Crónica de Cúcuta, la frontera que se pudrió

Crónica de Cúcuta, la frontera que se pudrió

“Es mentira que esos guardias venezolanos fueron atacados cuando hacían operativos, estaban vagueando en la caseta de vigilancia"

Por: Juan Diego Aguirre "Cachastan"
agosto 25, 2015
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Crónica de Cúcuta, la frontera que se pudrió
Foto: tomada de elcolombiano.com

No es habitual la calma en La Parada, el barrio del municipio de Villa del Rosario que colinda con Venezuela. Por lo general, el sonido de las tractomulas y motos sacuden las paredes de las casas. Los transeúntes caminan de un lugar a otro con mercancía y comida. El mercado a cielo abierto es pan de cada día. Ahora la situación es diferente. Los callejones de tierra, salpicados de personas que descansan en sillas, sobre algún muro o hasta en el suelo con una almohada. Uno que otro exhibe su estómago prominente y bosteza, otro duerme y los más entusiastas dialogan en voz baja. Una anciana ya no barre su antejardín, para ella es un milagro, es la primera vez que su casa no se empolva. Los niños son los más beneficiados, juegan al fútbol sin interrupciones, la calle es de ellos.

Nos encontramos en el puente Simón Bolívar, allá, sobre el horizonte se observa el movimiento de soldados venezolanos entre los matorrales. Aquí, en el lado colombiano, está 'el Niche', nos explica que en la madrugada lo desalojaron del sector de La Invasión, un barrio al otro lado del río que está poblado, en su mayoría, por colombianos. Los ojos rojos y la mirada perdida dejan entrever que no ha comido o dormido, pero espera a sus hijos quienes, en cualquier momento, deberían cruzar el puente o por alguna trocha. Cuando estén a su lado, se irán para Sardinata, un municipio del departamento, y trabajará en alguna mina cercana.

A su lado está 'el Gordo', al parecer eran vecinos, pero hasta ahora se conocen. 'El Gordo' explica que los guardias de Venezuela irrumpieron en su casa y no le dieron tiempo de vestirse, la ropa que lleva puesta se la regalaron los habitantes de La Parada, le queda ajustada. Arremete en contadas ocasiones contra el presidente venezolano, Nicolás Maduro, y se desespera, manotea y mueve su cuerpo como un péndulo dubitativo. Su casa, valorada según él en 70 millones de pesos, la perdió hace algunas horas en Venezuela. Vuelve a maldecir y asegura que es culpa de su esposa, quién le aconsejó comprar el predio. Él tenía razón, recuerda que hace algunos años, uno de los ministros venezolanos, no se acuerda cuál, visitó el barrio y les dijo que “no me hago responsable de lo que pase en un futuro con ustedes, acá, ustedes saben que es ilegal.”

Dos helicópteros retruenan el espacio. Los curiosos gritan, “ya viene, ya viene” (se refieren al senador y expresidente Álvaro Uribe). Los uniformados de las Fuerzas Especiales de la Policía colombiana cruzan miradas y repiquetea la estática de una radio de comunicación. Un GOES se aleja rápidamente del lugar. Un periodista de un canal nacional colombiano reporta en vivo el sobrevuelo de una aeronave venezolana muy cerca de la frontera, al parecer cruzó a zona colombiana. Hay voces que aluden a una provocación de guerra. Pero no pasa a mayores. Más tarde llega el bus con deportados. La barricada se abre y los deja pasar. Los habitantes de La Parada aplauden y hacen vítores de aliento, regresaron a su país natal. Muchos niños se pegan a las ventanas y saludan. Una mujer observa desde el interior del articulado y escucha las voces de aliento, comienza a llorar.

Alejándonos de la muchedumbre que hace corillo a Uribe, acompañamos a María, una madre, de 55 años, quién asegura que todo es un montaje. “Esos guardias que supuestamente fueron atacados cuando hacían operativos, es mentira, estaban vagueando en la caseta de vigilancia. Les dieron bala como dos o tres veces la semana pasada. Yo vivo al frente de la caseta, bueno, al otro lado de la cuadra; esa caseta quedó vuelta nada por las balas. Los guardias tuvieron problemas con algunos malandros y llevaron del bulto; les atacaron esa caseta como dos veces la semana pasada. Eso nadie lo publica. Tampoco cuando mataron al muchacho maletero, aquí, cruzando el río y dejó seis hijos huérfanos. Paracos ellos que sabemos que manejan el negocio del contrabando”. María, colombiana, es tendera en la ciudad de San Antonio, frontera con Colombia, pero tiene cédula venezolana. Vive hace 17 años en Venezuela y se gana 40 mil pesos al mes (haciendo la conversión de bolívares a pesos). Debe cruzar a Colombia para visitar a su madre, a quién tiene en el hospital de la IPS Unipamplona en Cúcuta, a darle los medicamentos que compra en Venezuela. Ahora que no puede cruzar, espera que su mamá aguante “este infortunio” y no se muera.

Con el firmamento dibujando sombras deformes, sobre el puente Simón Bolívar sigue el éxodo de colombianos. Lo primero que hacen es sentarse sobre el andén y agachar la cabeza sobre su regazo y llorar. Al mismo tiempo se presentan algunas discusiones en la fila de venezolanos que esperan cruzar a su país. Una colombiana grita que están en suelo colombiano y que “aquí mandan los colombianos, ustedes larguense”. Los lugareños de La Parada aseguran que pronto llegará Uribe. Preparan tarima y ponen música.

En Cúcuta, las calles están vacías, cae la tarde y el cielo se oscurece. Un silencio inusual se apodera del centro de Cúcuta. Algunos venezolanos hacen malabares en los semáforos, uno que otro colombiano lo insulta y pasa veloz en su carro. Un muchacho que viste la camisa de la selección de Venezuela y que cruza un semáforo, también es insultado desde un automóvil.

Es de noche, siguen llegando colombianos, siguen llenándose los albergues. Siguen los insultos de aquí para allá, y de allá para acá. En las redes sociales, todos tienen la razón y mientras, a su alrededor, la frontera se sigue pudriendo.

@JuanCachastan

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