Crisis de país y renuncias necesarias
Opinión

Crisis de país y renuncias necesarias

¿Qué debemos soltar para vivir mejor, dejar una herencia menos rota a quienes vendrán? Quizás es tiempo de soltar, es la única manera de empezar a sostenernos mejor

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febrero 14, 2025
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Más allá del vaivén de ministerios y las agendas tambaleantes de la política, del frenesí de las burocracias tradicionales, los colombianos podríamos alzar la mirada y preguntarnos: ¿Qué debemos soltar para vivir mejor, para dejar una herencia menos rota a quienes vendrán después? Intentemos alguna respuesta a este interrogante, desde la exaltación de estos tiempos.

Renunciar a la creencia de que somos el centro del universo. Nos imaginamos dioses, pero apenas somos un hilo más en el tejido de la vida. Necesitamos desprendernos del antropocentrismo y abrirnos a una existencia más hospitalaria, donde el mundo no sea un recurso, sino un hogar compartido con seres y vínculos a los que hemos herido sin tregua.

Renunciar a la farsa del líder providencial, del mesías que vendrá a salvarnos de nuestros propios extravíos. No hay redentor solitario para el caos que tejemos juntos. Es tiempo de trascender el culto a las figuras omnipresentes y aprender el arte de la interdependencia, de la construcción colectiva.

Renunciar a los grupismos y a esas peleas tribales que nos encierran en feudos de lealtades miopes. Nos desgarramos en batallas diminutas, en enemistades incesantes que nos hacen perder la vista del horizonte común. Tal vez sea hora de aceptar que el conflicto es inevitable, pero que también puede ser generador, si aprendemos a confrontarnos sin aniquilarnos.

Renunciar a la insistencia en los estigmas y estereotipos con los que nos nombramos unos a otros, como si fuésemos sentencias escritas en piedra. Las palabras son armas o puentes, podemos elegir. Dejemos de alimentar las violencias narrativas que preceden y justifican las agresiones físicas, esas pequeñas guerras cotidianas que nos desgastan el alma.

Renunciar a la fantasía de la solución final, a la idea de que los conflictos desaparecen cuando el otro es destruido. No hay victoria en la aniquilación. Quizás nos haría bien aprender a mirar al adversario con la sospecha de que también es humano, de que también tiembla, de que también busca un lugar bajo el sol.

Renunciar al uso mezquino de las instituciones, ese manoseo que las vuelve cascarones vacíos, lugares donde el interés particular devora lo público. Es hora de mirarnos al espejo y aceptar que la corrupción no es un espectro ajeno: habita en cada omisión, en cada justificación, en cada silencio.

Renunciar a la comodidad de la pasividad, al guion que nos asigna el papel de espectadores en la política. Nos convocan, nos hablan extensamente, nos “adoctrinan”, pero no nos escuchan y también es cierto que nos escuchamos poco. Ya es tiempo de salir de los eslóganes y de la retahíla hueca. Que sean las acciones con sentido de respeto, y no las promesas, las que hablen.

Estas renuncias no son pérdidas, sino umbrales, porque soltar, a veces, es la única manera de empezar a sostenernos mejor.

Del mismo autor: Cómo gobernar un país en suspenso

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