Crónica de un aborto ilegal exitoso

Crónica de un aborto ilegal exitoso

Agustina es una de las 500 mil argentinas que abortan cada año pensando en su bienestar. Esta es su historia

Por: Fabio Andrés Olarte
marzo 29, 2016
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Crónica de un aborto ilegal exitoso
Foto: publico.es

Hace un par de semanas, a través de WhatsApp, una de mis mejores amigas me pidió que fuera a verla a su apartamento puesto que ella tenía un grave problema y sabía que, por lo pronto, solamente yo le podía dar una mano para solucionar el inconveniente. Con un poco de angustia decidí ir a visitarla y, tras escucharla, empezar a ver cómo le podría ayudar.

Agustina*, mi amiga, es una muchachita porteña de 24 años de edad, que por lo pronto se dedica solamente a estudiar su carrera universitaria en la UBA, puesto que cuenta con el apoyo económico de sus padres, por lo que no debe trabajar. Agustina no tiene pareja en este momento, pues cree que debe enfocarse plenamente en sus estudios, aunque, como ocurre con millones de jóvenes que no tienen una compañía sentimental, cuenta con algunos amigos con quienes tiene relaciones sexuales esporádicamente. Ella, por suerte, no es una de esas mojigatas hipócritas que creen que la soltería es sinónimo de miseria sexual.

Cuando llegué a mi encuentro con Agustina, ella, de inmediato, se lanzó sobre mis brazos y empezó a llorar. Imaginé lo peor. Pensé que le había ocurrido algo malo a alguno de sus familiares. Pero no. El problema era que ella, tras tener un atraso en su menstruación de poco más de dos meses, había decidido realizarse una prueba de embarazo casera y la misma le había dictaminado que en su ser se estaba gestando una nueva vida. Agustina no sabía qué hacer. Me decía que estaba preocupada y que, obviamente, no veía como algo viable el hecho de traer al mundo a un niño en este momento de su vida. Ella estaba decidida a abortar.

En principio le dije que lo que me parecía que debíamos hacer era confirmar el embarazo con una prueba de sangre. Al otro día, en horas de la mañana, fui a acompañarla a un laboratorio clínico para que allí le realizaran la extracción de sangre que, al día siguiente, confirmó que Agustina estaba embarazada. La preocupación de ella, como era de esperarse, aumentó con la noticia, pero yo trataba de calmarla diciéndole que iba a estar con ella en todo esto y que, además, sabía que pronto íbamos a hallar una solución para este problema.

Soy un defensor acérrimo del derecho de las mujeres a abortar y ella también, por lo que entre los dos tocábamos el tema como debe ser: sin involucrar a la moral en una decisión racional. Tras volver al apartamento de Agustina empecé a buscar información con algunas amigas que, de una u otra forma, saben cómo se maneja el tema del aborto ilegal en la Argentina. Una de ellas me recomendó una asociación política, ubicada en La Matanza –partido de la Provincia de Buenos Aires-- a la que fuimos y donde nos dieron toda la información pertinente para que Agustina pudiera realizarse un aborto ilegal, con pastillas, en forma segura. La chica que nos explicó acerca del procedimiento era colombiana, como yo, lo que me hizo sentir orgulloso de los jóvenes de mi país. Aunque luego recordé que la mayoría de mis paisanos más jóvenes aún siguen votando por los mismos y las mismas de siempre, así que ese sentimiento de orgullo desapareció de mi ser. Otra amiga me recomendó otro lugar, ubicado en Mataderos, al que fuimos un día sábado, en el que un par de profesionales nos explicaron nuevamente cómo hacer el procedimiento, en forma clara. La decisión estaba tomada. Agustina iba a abortar en un par de días. En ambos lugares, eso sí, le pidieron a ella que se hiciera una ecografía puesto que es fundamental, para llevar a cabo el procedimiento, conocer cuántas semanas de embarazo tiene la mujer.

