“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior” —Frida Kahlo
Se movía en su cama, de un lado a otro sin poder conciliar el sueño. Los pensamientos del paradero de su esposo le abrumaban y le impedían dejar de pensar en las posibilidades. El frío de la noche le consumía, ni siquiera los cuerpos de sus dos hijas lograban darle algo de calor para calmar la sensación. Algo presentía María, algo que no la dejaba tranquila, que la obligaba a estar despierta sin saber que esa madrugada sería una que jamás olvidaría.
La protagonista relata con dificultad lo sucedido aquel fin de semana del mes de junio del 2005 cuando su esposo salió de su casa en el barrio Las Mercedes de Ocaña para un matrimonio y del que no tuvo información por tres días. María afirma que el día viernes, a eso de las seis de la tarde, llegó del trabajo su esposo Carlos y le dijo muy emocionado que habían sido invitados a la boda de uno de sus amigos de la infancia, el cual se celebraría esa misma noche en el municipio vecino de Ábrego. La mujer alegó cansancio por las labores del hogar que estuvo realizando durante el transcurso del día, por lo que se negó a acompañar a su marido, sin embargo este decidió partir solo a la celebración dejando sin protección alguna a sus hijas de ocho y dos años, elección de la que se arrepentiría días después.
— Llámame cuando llegues y mañana cuando te vengas por favor, dice María con tono de preocupación mientras plancha la camisa que usará su esposo en el casamiento.
— Listo no te preocupés, responde Carlos desde el baño mientras se afeita la barba para estar lo más presentable posible en el evento.
Luego de despedirlo y quedar algo intranquila, la mujer de 26 años se dispone a cocinar algo para sus hijas. Opta por arepas con queso y aguacate acompañadas de café con leche, típica cena ocañera. Las niñas contentas disfrutan del platillo, mientras María ruega en su interior a Dios para que su amado tenga un buen viaje. Luego de organizar la cocina, las tres se disponen a ver una película en la habitación principal que costaba de una cama doble, peinadora y un armario ya un poco deteriorado. María se cambia sus vestiduras por unas más cómodas y retira su maquillaje en el baño privado para disfrutar de un tiempo a solas con sus hijas, que inesperadamente, ya se habían dormido esperando a su madre. Esta las arropa con una sábana que cubría a ambas y mientras acaricia sus cabelleras, analiza lo delicadas e indefensas que son y el inmenso amor que tiene por ellas.
Una noche interminable
Pasadas las horas y viendo que no encuentra nada en la televisión que lograra captar su atención, María apaga el aparato y se acuesta al lado de sus pequeñas en un intento fallido de poder dormir tranquilamente. Camina alrededor de la alcoba, mira el reloj que marca las 4:13 a.m., momento que aún no logra eliminar de sus recuerdos. Es la quinta llamada sin éxito que realiza a su esposo, quien no avisó de la llegada a su destino. Vuelve a recostarse y trata de pensar en que el viaje tuvo éxito y que su compañero debe estar disfrutando de la fiesta, sin embargo el frío de la madrugada la consume por lo que refuerza las sábanas que cubren a sus pequeñas y decide ponerse en pie para buscar un abrigo para disminuirlo.
El primero que visualiza es el que traía su esposo al llegar en la tarde, se lo pone y nota un peso extraño en el mismo, tras inspeccionar los bolsillos encuentra el teléfono de su esposo en vibración y con las llamadas perdidas que ella había marcado. María afirma que un cóctel de sensaciones se formó dentro de sí; rabia, decepción, comprensión e indiferencia al final. Al asimilar que no tenía cómo contactar a su esposo, vuelve a su cama y cierra los ojos una vez más. La mujer relata que es como si solo hubiera dormido cinco minutos cuando se despertó de golpe al escuchar que llamaban a la puerta de una forma bastante escandalosa. Vuelve a dirigir su mirada al reloj que esta vez marca casi las 5:00 a.m.
