Según cuenta Antonio Caballero, en los años setenta uno podía comprar marihuana en casi cualquier esquina de Bogotá. Era una hierba áspera y oscura que venía empacada en papel periódico y era vendida por señoras cuarentonas de cachetes colorados. Cuarenta años después, la marihuana que compramos la mayoría de bogotanos es transportada por la ciudad en motos, viene empacada en bolsas Ziploc, es de un color verde intenso y está adornada por pelitos anaranjados acompañados de diminutos cristales que se pueden apreciar bajo la luz del sol.
La llamamos cripa y parece más un ingrediente en la ensalada favorita de Alien que una planta de este planeta. Al mirar con detenimiento esa hierba casi fosforescente que encierra mi bolsita Ziploc, y compararla con ese bloque de hierba oscura y prensada que llaman 'regular', tengo la sensación de estar perdiéndome de varios eslabones en la cadena evolutiva de la marihuana.
Y probablemente sea así. Según Julián Quintero, miembro del colectivo Acción Técnica Social (ATS), dedicado a promover el consumo responsable, la cripa que fumamos en Bogotá tiene una concentración de tetrahidrocannabinol (THC, el principal componente psicoactivo de la marihuana) que está entre el 12% y el 22%, lo cual es un salto considerable respecto a la concentración de THC de entre un 2% y un 7% que puede haber en la 'regular' o Corinto, un tipo de marihuana que hoy en día sigue pareciéndose bastante a la que Caballero fumaba en los setenta.
La cripa no sólo tiene un efecto más potente, sino que también tiene un sabor más agradable y al fumarla emite un olor mucho menos delatador. Llegamos (o llegaron, ya que las semillas de cripa vienen en su mayoría de Holanda, España y Estados Unidos) a este grado de perfeccionamiento de la marihuana de la misma forma que convertimos a los lobos salvajes en portables perros salchicha, sagaces pastores alemanes y amigables labradores retriever: manipulación genética.
A través de cruces entre distintas cepas de marihuana provenientes de todos los rincones del mundo, entre ellos Colombia, y de un control riguroso de las condiciones de luz y temperatura, marihuaneros y botánicos profesionales han creado variedades de marihuana que son capaces de florecer con muy pocas horas de luz al día, son todas hembras (pues las plantas macho no tienen flores, que son la parte de la planta que terminamos fumando) y producen una traba que se ajusta literalmente al gusto del cliente.
Por eso, a nadie debería sorprenderle que la cripa que viene de estas semillas importadas esté inundando el mercado negro de marihuana en Bogotá.
Para quien fuma hierba hace un tiempo, el boom de la cripa es un hecho constatable empíricamente: mientras hace cinco años la regular seguía siendo la regla y la cripa era casi una extravagancia a la que accedíamos los universitarios y la gente con el contacto correcto, hoy en día la situación parece haberse invertido. Hace unas horas, alguien escribió en un grupo privado de Facebook en el que compradores y vendedores de marihuana se ponen en contacto: "ESTE GRUPO NECESITA VARIOS QUE VENDAN CORO O ALGUIEN QUE HAGA DOMICILIOS DE CORO". Minutos después otro usuario comentó: "El coro está súper escaso en Bogotá". Algo muy distinto está pasando con la cripa. Mientras que en todo 2014 la Policía Metropolitana de Bogotá incautó alrededor de 1.1 toneladas de cripa, en lo que va corrido de este año ya ha incautado 900 kilos de esta hierba, según me cuenta una fuente confiable en la Mebog.
La explicación es sencilla: plata. Según un artículo publicado por el diario alemán Die Welt, en 2011 la cripa le traía a los cultivadores del Valle del Cauca 10 veces más ganancias que la mango biche que tradicionalmente cultivaban en la zona. El principio se extiende a la cadena de distribución: "Yo antes vendía pura regular, pero el man que me surte me recomendó pasarme a la cripa. Y tenía razón, se gana más luca y uno se encarta con menos moño", me decía hace un par de años M., uno de los jíbaros más simpáticos y bocones que hay en todo Bogotá.
En las calles, el precio de un gramo de cripa oscila entre $1.500 y $5.000 pesos (dependiendo en buena parte de la calidad y la cantidad a comprar), bastante más que los $300 pesos que puede costar un gramo de marihuana regular, también llamada cafuche. La cripa no sólo tiene un efecto más potente, sino que también tiene un sabor más agradable y al fumarla emite un olor mucho menos delatador.
