Crónica de una avalancha anunciada

Crónica de una avalancha anunciada

"El miedo se apoderó de su población"

Por: Juan Camilo Rey García
mayo 13, 2015
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Crónica de una avalancha anunciada
Imagen Nota Ciudadana

Volvió la pesadilla del terremoto en Nepal. 7,3 fue su registro. El miedo se apoderó de su población. Más muerto y heridos. Nadie lo esperaba. Nadie estaba preparado. Un desastre sin precedente. Me pregunto: ¿Colombia está preparada? Porque una situación parecida podría ocurrir en nuestro territorio. Ya pasó en Armenia. Para este caso, en Villavicencio corrió el rumor de que la represa de Chingaza había fallado; el agua y el lodo eran una avalancha. Esta es la historia de esa noche de diciembre de 2011.

Sábado en la noche. El cielo es tan oscuro que no hay luna que ilumine, tan sombrío es el ambiente, que asusta, pero tal vez soy yo, trastornado, con un poco de miedo, como sí la noche estuviese en contra mía.

Me siento mal por ir a las artesanías en lugar de despedir a mi profesor de matemáticas, cuya muerte fue inesperada, pero no me gustan los funerales, de todos modos pensé en eso. Al estar en la feria artesanal, mi hermana Laura, ya tiene la costumbre de comprar inciensos, mientras mi mamá y yo miramos la mercancía. No hay algo que sorprenda y tampoco es que haya mucha plata, ella no se decidió por nada y yo solo opte por comprarme una camiseta, luego sin pensarlo más, nos fuimos para la casa.

Al llegar a mi hogar, notamos que no había luz, así que me toco ir a comprar unas velas y encenderlas para iluminar nuestro espacio de tertulia.

Ese día mi papá no estuvo en la casa, porque asistió a una fiesta que organizó la gobernación del Meta para sus empleados, así que solo éramos tres y una mota tierna y especial que nos defendía con ladridos; jugando con él y hablando entre nosotros, pasó el tiempo y la luz regreso. Ya era tarde, así que el sueño nos ganó y cada quién se fue dormir.

Cuando me acuesto en la cama, como todas las noches, mi mente no se calla y solo queda esperar a que esa voz me guíe a soñar, pero no es así. Perdido en mis pensamientos, de repente escucho un alboroto, era como el sonido de una típica pelea, en que todos gritan y corren, además del llanto que nunca puede faltar; era solo un ruido, no le mostré mucha importancia, pues esto suele pasar y más en un fin de semana cuando el alcohol deshace lo bueno del ser humano.

Golpean duro la ventana de la habitación de mis padres y mi mamá asustada se levanta de la cama y se dirige a ver qué pasa. Ese estruendo que causa preocupación, proviene de una vecina, que con desesperación grita: ¡se vino el Chingaza!

Jamás había presenciado algo así, mis piernas temblaron del susto, Salí corriendo a buscar a mi perro, no sé cómo no se acordaron de él, pero después de tenerlo en mis manos, fui el último en salir a la calle y pude ver cómo la gente lloraba e intentaba salvar lo que pudiera, como salían de sus casas gritando y corriendo como si este fuese el apocalipsis.

Por suerte mi papá dejó el carro esa noche, un spring modelo 90 qué fue de gran ayuda, por qué la vecina de al frente no sabía qué hacer con su niño, pero sabe conducir y es lo que necesitamos, así que todos nos subimos de inmediato al auto y arranco tan rápido qué borro el silencio, dejándonos solo con la angustia del momento.

Más adelante nos encontramos con un amigo de mi hermana que iba con la mamá y entonces le dimos el aventón, éramos siete personas y un perro dentro de ese auto, unos encima de otros, sin importar la situación del momento, solo queríamos salvar nuestras vidas.

Al llegar a la avenida, era el caos total, parecía una autopista de Bogotá en plena hora pico, solo que aquí el tiempo corría más rápido y el afán era necesario.

Todos asustados, el ruido de la gente y de los carros, el calor y esa desesperante obligación de esperar, cuando lo único que uno quería hacer era moverse, irse lejos, sentir que con cada paso es una posibilidad más de vivir, porque en la espera, aunque aún el chingaza no diera sus señales, nos estábamos muriendo.

El proceso era lento, la gente que ya no tenía la paciencia para esperar, se bajan de sus carros y salen corriendo, la situación se lleva la inteligencia, no hay nada coherente con lo que sucede, no hay ni siquiera un plan de evacuación, todos actúan como quieren y cuando no hay orden, el sistema colapsa.

Una calle, la más importante en ese momento, quizá la única que nos lleva a un lugar seguro, pero para tomar esa vía, hay carros que vienen subiendo y bajando de la avenida en que me encuentro, lo que es imposible tomar esa carretera, pero es nuestra única esperanza.

Ya podrán imaginar lo que estoy viviendo, así que en medio de la espera uno se pone a pensar en algunas cosas, en seres queridos claro, pero también en lo que sucede, y yo miraba alrededor, y veía todo como si fuese en cámara lenta.

Las personas se vuelven egoístas, le dan su espalda a la familia y a sus amigos, les importa más salvar lo material, que aquel valor sentimental que de seguro durará más que un televisor, no sé por qué estas situaciones nos vuelven así, tan malos, cuando en un carro pueden caber muchas personas, no más les pongo de ejemplo en el que iba, pero era triste ver como en algunos carros, llenos de un pensamiento materialista, prefieren llevar hasta la nevera, que ayudar aquellos que no sabían salir de ese reloj de arena.

Logramos tomar la carretera del anillo vial, esa que nombre como la salida de este apocalipsis, poco a poco avanzamos y no sé por qué nadie miro la hora, me dio por preguntar, ¿no debería ya de estar esto inundado? No veo agua y llevamos horas tratando de salir. Algo andaba mal. La vecina, mamá del amigo de mi hermana, llamo a su esposo, no sé en que trabaja pero al parecer nos sacaría de dudas.

Es cierto, no estamos preparados para un desastre de las magnitudes de Nepal. Lo que ocurrió en mi ciudad no fue un simulacro. Si hubiera ocurrido estaríamos lamentando las miles de muertes. No quedó como una lección, tan solo es un mal recuerdo, un chascarrillo, una broma de mal gusto. Es mejor estar listos, prepararnos para un eventual desastre. Esa es la moraleja que deja.

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