Desconcertada por el evento y en vista de que seguían insistiendo decide levantarse, cubrirse con una sábana y atender para que no despertaran a ninguna de sus hijas. Antes de abrir la puerta, con un ojo abierto y otro cerrado del cansancio, observa por el pequeño ojo de pescado a un grupo de hombres con unas guitarras y botellas de licor en las manos, en los que se encontraba un amigo cercano de su esposo con una borrachera bastante alta por lo que rápidamente abre la puerta sin problema y se dispone a ayudarlo a sentar en el andén de su casa.
— ¿Juan vos que estás haciendo acá y así a estas horas? —, dice María al hombre que poco logró comprender según ella.
— Pues vine a traerle serenata a Carlos, ¿dónde anda? ¡Qué salga! —, responde entre balbuceos y escupitajos al piso.
María cuenta que trató por todos los medios de hacerle entrar en razón al compañero de borracheras de su esposo y a los otros cuatro hombres desconocidos de apariencia extraña que lo acompañaban, sin embargo ninguno lograba entrar en razón. Ante tal situación, recuerda que miró al cielo el cual seguía negro e infinito, sin ninguna estrella visible, como si la misma noche estuviera prediciendo la tragedia a acontecer. Tomó aire y ayudó a parar al hombre y con un tono bastante fuerte les ordenó que se fueran, que su esposo no se encontraba en la ciudad y que iba a llamar a la policía si seguían insistiendo en dar la serenata. Gran error.
Acto seguido los desconocidos tomaron a Juan y poco a poco, entre uno que otro traspié y caída, se fueron alejando de la fachada de la casa. María entró y se dirigió inmediatamente a la cama que tanto añoraba y para su sorpresa logró volver a quedar en un estado de tranquilidad del que volvió a ser interrumpida al sentir que tocaban la puerta de nuevo. Se levantó con la paciencia hecha un caos pensando que de nuevo era el grupo de amigos insistidos en la serenata, pero al atisbar el reloj y comprender que marcaba casi las 7:00 a.m. y que el sol empezaba a colarse por las ventanas, lo primero que le sugirió su inequívoca cabeza es que la visita se trataba de la tía de su marido que diariamente acudía a su casa debido a la cercanía de sus casas.
La puerta de la desgracia
María se levantó, arregló su cabellera rubia con una moña y medio dormida emprendió su camino hasta la puerta, al abrirla sin percatarse si en realidad se trataba del familiar que pensaba, cometió una imprudencia al abrir paso a un suceso que dejó cicatrices en su cuerpo y su alma que hasta el momento no ha logrado borrar.
De golpe entró un sujeto que la empujó al piso, causándole una gran contusión en la cabeza al lanzarse sobre esta para taparle la boca. María estaba desconcertada, trataba de gritar para clamar auxilio, se retorcía y saltaba, pero la presión de este individuo la compara con la de una pitón, como si el hombre sin rostro tratara de romper sus huesos. Aruñaba los brazos de su opresor y hacía lo imposible por llegar hasta su cara y poder comprender de quién se trataba, pero sus esfuerzos fueron en vano; el hombre le tapaba la boca con una mano y con el otro brazo la oprimía contra sí, guiándola a la última habitación de la pequeña casa.
La víctima solo pensaba en sus hijas y desde su interior clamaba a Dios para que no les sucediera nada y para que le diera fuerzas para poder defenderse. Su clamor no tuvo respuesta. El hombre con cierta torpeza la llevó hasta la recamara, donde con un ágil movimiento, rompió en dos partes la bata que cubría el cuerpo desnudo de María. La arrojó a la cama y esta con lágrimas en la cara aprovechó para empezar a gritar con la esperanza de que alguien la escuchara, cualquiera menos sus dos pequeñas que seguían descansando a solo unos metros.