Hasta ahí pura teoría de libre mercado aplicada al mercado negro. El boom de la cripa es un premio al emprendimiento y la innovación de narcotraficantes dedicados a enriquecer y arruinar nuestras vidas con nuevos y perversos universos de placer. Sin embargo, es posible que en nuestro afán de trabarnos cada vez más con menos hierba hayamos cruzado el umbral que separa al placer del sufrimiento.
Según Juan Daniel Gómez, profesor de neuropsicología en la Universidad Javeriana y una de las personas que más sabe de marihuana en el país, al entrar en este juego de manipular la marihuana a nuestro antojo los botánicos europeos jodieron el balance que naturalmente había existido entre los distintos compuestos químicos del cannabis. En realidad, la planta que trillamos y quemamos a gusto en nuestras pipas contiene alrededor de 600 sustancias. Dos de ellas han sido las que más han llamado la atención de la comunidad científica: el THC, por sus propiedades psicoactivas, y el cannabidol (CBD), que no es psicoactivo y está más asociado con las propiedades antiinflamatorias y ansiolíticas de la marihuana. En las variedades de marihuana tradicionales, como la regular, ambos compuestos se encuentran presentes en una proporción de 1 a 1 (por ejemplo, 4% de THC : 4% de CBD). Sin embargo, en el caso de una cripa, que puede tener un 15% de THC, en el mejor de los casos el porcentaje de CBD sigue siendo de 3% o 4 %.
Esta relación 1 a 1 es conveniente, sobre todo si tenemos en cuenta la manera en la que interactúan estos dos compuestos. El THC es la sustancia responsable de activar el sistema cannabinoide que todos tenemos en nuestro cuerpo, provocando así esa agradable exaltación de la sensibilidad y alteración de la conciencia que los marihuaneros llamamos 'traba'. Sin embargo, está comprobado que cuando nuestro cerebro es expuesto a esta sustancia en altas concentraciones, el THC puede desatar ataques de pánico, ansiedad, —mejor dicho, eso que los colinos llamamos 'el mal video'—, e incluso estados de psicosis crónica en individuos con alguna predisposición genética. Estudios señalan una relación antagónica entre el CBD y el THC, lo cual significa básicamente que el CBD podría proteger el cerebro del bien conocido y muy temido 'mal video'.
Sin embargo, como los botánicos que trabajaron durante años para crear eso que llamamos cripa tenían como único objetivo maximizar el potencial psicoactivo de la planta, aumentaron la proporción de THC y olvidaron al poco trabador CBD. Según Quintero, mientras el porcentaje de THC que hay en una cripa cualquiera puede estar alrededor del 15%, el porcentaje de CBD se ha mantenido alrededor del 2% o el 3%, resultando en una relación THC a CBD de 6 a1.
"Es una locura", me dijo Juan Daniel por teléfono, "sobre todo si tenemos en cuenta que esta marihuana está siendo fumada por adolescentes y en dosis que están muy por encima de lo necesario. Para que un adulto de ochenta kilos sienta los efectos de la marihuana basta con tres plones de marihuana regular, y lo que tenemos son muchachos de 14 años fumándose cigarrillos completos de cripa". En un artículo publicado hace un par de meses, Juan Daniel enumera algunos efectos secundarios asociados con el uso de cannabis de alta potencia, entre ellos afectaciones en la memoria, la planificación e inhibición del comportamiento, la atención y la toma de decisiones, los procesos perceptivos espaciales, la memoria de trabajo y el procesamiento de números. Casi nada.
Vale la pena anotar que no todos los consumidores son susceptibles a estos efectos. Según Juan Daniel, estos sólo afectan al 9% de los consumidores: al 17% de los que comienzan en la adolescencia y entre un 25% y un 50% de los que la consumen diariamente. Son datos que deberíamos conocer el 100% de los que fumamos marihuana, pero que lastimosamente no tienen cabida en las bolsitas transparentes que recibimos y cancelamos de afán en parques, centros comerciales y estaciones de servicio de Bogotá y todas las demás ciudades del país.
