El drama que padecen profesionales venezolanos que han llegado a Colombia y que actualmente residen en Montería u otros municipios de Córdoba se ve reflejado en la forma en que han cambiado su actividad profesional por un oficio callejero. En ocasiones porque las profesiones no les son homologadas en Colombia o porque el drama social los lleva a vivir del rebusque.
Caso como estos les ha tocado padecer a Sebastián, abogado; Francisco, odontólogo; Felimar, petroquímica; Marta, psicopedagoga; y Andrés, estilista. Ellos comparten la misma frustración. Algunos por no ejercer su profesión y tener que enfrentar el día a día, ya sea vendiendo dulces en las calles o productos de belleza, laborando como auxiliar de mecánico o estilista, y otras actividades informales para sobrevivir.
Sebastián Bórquez es un joven que en Venezuela se graduó de abogado y ahora se dedica a la venta de dulces y mecatos por el sector de la calle 27 con Avenida Primera en Montería. “Me logré graduar, pero cuando esperaba disfrutar del título y ganar dinero me vi obligado a venirme para Colombia”, dice.
Explica que no pudo ejercer como abogado en Colombia porque las leyes no son las mismas y por tanto su carrera no le puede ser homologada y porque las relaciones en ese sentido entre los dos países son distantes y complejas. “Estudiar Derecho en Venezuela es un acto de rebeldía. Yo la quise estudiar para ayudar a mi país, quería un cambio, ese era mi sueño, luchar, ser la voz de tantas personas afectadas y llenas de dolor por la crisis”, dice entre angustia y nostalgia.
Pasaron dos años después de que Sebastián terminara su carrera y aún no conseguía empleo. Cuenta que cada vez eran más evidente el empobrecimiento generalizado, la escasez y el desabastecimiento de los productos básicos.
Recuerda que “estuve en varias protestas callejeras y ahí perdí a Maicol, mi mejor amigo [lo mataron], ese momento marcó mi vida. Además, mi madre Carmen estaba enferma de los riñones y había que hacerle diálisis pero no había la máquina ni medicamentos y por eso perdió un riñón. Por eso me sentí triste y desahuciado”. Todo esto lo llevó a iniciar una travesía hacia Colombia, en búsqueda de un mejor futuro para él y su familia.
Inicialmente, llegó a San Antonio de Táchira, llenó un formulario en la frontera, solicitó el sello de salida y entrada, pero en Cúcuta la situación no era como esperaba, había mucho venezolano y pocas posibilidades de trabajo. “Fueron momentos muy difíciles que me tocó vivir allí, dormí en la terminal, lloré mucho, sólo y sin familia, hasta que me puse en contactos con amigos que ya estaban en Montería y me animaron para que me viniera, que había más posibilidades y además no estaría solo”.
De odontólogo a mecánico
Los días se vuelven más largos y cada vez son más los testimonios de venezolanos que les ha tocado dejar su profesión debido a la crisis social en Venezuela. Otro caso es el de Francisco López, uno de tantos profesionales que les ha tocado vivir la triste y dura realidad de empezar de cero. Tiene 32 años, es padre de una menor de 7 años. Graduado hace dos años como Odontólogo General, en la Universidad de Zulia, considerada la mejor universidad pública de Venezuela y una de las de mayor prestigio en Latinoamérica. Hoy Francisco López sobrevive del engrase de carros y motos gracias al trabajo que le ofrecieron los propietarios de la Serviteca La Troncal, ubicada en el municipio de Sahagún (Córdoba). Explica que lo que más lo marcó fue haber tenido que salir casi recién graduado, con su hija de apenas 7 años, hacia un país en el que todo le era desconocido [Colombia], pero en el que ahora cuenta con su hija y un trabajo honrado y estable que le permite sostener a su hija y a su mamá. Para él “la situación obliga a todo, pues no es fácil llegar a otro país sin recursos, con una bebé y mi madre, pero doy gracias a Dios que al menos encontré un trabajo digno aquí en Colombia, de igual a mí me gustan mucho las motos y algo había aprendido de esto allá en Venezuela”. Confía en que algún día pueda lograrse la homologación de títulos profesionales entre ambos países.
De petroquímica a vendedora de manillas
Como consecuencia de la crisis económica, política y social que atraviesa Venezuela se estima que a Colombia han llegado más de 870 mil venezolanos que vinieron con el fin de encontrar una mejor calidad de vida; la que desde hace algunos años no llevaban en su país. Felimar Lozada, una joven venezolana expresa: “soy estudiante de Ingeniería Petroquímica, hace un año me gradué, no pude ejercer la carrera porque salí embarazada y me toco venirme para Colombia por la situación del país”. Aquí tampoco ha podido ejercer su profesión. Es esta la razón por la que Lozada junto con amigos y familiares se dedican a la bisutería, venta de manillas en las calles y principalmente en la Avenida primera.
