Cristianos, ¡a la carga!
Opinión

Cristianos, ¡a la carga!

Los evangélicos elevan la mira y van por Presidencia, mientras Uribe y sus muchachos resuelven aliarse con Dios para cobrarle las facturas al diablo de Santos en las próximas elecciones

Por:
julio 14, 2017
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Lo que inició como una participación aislada de un grupo evangélico que quiso llevar a sus dirigentes al Senado, la Cámara, una asamblea y varios concejos, tomó cuerpo y se está expandiendo con la mira nada menos que en la Presidencia de la República. ¿Para sorprenderse? No tanto. Una teóloga con magister en ciencia política dijo una gran verdad: “La relación entre política y religión está presente desde la Colonia” y “la movilización a partir de las creencias, los símbolos y los valores religiosos copa la historia nacional”.

El experimento de hace unos años, como quien no quería la cosa, condujo a lograr el objetivo de integrarse a las corporaciones públicas, sin mucha propaganda y con bastante trabajo y disciplina de prosélitos y correligionarios. Esta disciplina y esa capacidad de trabajo resultaron atrayentes para algunas facciones políticas que, interesadas en las coaliciones, incluirían en sus planes de campaña el concurso de comunidades religiosas interesadas también en la militancia política. Los jugos del poder son seductores.

De todas las facciones, el Centro Democrático arrancó con la iniciativa de celebrar su última convención en un templo cristiano. Con un cierto sentido de gratitud por su colaboración en el plebiscito, Uribe y sus muchachos resolvieron aliarse con Dios para cobrarle las facturas al diablo de Santos en el próximo evento electoral. Le abundan al expresidente los resortes de esperanza. Lo dudoso sería que el candidato uribista, si gana, le entregue a Jesucristo, por decreto ordinario, las llaves de Colombia para que reine la paz.

 

Hay que esperar a ver cómo las propuestas evitan choques
entre la conducta y el talante del gran elector
y sus nuevos mejores amigos

 

La trayectoria del jefe no miente y en la Constitución sigue consagrado el carácter laico del Estado colombiano. De modo que hay que esperar a ver cómo las propuestas evitan choques entre la conducta y el talante del gran elector y sus nuevos mejores amigos. No será nada fácil tensar ese hilo unificador; tampoco convencer a los colombianos de devolver el barco hacia el confesionalismo. No debería haber fisuras ni distancias estratégicas en caso de que los cristianos, o parte de ellos, se avengan a pactar como una fuerza arrimada al tipo que está dispuesto a enterrar el futuro por desquite.

¿Habrá problemas de egocentrismo interno por aquello de que Uribe se proclamó ganador único del plebiscito y las iglesias cristianas también? Por ahora no, porque estas siguen empeñadas en acercarse más a Dios y Uribe más al poder por trasmano, y no cometerán el error táctico de pelearse durante una batalla antes de definir la guerra con el eje del mal que rodea al gobierno. Uribe y César Castaño (favor no confundir con los otros) desplegarán todo el tacto de que son capaces, el uno como jefe de partido y el otro como dómine indiscutido de la Confederación Evangélica. “Somos conscientes de nuestro poder”, advirtió Castaño.

Si monseñor Builes viviera se hubiera asombrado de que el representante liberal Silvio Carrasquilla dijera, al momento de votar en contra de la adopción igualitaria, que su decisión la había tomado Dios. Más asombro le habría causado el tesón de Viviane Morales en su lucha por el referendo desaprobatorio de dicha adopción. Aquel aguardiente marxista de matarratas que el cura regaba sobre el liberalismo desapareció. Afortunadamente solo se lo tragaba la godarria sectaria y fanática de los años cuarenta.

En el panorama de hoy, hay evangélicos en todos los partidos. Pero a juzgar por la advertencia de su presidente, irían por su cuenta y riesgo, sin coaliciones ni pactos, detrás de la Presidencia. Tienen organización, disciplina, recursos, mística, fe y coherencia en su discurso, por mucho que nos disgusten algunos de sus planteamientos. No tendrían que viajar a Brasil en pos de aportes de Odebrecht. La conexión entre ellos es su principal fortaleza y darla en  concesión a grupos o facciones sería enajenar su independencia.

Una nueva sazón adquiere nuestra política.

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