A raíz del artículo de Emir Sader: “La renovación del partido de los trabajadores en Brasil", publicado en Público.es, el 9 de Abril de 2017, quisiera decir lo siguiente.
Uno de los grandes problemas de la izquierda latinoamericana es el culto a la personalidad, el endiosamiento de los líderes políticos. A tal punto que pretenden quedarse en el poder por más de dos períodos sin tener en cuenta el desgaste inevitable que produce el ejercicio del mando.
En Nicaragua, Daniel Ortega no solamente repite sino que pone a su mujer en un alto cargo del Estado, lo que en buen cristiano se llama nepotismo. En Venezuela, Chávez no solamente duró tres períodos sino que impuso a Maduro para sucederlo. En Bolivia, Evo Morales perdió el plebiscito que pretendía reformar la Constitución para continuar en el poder. Y ahora, en Brasil, parece que la izquierda no tiene salvación sin Luis Ignacio Lula da Silva.
Son los síntomas inequívocos que hacen parte de la crisis de la izquierda. Mientras que no haya un movimiento político afincado en un programa, en una organización y en el movimiento de masas, será muy difícil pretender la solidez, la continuidad y desarrollo de un proyecto político de izquierda. La institucionalidad partidaria es fundamental para asegurar la sucesión generacional, pero para llegar a este nivel de desarrollo hace falta mucha conciencia política de masas, que es, en gran medida, lo que está propiciando el caudillismo dañino en los movimientos populares y de izquierda.
“La izquierda en Brasil no está dividida, pero la derecha con su ofensiva política e ideológica ha logrado aislarla de los grandes sectores de masas”, dice Emir Sader. Más claro no canta un gallo. Solo en Ecuador, Rafael Correa tuvo el sentido común de retirarse después de dos períodos presidenciales y, sin embargo, Alianza País casi pierde las elecciones presidenciales con Lenin Moreno.
Cuando los pueblos dependen de un caudillo están abocados al fracaso. Solo un programa anti-neoliberal encarnado en las masas tiene posibilidades de triunfo, y de sostenibilidad y desarrollo en el tiempo. Los “mesías” provisionales y providenciales no pasan de ser cantos de sirena.