Agustina se realizó la ecografía a los pocos días y el resultado arrojó que ella tenía 9,4 semanas de embarazo, en ese momento, lo que hacía que ella finalmente pudiera practicarse el aborto utilizando las pastillas, ya que este método es recomendado por los médicos cuando la mujer no tiene más de 12 semanas de embarazo. Incluso, de esta forma, es cómo se lleva a cabo la interrupción del embarazo en casi todos los países donde la batalla jurídica y legal por el aborto la ganó la razón y la perdió la ignorancia.

El medicamento con el que se realiza el aborto es conocido con el nombre de Mifrepistone o Misoprostol, que no es más que un fármaco que produce contracciones en el útero, haciendo que este expulse el producto del embarazo. En la Argentina, por ejemplo, el nombre comercial del medicamento es Oxaprost, mientras que en otros países, como el mío, se consigue con el nombre de Cytotec, y en otras regiones latinoamericanas se denomina Arthotec. Por desgracia en América Latina son pocos los países donde el aborto es legal bajo cualquier circunstancia, puesto que somos pocos los que nos hemos podido arrancar la venda moral que nos puso el monoteísmo sobre los ojos.

Conseguir las pastillas, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, resulta complicado pero no imposible. Muchas farmacias le piden al comprador una receta médica que, como es de esperarse, en la mayoría de los casos no se tiene. Sin embargo, buscando con paciencia se pueden llegar a conseguir las 12 tabletas que se necesitan para hacer el tratamiento. Agustina, por fortuna, las pudo comprar y, una vez con ellas en su poder, planeamos el día en el que se iba a practicar el aborto, obviamente estando yo acompañándola en ese momento. Vale la pena aclarar que, por aquello de que el aborto no es legal y estas pastillas no se consiguen fácilmente, existe toda una mafia que vende los medicamentos a precios exorbitantes.

El día del aborto

El aborto, con las pastillas de Misoprostol, se puede realizar a través de dos vías: sublingual y vaginal. Agustina eligió la primera. El tratamiento, a través de la vía sublingual, se realiza de la siguiente forma: cada 3 horas la mujer debe introducir 4 pastillas con 200 mg de Misoprostol bajo su lengua, mantenerlas allí por media hora y, finalmente, escupir o tragar los residuos de las pastillas. Como el Misoprostol genera síntomas en la mujer embarazada como la fiebre, el dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea, dolor de cabeza, escalofríos y contracciones, es recomendable que la mujer tome 400 mg de Ibuprofeno una hora antes de cada dosis, para que el dolor sea menos fuerte. Claramente, todo procedimiento de este tipo, se debe realizar en compañía de alguien. No se recomienda que las mujeres hagan esto solas pues no se sabe qué complicaciones de salud se puedan llegar a presentar.

Ese día Agustina se levantó temprano, comió un buen desayuno y a las 9 de la mañana ingresaron en su boca las primeras 4 pastillas de Oxaprost. La media hora que debía pasar con ellas debajo de su lengua fue, realmente, una tortura para Agustina puesto que, según lo que ella me comentó después, las ganas que tenía de vomitar eran enormes. Sin embargo Agustina soportó, aunque los 30 minutos pasaron más lentos que nunca, y luego de escupir los mínimos residuos de medicamentos que permanecían en su boca, empezó a experimentar los primeros síntomas. Sintió, en principio, escalofríos que yo traté de alivianar poniendo sobre su cuerpo mantas gruesas. Después sintió, nuevamente, ganas de vomitar y de a poco la fiebre aparecía en escena. Con pañitos de agua fría sobre su frente logré calmar la fiebre y, tras vomitar lo que había desayunado, empezó a sentirse mejor. Al poco tiempo sangró, lo que nos hizo pensar que se estaba haciendo en forma correcta el procedimiento.

