La frontera geográfica entre Colombia y Venezuela tiene un espejo en el terreno de las opiniones: la línea que divide las diferentes posturas suele hacerse más nítida, como sucede con el límite geográfico, en momentos de tensión como el actual.
Sucede igual en todas las crisis: vuelan opiniones, aparecen denuncias y se consolidan posturas. Cada esquina plantea sus argumentos y la otra intenta controvertirlos mientras pone los suyos sobre la mesa. Un verdadero tetris de verdades y mentiras incompletas que, se supone, los ciudadanos deberíamos organizar basándonos, entre otras cosas, en el análisis crítico de la información, de la historia y del contexto. Lo que surge casi siempre de estos análisis, vale decirlo, no es más que una nueva verdad a medias o, lo que es igual, una media mentira nueva. Y es así porque no existe algo como la verdad absoluta o como la realidad sin matices. Por eso mismo los conflictos son los mejores escenarios para poner en evidencia a los fundamentalistas irracionales.
El profundo mal que ha ocasionado en Venezuela el contrabando de alimentos y combustibles hacia Colombia y su impacto negativo sobre el abastecimiento de las zonas fronterizas, es innegable. Como innegable la presencia de delincuentes colombianos en Venezuela, muchos de ellos, efectivamente, si no financiados, al menos aupados por la derecha colombiana. Pero quien, amparado en esas realidades, se sitúa al lado más zurdo de la discusión y desconoce o minimiza el vergonzoso atropello que han sufrido las familias colombianas, la forma degradante como han sido expulsadas y la ausencia total de respeto a sus mínimos derechos por parte de las autoridades venezolanas, merece con honores el título de fundamentalista irracional de izquierda.
Por otra parte, por ejemplo, es innegable el apoyo histórico que el Gobierno venezolano ha prestado a la guerrilla colombiana, es por completo defendible la crítica a la timorata respuesta del Gobierno colombiano ante la crisis y es justificada la indignación ante los atropellos de las autoridades de Venezuela. Pero una cosa es eso y otra, por completo diferente, aplaudir la vomitiva demagogia de Álvaro Uribe, desconocer su carácter de ave carroñera que utiliza la tragedia de sus compatriotas como fichas de su ajedrez político y renunciar a preguntarse cuál fue su actitud ante los cientos de miles de desplazados que originaron sus políticas de seguridad democrática. Quien lo hace, no es otra cosa que un fundamentalista irracional de derecha.
Si algo caracteriza los fundamentalismos es la renuncia al espíritu crítico en defensa de una idea que se considera verdad incuestionable. Y nada —absolutamente nada—, nunca —absolutamente nunca—, ha hecho más mal a la humanidad que los fundamentalismos.