Otro caso es el de Marta Arciniega, que desde que reside Colombia no ha tenido la oportunidad de encontrar un trabajo que le brinde buenos beneficios económicos para ella y su familia, a pesar de haber estudiado psicopedagogía. Ella inició sus estudios universitarios a la edad de 18 años. Trabajaba y a la vez estudiaba Educación Preescolar en el Colegio universitario de Caracas, de donde se saldría para empezar a estudiar psicopedagogía, en el Colegio Universitario de Pedagogía de Caracas. Su primer trabajo fue haciendo suplencias en un colegio que le quedaba al frente de su casa. Luego de tantos años en este centro educativo, acompañada de un excelente desempeño, renunciaría para buscar una nueva oportunidad en un cargo público, algo que anhelaba con ansias desde que terminó en la Universidad, pero esto se vería frustrado debido a la falta de oportunidades en el año de 1997. Marta debió afrontar la crisis laborar que se presentó en Venezuela, lo que obligó su migración hacia Colombia. Para entonces solo dos años y medio fue lo que duraría Marta en este país, donde se vincularía a una organización sin ánimos de lucro conocida como “Benposta”, a la cual llegó en calidad de beneficiaria junto a su sobrino de 6 años, para que este iniciara sus estudios, ya que sus padres no se estaban haciendo cargo de él.
El sacrificio por ir todos los días a la institución, y el buen manejo que tenía con los estudiantes le valieron para que la directora se fijara en ella. Marta recuerda que en cierta ocasión “me preguntó si me interesaba una vacante que estaba disponible y rápidamente le contesté que sí”. Después de un tiempo trabajando, y debido al buen trabajo realizado, esto le valdría para conseguir el cargo de coordinadora de un proyecto con niños con problemas de conducta, en el colegio Robinson Pitalúa, de Montería – Córdoba, del cual renunciaría por falta de recursos y por eso se devolvería a Venezuela.
Sebastía Méndez Montiel (**) estilista de profesión es uno al que la falta de dinero y el desempleo en Venezuela lo llevó cometer actividades ilícitas. Ganaba entre 200.000 y 300.000 al día, sus víctimas siempre fueron mujeres; varias noches durmió en las frías aceras y se alimentaba gracias a la caridad de algunas personas.
Cuenta que su vida en el vecino país antes de que este entrara en crisis era muy agradable, reinaba la unión entre sus familiares y vecinos, había trabajo para todos, también recibían múltiples ayudas del gobierno anterior, pertenecía a la extinta clase media venezolana; no le faltaba nada, pero tampoco le sobraba.
En Zulia tenía su propio centro estético. A principios de 2015 comenzó a perderlo todo, sus ingresos no eran suficientes para sostener a su familia conformada por tres hijos y su esposa a quien define como pilar fundamental en su vida, a mediados de 2015 entregó el local donde tenía ubicado su centro estético, esta decisión la tomó por falta de recursos para dotar el sitio.
Sus ahorros se consumieron rápidamente, por tal motivo decidió emigrar a Colombia, sin tener rumbo fijo, dio paso a su travesía, ingresando por Maicao, Comenzó a buscar empleo, situación complicada para un indocumentado. Su desespero fue tan extremo, tanto así que se metió atracador y estuvo a punto de perder su vida en un enfrentamiento con las autoridades. Recibió un impacto de bala en su hombro derecho, que lo dejaría inconsciente, siendo remitido a un hospital de la zona. Recuerda que unas palabras de aliento, los ayudaron a salir de ese problema “mientras estuve inconsciente sentí que Dios tocó mi corazón y me dio la fuerza que necesitaba”.
Decidió huir de aquel hospital e instalarse en Lorica Córdoba, fue allí donde comenzó a brindar sus servicios como estilista y se convirtió para siempre al evangelio, las personas depositaron su confianza en él y así sus ingresos fueron aumentando a tal punto que pudo reunirse de nuevo con su familia y radicarse en Bogotá. Con la ayuda de un viejo amigo consiguió un préstamo para materializar el sueño de tener un centro estético nuevamente. Ahora Armando es un ser completamente nuevo, asiste a una iglesia cristiana y dice que le agradece infinitamente a Dios por cambiarle el sendero.
* Reporteros Unisinú, representados por: Miguel Alfonso Sierra Vargas, Daniela Balmaceda, Carol Vanessa Díaz, María Camila Ramírez Tobón. Estudiantes de III Semestre de Comunicación Social. Editor: Ramiro Guzmán Arteaga
** Nombre cambiado a solicitud de la fuente.