Después de su última y fallida entrevista de trabajo, Henry Dussan sabe que la situación no puede ser más preocupante. Terminó sus estudios como técnico en administración de empresas agropecuarias en 2009, conformó una familia y en la actualidad tiene dos hijos, 9 y 10 años. Llegó a Ibagué desplazado por el conflicto armado luego de vivir durante su infancia en una lejana población del Caquetá. Por fortuna, con el tiempo logró superar, al menos en parte, ese episodio en su vida; pero hoy tiene que vivir nuevamente un panorama de angustia, que si bien no se asemeja a la que tuvo que padecer durante las épocas violentas, no deja de resultarle triste, pero sobre todo preocupante.
Henry y su familia viven hacinados en un pequeño apartamento de dos habitaciones, muy oscuro, sin cocina, con baños compartidos, ubicado en un inquilinato sobre la calle 20 con carrera tercera de Ibagué, donde pagan $350.000 de arriendo al mes. Al llegar se percibe olor a humedad y a humo de cigarrillo que a su vez sirve de camuflaje para otros olores como el del bazuco y la marihuana. Pese a que su esposa se esmera por mantener en estado de orden y limpieza la vivienda, nos explica que se debe a que los vecinos, entre los que se encuentran vendedores ambulantes, trabajadoras sexuales, coteros y personas que consumen alucinógenos. Dentro de aquel recinto lúgubre, cuya estructura y arquitectura permiten inferir que fue construido hace más de cinco décadas, le dan rienda suelta a sus hábitos y vicios.
Claudia, su esposa, una mujer de 23 años, amable, sonriente, de piel trigueña y ojos negros brillantes que reflejan la tristeza que produce vivir en condiciones tan adversas, lo recibe con efusividad al tiempo que le pregunta cómo le fue en su décimo cuarto intento por conseguir empleo durante los últimos once meses. Las noticias no son buenas, las oportunidades son escasas y al momento de aspirar a algún cargo siempre hay candidatos más preparados y con mejor experiencia. Esta vez Henry tuvo que volver a casa un poco más preocupado que antes, pero con las esperanzas puestas en que todo va mejorar. No es para menos, la situación es grave, los ahorros obtenidos durante cortos períodos de ocupación se agotan y las posibilidades de conseguir un empleo de manera rápida también. Las deudas lo aquejan a tal punto que ya está pensando en buscar un sitio más económico donde vivir, pues las facturas y el valor del arriendo son obligaciones financieras insostenibles para un hombre que lleva 324 días sin empleo en una ciudad con indicadores que señalan que hay más de 40 mil personas sin ocupación.
Hoy, el almuerzo serán lentejas y arroz, no hay más. Han tenido que vivir de la caridad de la familia de Claudia, de las ayudas gubernamentales que reciben sus dos pequeños hijos y de algunos ahorros. Henry, ocasionalmente hace turnos en una construcción cercana, pero sus problemas de columna vertebral le impiden trabajar con regularidad en el único sector en el que tal vez aún hay oferta de empleo permanente en la ciudad. Por su parte, Claudia obtiene ingresos de vez en vez haciendo aseo en casa de un cura conocido de la familia. Con los exiguos recursos que obtienen cubren los gastos del hogar, aunque en muchas ocasiones no alcance y deban recurrir a préstamos con familiares.
Henry busca empleo en cualquier cosa, como él mismo dice, la situación de empleabilidad no da para aspirar a ocuparse en algo que sea de su agrado. Debe someterse a cualquier condición que le imponga el mercado laboral pues cree que es la única manera de reubicarse y seguir generando ingresos.
Sobre la 1:36 de la tarde, el teléfono timbra y a Henry se le ilumina la mirada. Sabe que cada llamada que entre puede representar una oportunidad laboral. Contesta, habla durante algunos minutos con una mujer a quien llama doctora, toma algunos apuntes en un viejo cuaderno de colegio donde anota lo importante, confirma que posee la experiencia suficiente para el cargo que mencionan y que está dispuesto una vez más a asistir a una entrevista en la que intentará vender lo mejor de sí para alcanzar ese objetivo que tanto anhela. Acuerdan que la entrevista se llevará a cabo al día siguiente a las 8:00 a.m. en el centro de la ciudad. Debe llevar una hoja de vida elaborada a mano con los respectivos soportes y buena presentación personal. Se trata de un empleo de oficina, el salario es regular y el perfil exige que debe trabajar bajo presión de domingo a domingo con descanso dentro de los días de la semana. Las condiciones no son las mejores, pero como ya lo mencionó Henry, no puede darse el lujo de exigir o escoger, es una época crítica que exige soluciones urgentes.
Con la alegría que produce recibir luces de esperanza en un camino lleno de oscuridad, Henry se dispone a buscar su mejor ropa, la más nueva. Sabe que no puede dejar por fuera ningún detalle pues se enfrentará a una reñida competencia frente a otras personas en igual o peor situación que él. Saca de su viejo chiffonnier un par de camisas de algodón a cuadros de mangas largas y colores vivos, un pantalón café de gabardina descolorido y desgastado por el uso, y unos mocasines negros de cuero y hebilla remontados sobre una nueva suela pues la original se esfumó en el andar mientras buscaba la oportunidad de volver a tener una mejor calidad de vida.