El abusador volvió a tapar la boca de la mujer y empezó a besarle la piel sin que ella dejara de retorcerse en la pequeña cama del cuarto de chécheres, por lo que el mismo recurrió a darle varios puños en las costillas y en el pecho para tratar de silenciar a su víctima. “Los golpes fueron tan duros que me sacaron el aire, me dejaron muda por un rato. Yo solo seguía llorando y pidiéndole a Dios ayuda para que alguien me salvara”, afirma la protagonista entre lágrimas y sollozos que permiten apreciar el dolor que después de tantos años sigue presente en sus recuerdos.
El hombre seguía propinando golpes a María cuando sentía que esta trataba a punto de gritar, hasta que finalmente optó por darle un puño en la cabeza que logró dejarla inconsciente por un largo momento. Al empezar a abrir los ojos y volver en sí, la mujer vislumbró al hombre; era de piel morena, con barriga prominente y llevaba una media velada en la cara que en la oscuridad de aquel dormitorio no permitía descubrir su identidad. En ese momento el opresor estaba desnudo y según recuerda María, pareciese que estuviese consumiendo cocaína al ver que llevaba una llave a su nariz con alguna sustancia que sus lágrimas no le permitieron apreciar.
Fue en ese instante que sintió que tenía la oportunidad de escapar. Temblando como nunca en su vida y con un dolor insoportable en la cabeza y el pecho, le propinó una patada al desconocido en el pecho que lo arrojó al piso y le permitió salir corriendo hacia la habitación de sus hijas.
“Sentía que me perseguía, que estaba a punto de volver a agarrarme, pero Dios es grande y pude encerrarme en el cuarto un segundo antes de que empujara la puerta para tratar de entrar”, dice María mientras se seca con un pequeño pañuelo las lágrimas que siguen resbalándose por su cara sin control alguno.
El estruendo fue tal que despertó a sus hijas que al abrir los ojos lo primero que vislumbraron fue el cuerpo desnudo de su madre frente a ellas. “Ella estaba parada a unos pasos de la cama, llorando durísimo y tratando de marcar en el celular. A mí el corazón me saltaba y mi hermanita solo me preguntaba por qué mami estaba toda desnuda”, relata incómodamente la hija mayor de María al evocar el difícil momento por el que tuvieron que pasar.
Mar de dolor
Luego de unos minutos la Policía por fin llegó a la casa. Después de un largo baño con el que trató de eliminar toda huella de aquel individuo en su cuerpo, se encontraba vestida en la cama en compañía de sus dos hijas explicándoles que todo iba a estar bien. Al informar la situación se inició una investigación que tuvo que retirarse para no dañan la imagen de su esposo, que para la época, codiciaba un puesto de alto rango en la comunidad docente del municipio.
La víctima del infortunio relata que no tuvo apoyo psicológico ni psiquiátrico y que duró muchos meses tratando de asimilar el contacto humano, debido a que hasta un simple abrazo de sus hijas le hacían romper en llanto. Su esposo fue indiferente ante lo ocurrido, al llegar el día lunes ni siquiera preguntó cómo se sentía su esposa, sólo se dirigió a la cama por la resaca que le acompañaba.
Hoy María aún afirma que se siente rota e incompleta, que después de esa madrugada no volvió a ser la misma. Su vida continúo como de rutina pero desde que despertaba hasta que lograba en rara ocasión conciliar el sueño, revivía el momento una y otra vez en su cabeza. “Ya no me sucede tanto, pero para ese tiempo duré varias semanas sin dormir. Sentía que si me dormía, él iba a volver y cuando me despistaba y lograba entrar en un sueño profundo, me asechaba ahí y me despertaba con gritos y lágrimas. Hasta que a uno no le pasa no sabe lo espantoso que es eso, muchas veces me quise morir a ver si así lograba tener un momento de paz porque esas cosas le desbaratan a uno cada parte de la mente”, concluye con seriedad la víctima del terrible hecho.