A raíz de la apertura económica a principio de los años 90 y la adopción de la constitución del 91, la cual consagró la libertad de cultos y dejó herido el concordato, muchas iglesias evangélicas empezaron a salir del closet y a difundir con voz de trompeta la doctrina cristiana. Poco a poco le fueron arrebatando feligreses al catolicismo con ofertas más atractivas en sus cultos que incluían carismáticos conciertos de alabanza, oraciones de sanidad, una militancia mística y un compañerismo sincero. Además, la ayuda de muchos misioneros norteamericanos fue determinante para que se desarrollara la tormenta perfecta en su expansión.
Pero no llegó un cristianismo uniforme y totalizador. No. Arribaron distintas denominaciones que cargaban en el morral variadas interpretaciones bíblicas, diferentes comportamientos litúrgicos y un sectarismo que unos escondían y otros no ocultaban. Empezaron a crecer a lo largo y ancho del territorio nacional y a expresar su credo por la radio y la televisión con mucho éxito. Como habían elegido a dos juristas en la Asamblea Nacional Constituyente (Jaime Ortiz y Arturo Mejía), no desaprovecharon la oportunidad para participar en la política y lanzaron candidatos propios en las elecciones del 92. Ganaron curules a través del Partido Nacional Cristiano, el C4 de la familia Chamorro y el grupo Mira, etc. También hicieron alianzas con dirigentes de los partidos tradicionales, caso Claudia de Castellanos con Álvaro Uribe. Ocuparon embajadas y cargos importantes en la administración pública. Bajo ese escenario, la cúpula evangélica se dio cuenta que la política era una fuente para aumentar su poder; engordar sus ingresos más allá de los diezmos; y hasta celebraron contratos con las autoridades locales, verbigracia, administración del exalcalde Guillermo Hoenigsberg y la iglesia cristiana Centro Bíblico Internacional en Barranquilla. Los pastores se entusiasmaron con la idea de que ellos podían ser parte del senado y la cámara, y eligieron al pastor escocés de la Iglesia Filadelfia, Colin Crawford; al hijo del líder de la Cruzada Estudiantil, Jimmy Chamorro y a la hija de la poderosa pastora María Luisa Piraquive: Alexandra Piraquive. Otras iglesias optaron por apoyar a personajes con vocación política como Viviane Morales y el grupo Mira también le dio paso a Gloria Stella Díaz.
Esa incursión de los cristianos evangélicos en la política no ha estado exenta de encarnizados debates internos. La unción de Jimmy Chamorro por su padre como candidato al Senado fue uno de los detonantes de la división de la Cruzada Estudiantil en 1994.
Algunos pastores conformes a su dogma consideran que la misión del evangelio (única y exclusivamente) es cumplir con el mandato de Mateo 28:19-20: “id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Otros comparten el concepto del respetado pastor Darío Silva Silva: “hay que cristianizar la política sin politizar el cristianismo”. Y están los que creen que hay que participar sin pudor alguno: el pastor Arrázola de Cartagena; Yimmy Chamorro, Eduardo Cañas, etc. Esta última tendencia la sustentó hace años el influyente y poderosísimo pastor norteamericano Jerry Falwell, el cual afirmó que la división entre iglesia y Estado “was invented by the Devil to keep Christians from running their own country” (Fue un invento del diablo para alejar a los cristianos del manejo político de su propio país).
En las bases de las iglesias cristianas también hay un debate oculto que no se discute con libertad, entre otras cosas, porque las definiciones las toma el pastor de conformidad a “la visión” que Dios le ha dado. Luego se la comunica a su círculo de confianza y de allí para abajo “es palabra de Dios”. Esa presunta “visión” no se puede discutir, y quien lo hace esta cuestionando la autoridad del pastor o apóstol, y poniendo en tela de juicio el “ministerio” que Dios le ha dado.
El problema es que aunque los cristianos predican que hay un solo Señor que es Jesucristo, este mismo reparte (curiosamente) una visión diferente para cada pastor. Por ejemplo, a unos les muestra que el camino es votar por el que diga Uribe; a otros les muestra Vargas Lleras; y los más radicales creen que la verdadera voluntad de Dios es votar por uno de los suyos. Y tienen claro, además, que el diablo esta con De la Calle, Fajardo, Petro, Claudia Lopez, Robledo, etc. Y Timochenko no está con el diablo. ¡Es el diablo!
Los creyentes que no se tragan lo sapos y no soportan el aire politiquero y excluyente que se empieza a vivir en las iglesias se retiran decepcionados y terminan siendo criticados casi como unos apóstatas. Obviamente no es la regla. Hay pastores que tienen preferencias, pero no hacen proselitismo en sus cultos y dejan en libertad a los miembros de votar por el que les dicte la conciencia. Estos pastores no quieren comprometer a su congregación porque entienden que dentro de la grey hay contratistas del Estado, empleados públicos que le deben el favor a un político y aspirantes a cargos por elección popular por los partidos tradicionales.
Otro tema que también no ha faltado dentro del planeta evangélico son los celos entre pastores y los islotes que forman cuando se trata de armar coaliciones o alianzas entre ellos. “El quítate tú pa’ ponerme yo porque mi congregación mueve más almas que la tuya” ha hecho carrera y la mejor muestra es la frustrada alianza que trataron de hacer el movimiento Libres, la iglesia Ríos de Vida, la iglesia del pastor Eduardo Cañas y el pastor Jhon Milton Rodríguez, etc. Sin querer queriendo, como decía el Chavo, armaron la “Operación Avispa”
Los cristianos tienen todo el derecho, naturalmente, de elegir y ser elegidos. Y hay que motivar su participación. A veces hasta resulta mucho mejor tener a un cristiano decente en el congreso que un Ñoño Elías. Pero tienen que elegir a verdaderos representantes que conozcan el accionar político y legislativo. Que tengan vocación para ese ejercicio. No a pastores que pasan sin pena y sin gloria por esas corporaciones públicas (Enrique Gómez, por ejemplo). O a cristianos que están a la diestra del pastor pero que no tienen ni idea cuál es la diferencia entre una ley estatutaria y una ley orgánica. Dirán algunos: “eso se aprende”. Pues no. Si no hay vocación el aprendizaje será información y terminarán vegetando.
Ahora, la pregunta para los cristianos sería: ¿quieren participar en política para atajar las cartillas de género, imponer la oración en los colegios, exigir más exenciones tributarias a sus voluminosos ingresos y bienes; crear un grupo de oración en la Presidencia, mostrar actitudes de poder, o, por el contrario, están más comprometidos en una agenda ambiciosa que no pase por la cristianización de los grandes temas nacionales (educación por ejemplo)? ¿Van a impedir que se incremente la edad para pensionarse? ¿Van a meterle mano al abusivo sistema financiero? ¿Van a universalizar el acceso a la vivienda? ¿Apoyarán reformas tributarias para aliviar a los más pobres y gravar a los más ricos?
Dependiendo de qué lado estén, contribuirán a mejorar nuestra sociedad o serán señalados como unos oportunistas más de la fauna política.