Llegó el momento de la segunda dosis que, por fortuna, fue mejor aceptada por su cuerpo, más allá de que con esta tuvo una leve diarrea. El sangrado continuó. Agustina se mantenía en calma, aunque cada tanto sentía fuertes escalofríos y náuseas. Conforme pasaban los minutos Agustina sentía cada vez más fuerte los dolores abdominales. Yo trataba de hacer que ella pasara el tiempo viendo una de sus series favoritas. Estaba nervioso pero intentaba mostrarme calmado frente a ella. Constantemente me pedía que la levantara para llevarla al baño, y yo lo hacía de inmediato. Lo único que nos preocupaba, para ese momento, era que la fiebre no fuera a subir ni que la hemorragia fuera severa, pues eso fue en los que más hicieron hincapié las profesionales que nos brindaron las charlas en las asociaciones que visitamos.

A las 3 de la tarde Agustina tomó la última dosis, mientras yo no paraba de decirle que debía ser fuerte pues el fin del tratamiento estaba cada vez más cerca. El sangrado se mantuvo estable. Agustina volvió a vomitar, la diarrea se apaciguó y esporádicamente aparecían algunos escalofríos en su cuerpo. Un poco después de la tercera dosis ella me pidió algo para almorzar, por lo que le di algo liviano para que comiera. Los alimentos no fueron recibidos gratamente por su cuerpo y terminaron, a los pocos minutos de la ingesta, en el fondo del inodoro. Los vomitó. A la hora y media de tomar la última dosis Agustina logró conciliar el sueño. La dejé dormir. Casi dos horas después se despertó, con menos dolor, y con mucha hambre. Volvió a comer y, por fortuna, esta vez no vomitó. Me dijo que se sentía mucho mejor. Al poco tiempo volvió a dormir, mientras que el sangrado permanecía estable y su temperatura corporal era normal.

El desenlace feliz

Durante unas semanas el sangrado continuó, obviamente sin que en él aparecieran los coágulos sanguíneos que sí salieron del cuerpo de Agustina el día que ella realizó el procedimiento. Las chicas de las asociaciones que visitamos con Agustina le recomendaron que, pasados 10 días de la fecha en que se hizo el aborto, ella se realizara una nueva ecografía de ultrasonido para que, finalmente, pudiera estar segura de que el embarazo había sido interrumpido en forma exitosa. La ecografía dictaminó que Agustina ya no estaba embarazada. Ella estaba feliz. Tan pronto salió del Centro Médico donde le dieron la buena nueva me llamó. “Ya no estoy embarazada, boludo. No sabés lo tranquila que estoy ahora. Sé que tomé la mejor decisión de mi vida”, me dijo en ese momento, y yo le contesté diciéndole que estaba muy contento por enterarme de esto. Sé que ella nunca se va a arrepentir de esto, al igual que las casi 600 mil mujeres que se practican abortos farmacológicos por año en la Argentina.

Ojalá algún día todos los países del mundo puedan garantizarle a la mujer el derecho a abortar. En Sudamérica estamos aún lejos de que eso pase, pero hay que seguir luchando para que, como pasó en Uruguay hace poco, se pueda legalizar la interrupción del aborto bajo cualquier circunstancia. Es inhumano que, por ejemplo, se sigan trayendo al mundo a millones de niños que deben crecer entre la miseria. Es inmoral pedirle a una niña de 14 años y a un muchacho de 15 que asuman el compromiso de ser padres, cuando ni siquiera fueron capaces de utilizar un condón para tener relaciones sexuales. El tema se debe estudiar, comprender y analizar, desvinculando la discusión de pensamientos ligados a la religión puesto que no toda la sociedad cree en Jesucristo, Mahoma, Dios o Alá. Legalizando el aborto, por ejemplo, se van a reducir las cifras de mortalidad en mujeres que se realizan estos procedimientos en forma clandestina.

*Nota: El nombre de la protagonista de la historia ha sido cambiado por petición directa de ella.

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