianos esperaban y lo que para el 50,2% era el rendimiento y humillación de Colombia frente a una fuerza revolucionaria. Hoy después de casi tres años de acuerdos, el 29 de agosto de 2019 el pueblo cafetero se levanta con una desfavorable noticia, que los medios nacionales e internacionales transmitían como un trofeo nacional; donde se anunciaba que un pequeño grupo de exguerrilleros disidentes de las Farc-Ep en cabeza de Luciano Marín Arango, alias Iván Márquez, y de Seuxis Paucias Hernández Solarte, alias Jesús Santrich, decidían nuevamente retomar el camino de las armas, la insurgencia y de la sangre, regresando a las montañas de Colombia.
Las cifras del plebiscito nombradas anteriormente nos muestran a un país divido, donde infortunadamente ganó la guerra e indiferencia, más de la mitad de los colombianos prefirió continuar con un legado de guerra y de destrucción, para algunas personas quizás fue entregar el país a la delincuencia, pero para otros fue un acto de perdón y de reconciliación entre hermanos.
En 50 años de conflicto armado han sido innumerables las pérdidas humanas, ambientales y materiales que hemos tenido que sobrellevar, las más recordadas por su alto índice de crueldad y de maldad perpetradas por la guerrilla fueron: la Masacre de La Chinita en enero de 1994, la Masacre de Río Manso en mayo de 2001, la Masacre de Bojayá en mayo de 2002 y la Masacres de los indígenas Awá en Nariño de 2009, estas sin nombrar las masacres de las Bacrim ni la de los paramilitares que lograron una falsa desmovilización en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Con la llegada de Iván Duque y del Centro Democrático al poder temblaron los cimientos del acuerdo firmado, dado que una de las banderas de su partido es la mano dura, cero impunidad y condescendía con cada uno de los grupos armados. Desde el primer día de presidencia ya todos los colombianos sabíamos qué iba a pasar. Se veía venir que el presidente de Colombia iba a manipular y tratar de destruir cada letra pactada y firmada en el papel. A partir de ahí automáticamente se reactivaron los asesinatos de líderes sociales, excombatientes de guerra y población civil, tanto así que al día de hoy según estadísticas de Indepaz desde enero y “hasta el 11 de septiembre de 2019 han sido asesinados 155 líderes y defensores de DD. HH. en 89 municipios del país”, infortunadamente estas son solo las cifras que se reportan ante los entes gubernamentales encargados, dado que algunos de estos crímenes pudieron perpetuarse es zonas muy aisladas del casco urbano o en su defecto lugares donde los medios de comunicación no alcanzan a ser lo suficientemente efectivos y no están entrelazados con la realidad.
Aunque nos cueste trabajo creer que en nuestro país en pleno siglo XXI todavía existen lugares olvidados, hundidos en pobreza extrema, ricos en humanidad, recursos naturales y explotados en su maravilloso ser, mientras unos creen que la violencia se erradica con más violencia, mientras que los más pobres son los que ponen los muertos, mientras hay unos que ofrecen guerra de dientes para afuera, hay otros colombianos en los rincones más profundos de la tierra que sufren la guerra a diario, que se levantan dando gracias a Dios por un día más de vida; si ese mismo colombiano es el que hoy súplica y grita al mundo entero que no se derrame una gota más de sangre.
¡Se veía venir!