Al tiempo que le consulta a su esposa acerca de cuál camisa le favorece más, le pide el favor de planchar el traje mientras él se dispone a lustrar el calzado. La empresa que le ofrece la oportunidad de aspirar se dedica a la producción y venta de alimentos, es reconocida. Considera que es importante enterarse y averiguar un poco más acerca de la compañía, manifiesta que eso denota interés por su futuro empleo, lo que sería visto con buenos ojos por parte del entrevistador.
Deja listo su atuendo colgado sobre dos ganchos, guarda bajo su cama los viejos zapatos que ahora brillan. Se dispone a diligenciar un formato de hoja de vida que su esposa le compró en la papelería. Busca algunas fotografías que se tomó hace más de un año, son las únicas que le sirven pues en ellas, gracias al Photoshop, aparece vestido de traje y corbata. Mientras llena cada uno de los espacios de la “Minerva 1003” recuerda los empleos que ha tenido, los malos, los buenos y aquellos a los que jamás regresaría por dignidad.
Recuerda que hace algunos meses estuvo trabajando en una empresa que presta servicios de call center a otras empresas de telefonía celular en Europa, más específicamente a España. Le habían hablado acerca de dicha compañía, le dijeron que debía asistir a una serie de capacitaciones no remuneradas al cabo de las cuales se definiría si sería contratado o no. Al principio le pareció un poco extraño y hasta arbitrario que lo hicieran ir durante tanto tiempo sin pagarle nada, aun así, decidió postularse con la sorpresa que fue contactado ese mismo día por la persona encargada de la selección.
Con todos los reparos que tenía frente a esta oportunidad, Henry asistió, fue preseleccionado e inició una formación que duraría 15 días. Culminada la etapa debió esperar alrededor de un mes sin ser contratado hasta que por fin fue llamado a hacer parte de un equipo de trabajo que prestaría servicios de asistencia a ciudadanos españoles. Él ya estaba capacitado, tanto que debió aprender modismos propios de esa nación para facilitar la comunicación con los clientes.
Con lo que Henry no contaba era con las exigencias que posteriormente la compañía empezó a hacerle. Tampoco, con los ataques xenófobos de los que fue víctima telefónicamente por cuenta del estigma que implica ser colombiano o sudamericano, y no hablar igual que los ciudadanos del primer mundo con los que sostenía diálogos durante todo el día. Este empleo terminó por abrumarlo y deprimirlo. Las exigencias por cumplimiento de metas eran fuertes y los salarios muy regulares. Además, el acoso laboral por parte de compañeros de trabajo, jefes y clientes se hizo constante. Pese a esto jamás renuncio, era lógico, sus necesidades económicas eran demasiadas y no podía darle cabida al orgullo cuando en su familia fijaban las esperanzas en el hombre de la casa.
Fueron 5 meses en los cuales debió doblegarse y trabajar en algo con lo que no estaba de acuerdo. Finalmente, su contrato laboral terminó y no le fue renovado. No sabe si por fortuna o desgracia, lo único cierto es que desearía no volver jamás a laborar en un ambiente tan injusto.
A las 6:00 a.m. del día siguiente, Henry y su esposa se levantan, él se dispone a bañarse, pero debe esperar un poco mientras la persona que habita en la pieza de al lado termina su ducha. Ella hace el desayuno, en realidad sólo es agua de panela, huevo frito y tostadas. Es una mañana fría, amaneció lloviendo fuerte, están optimistas y esperanzados en que hoy sea el día de la suerte que ha sido tan esquiva hasta el momento.
“Es que encontrar empleo en Ibagué es toda una suerte”, comenta Claudia, mientras sirve el precario desayuno a su esposo que debe partir a la entrevista que tiene pactada a las 8 de la mañana. Muchas veces en las entrevistas los aspirantes se enteran que la persona para el cargo ya ha sido seleccionada con anterioridad, pero debido a que las organizaciones deben darle aspectos de legalidad y pulcritud a sus procesos, citan a un montón de incautos para rellenar formatos y cumplir requisitos.
Se despide de su esposa, ella le desea suerte, le da un beso y se queda en la puerta mirándolo mientras voltea en la esquina. Él solo espera regresar en unas horas con buenas noticias o al menos con la esperanza de que la próxima llamada será para avisarle que fue contratado y que una nueva vida comienza. Henry sale de su casa a las 7:25 de la mañana rumbo a la entrevista. Debido a la cercanía de su destino decide irse caminando. Lleva consigo una carpeta debajo del brazo, esta contiene su hoja de vida, todos los soportes y un puñado de sueños e ilusiones por cumplir. Es optimista, antes de cada entrevista lo es.
En Ibagué, el 12,5 % de la población productiva en términos laborales se encuentra desempleada. Esto equivale aproximadamente a unas 40.000 personas sin ninguna ocupación que les genere ingresos monetarios. Dicha situación empezó con la recesión económica de 1998-1999 y a la fecha no ha tenido soluciones efectivas. Es un fenómeno social que afecta a personas de todas las edades, en especial aquellas que superan los 35 años y dejan de ser atractivas para los empleadores que gustan de talento joven para sus explotaciones comerciales.