Señor exprocurador, cada vez que usted interviene en público y defiende nuestra fe cristiana, siento vergüenza ajena frente a todos aquellos que no profesan las mismas creencias y a quienes usted les da la razón con sus discursos incendiarios, retrógrados, reaccionarios y sobre todo, anti cristianos. El hombre del amor, el perdón y la inclusión no se ve reflejado en sus desatinadas intervenciones, estoy seguro de ello.
Aunque a usted le parezca una aberración y una barbarie, no todos los creyentes nos quedamos varados en la edad media, satanizando percepciones y repartiendo anatemas entre los que no comparten nuestras ideas. Hemos tenido que actualizar el mensaje de Jesús y descubrir, en el mundo de hoy, a qué necesidades debe y puede responder la fe cristiana, pues aun cuando usted no lo crea el asunto ya no es pensar cómo se encuentra el mundo ante la fe, sino como se encuentra la fe ante el mundo.
La religión y la teología misma tienen dos opciones: o se encarnan en la realidad o desaparecen. Así pues, hemos visto en muchas latitudes una fe renovada, que ha encontrado en las palabras del galileo una visión de esperanza enfocada por principio en la inclinación por los más débiles y desfavorecidos de la sociedad (como cualquiera puede evidenciarlo en una lectura rápida o detenida de los evangelios), buscando la reconciliación universal aún con aquellos que no comparten nuestra visión, pues el bien no depende tanto de la conciencia misma de quien lo hace sino en la acción salvadora como tal. Mejor dicho: un ateo puede ser más cristiano con sus acciones que un católico con su rosario y su inacción frente a las necesidades de sus hermanos.
Muchos de mis mejores amigos son ateos y son docentes, y por supuesto que les confiaría la educación de mi hijo, pues en ellos he visto a través de su actuar ético y honrado un mensaje de renovación, de esperanza, de profundo cambio social. Algo así como lo que Jesús quería, pues aunque lo crea o no Jesús es el más grande revolucionario de todos los tiempos y con sus acciones solamente pretendía presentar una alternativa al reinado explotador, humillante y déspota de los romanos; el galileo nombraba a tal realidad “Reino de Dios”. Si usted es seguidor de tal personaje (al igual que yo) debería preocuparse por hacer lo mismo: presentar una alternativa al gobierno de hoy en día. O al gobierno anterior. Gobiernos tan alejados de lo que el cristianismo debe ser; si usted es un garante de la fe y la moral cristiana (como le gusta posar, aunque muchos creyentes no lo veamos más que como un personajillo retardatario y anacrónico en sus creencias) debería estar preocupado por los “otros” por los excluidos, por aquellos que cuestan menos que la bala que los mata. Siga el ejemplo del maestro.
Pero no es el caso: usted está preocupado por quién es ateo y quién no. Por quién es gay y quién no. Por ver qué libro debe ir a la hoguera y cuál debe reposar en los sagrados anaqueles de la ortodoxia. En mi caso (y estoy seguro que es el caso de muchos creyentes) andamos preocupados desde nuestra fe por los niños que mueren de hambre, por los damnificados, por la gente sin educación. Y desde esa fe nos lanzamos a la acción; no tanto como se debería, pues si la mitad de los que nos decimos cristianos viviéramos como tales este país sería un paraíso. Mientras tanto, mientras propugnamos por demostrar un cristianismo más auténtico y más cercano al mensaje del profeta de galilea, más ético y menos discursivo, tenemos que soportar sus continuos desatinos con respecto a lo que los deseos de Jesús realmente representan. Solo me resta decir a quien lo escuche a usted hablar de fe o de cristianismo: no sé en cuál Jesús cree este hombre, pero estoy seguro que no es en el de Nazaret. Este hombre no nos representa. Yo creo en otro Jesús.