Crisis de la educación superior: testimonios desde la desazón

Crisis de la educación superior: testimonios desde la desazón

¿La formación que están recibiendo los jóvenes les permite afrontar y comprender situaciones límite como la que nos condiciona actualmente?

Por: Valeria Hernandez - Rafael Bacca
julio 29, 2020
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Crisis de la educación superior: testimonios desde la desazón
Foto: PxHere

La actual pandemia ha permitido hacer una radiografía distinta de nuestra sociedad, al exponer más crudamente algunas de las problemáticas de los actuales estilos de vida predominantes: sistemas sociales precarios, economías depredadoras del medio ambiente, el sinsentido de la vida misma que amenazan a nuestra especie, entre otros factores que potencian la crisis presente. Ahora bien, al pensar en el papel de la educación en nuestra sociedad, nos surgen las siguientes inquietudes: ¿qué pasa cuando la educación falla?, ¿qué sucede cuando no estamos preparados para lo impensable?, ¿cómo enfrentamos a esta nueva realidad que nos golpea de frente sin previo aviso?

La crisis de la educación superior en Colombia ha sido una constante en el tiempo. Las causas son múltiples, al igual que las consecuencias. Desde reclamos por más recursos financieros, mejoras en la calidad, aumento escalonado de la cobertura, hasta críticas a todos los gobiernos por la desidia frente a un sistema público de educación superior sostenible y, además, conectado con la realidad social y el mercado laboral. Una de las consecuencias más duras es la realidad del egresado/a quien posiblemente no estará bien preparado/a ni para el mercado laboral ni tampoco para la vida académica. Veamos esto desde las realidades de dos egresados: uno en la dinámica del mercado laboral privado y otro en relación a la vida académica de investigación y docencia.

- Como egresada de uno de los programas de la Universidad Industrial de Santander, en la sede de Bucaramanga (Santander), he tenido que reconocer la mala preparación que la escuela en la que estudié me brindó. Debo decir que esta no fue solo por la falta de recursos sino también por la mala calidad de muchos de los docentes que, incapaces de crear un objetivo común como escuela, se dedicaron a discutir entre ellos defendiendo cada uno sus posturas, amputando la oportunidad de ofrecer conocimiento de calidad. Esto sumado a las falencias de la universidad pública, en términos presupuestales, tuvo efectos en la calidad de educación. Así fue que al graduarme tenía una certeza: no estaba formada ni siquiera en los conocimientos básicos que el mercado laboral exigía, por lo cual debí por mí misma encontrar maneras de acceder a las posiciones laborales y aprender desde adentro. Aunque esto en sí mismo no significa algo negativo, da cuenta sintomáticamente de que eso anterior, la carrera, carece de buena salud.

- Como un joven de un departamento vecino que tuvo que cambiar su lugar de residencia para continuar con sus estudios en el nivel superior, la experiencia siempre estuvo marcada por la desazón. Desde dudas existenciales propias sobre mi presente formativo hasta interrogantes futuros sobre mi quehacer profesional. Ahora bien, precisamente esto último era lo que más me inquietaba, tal vez no tanto por si me desempeñaría en una labor u otra, o por el pavor del fantasma del desempleo, sino por las bases tan arenosas, tan de todo y de nada con las que está planteada la carrera. Si bien hay mucho de que el estudiante se va forjando y formando a sí mismo, sin duda es un ser social y, para el caso particular, el contexto educativo amerita incentivos más allá de superar semestres y conseguir el ansiado cartón. Precisamente, el pretendido océano de instrumentos con que a veces algunos docentes justificaban al tipo de formación dado tenía pocos centímetros de profundidad. Ahí uno de los virus de la pandemia educativa.

Así las cosas, conversando hace pocos días con otros compañeros/as egresados de la misma carrera con experiencias similares pudimos concluir que la educación superior en Colombia está inmersa en círculos viciosos con las contrariedades antes mencionadas. De ese modo, este diagnóstico puede oficiar como notas preliminares los rasgos patológicos de un paciente hace tiempo enfermo: la educación superior colombiana. La pandemia actual, COVID-19, nos deja entrever que los mundos en tensión de la normalidad “antigua” y “nueva” también tienen su grieta en las formaciones educativas. Particularmente, acá nos aproximamos a la abismal grieta entre herramientas básicas a nivel académico y el mundo laboral.

Asimismo, no solo se trata de una reducida discusión sobre qué instrumentos son los “necesarios” para determinadas actividades, puesto que no es la idea de preguntar, por ejemplo, a los gremios qué profesionales necesitan. Lo que emerge entonces con la pandemia es la necesidad de repensar el papel de la educación dentro de un mundo con fuertes cambios (cambios que se interesan por la radical desigualdad de nuestra sociedad, la limitada democratización en el acceso a lo educativo, entre otras) y también si la educación que tenemos nos permite afrontar y comprender situaciones límite como la que nos condiciona actualmente. A priori, si sentimos que no hemos sido medianamente dotados con instrumentos para un mundo con la “normalidad antigua”, menos estamos listos para afrontar la “normalidad nueva”. Queda en evidencia que la crisis de la educación ya era una pandemia y esta pandemia solo agudiza aquella.

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