Sin embargo, hay otro tipo de cripa a la que sí le caben las etiquetas de advertencia, pero las omite. Se trata de semillas que son importadas de Europa y comercializadas de manera legal en Colombia por tiendas llamadas grow shops, las cuales fomentan el autocultivo y lo que ellos entienden por "consumo responsable".
David Jiménez es gerente de una de ellas. Su grow se llama Maria Maria y distribuye semillas de las compañías más reconocidas de Europa como Sweet Seeds, Dinafem y Bulldog Seeds. El jueves pasado visité su stand durante la Semana Psicoactiva, en la primera edición de Expo Cannabis Bogotá, una feria dedicada a "empresas, colectivos, grupos de trabajo que desarrollan actividades en torno al cannabis medicinal y terapéutico", donde pude ver su extenso surtido de aceites, chupetas y todo lo que a alguien se le pueda ocurrir hacer con cannabis.
Lo más llamativo del stand de Maria Maria son son sus semillas: vienen empacadas en pequeños tubos de vidrio y en sus etiquetas se pueden leer nombres como Bulldog Chronic, Big Devil #2, Ice Cool y Green Poison. Son distintas variedades de marihuana probada en el laboratorio, sus precios oscilan entre los $60.000 y los $115.000 pesos por tubo de tres semillas. Al ver fotos de las flores que brotan de estas semillas sentí cómo se derretían mis pulmones. Juan Daniel Gómez les llama clones élite de alta potencia, pero un amigo que no tiene un doctorado prefiere decirles súper cripas.
Según Jiménez, las variedades Moby Dick y OG Kush de la compañía española Dinafem son unas de las más potentes y apetecidas. Ambas vienen empacadas en pequeños cilindros de plástico negro que, por su apariencia, podrían ocultar a la mismísima piedra filosofal. Sin embargo, por ninguna parte aparece el porcentaje de THC y CBD que contiene esa cepa particular de marihuana. Al preguntarle a David, se encogió de hombros y me invitó a buscar la información en Dinafem.com. Cuando lo hice, encontré que la Moby Dick puede llegar a alcanzar una concentración de 21% de THC (la página no menciona nada acerca de la cantidad de CBD), mientras que la OG Kush puede llegar a un 24% de THC y un 0.23% de CBD, mandando efectivamente el 1 a 1 a la mierda. Qué peligro, qué delicia.
Le pregunté a David acerca de los riesgos asociados al consumo de marihuana de alta potencia y esto fue lo que me contestó: "El consumo responsable empieza por conocerme a mí mismo. Si yo sé que soy una persona ansiosa, entonces no debería fumar Sativas (una raza de marihuana asociada con mayores contenidos de THC y menos CBD) porque entonces me va a dar un ataque de pánico y una taquicardia terrible". La afirmación de Jiménez es parcialmente cierta, el consumo responsable sí viene del autoconocimiento, pero es igualmente importante la distribución responsable y en ese sentido ni David ni sus socios europeos están cumpliendo a cabalidad con su tarea. En términos prácticos lo que están haciendo es equivalente a vender cerveza y vodka en botellas idénticas y sin ofrecer ninguna información a parte de su nombre para distinguirlas.
De ninguna manera quiero satanizar el trabajo de Dinafem, David y todos los demás grows del país. Supongo que quienes pagan por sus productos y servicios de asesoría en autocultivo, además de la satisfacción de no contribuir a las organizaciones criminales que se financian con el microtráfico, acaban obteniendo una marihuana de mejor calidad que nosotros, los criperos de Ziploc.
También hay que tener en cuenta que esta es una industria joven que aún está innovando y perfeccionando sus productos. Cabe recordar que en un principio Coca Cola vendía cocaína... De hecho, Dinafem, que fue fundada apenas 10 años atrás, lo que equivale a unos cinco en tiempo de marihuanero, ya ofrece una variedad llamada Moby Dick CBD, la cual es tan poderosa como su predecesora y además respeta, según ellos, esa dichosa relación 1 a 1 entre CBD y THC.
Además, mientras siga habiendo gente que busca maneras de darse cada vez más duro en la cabeza y, mientras sigan presentándose buenas ocasiones para hacerlo, supongo que está bien que alguien esté ahí para atender a esa necesidad. Lo único que quiero señalar es la ironía de la marihuana: una planta que sólo se ha ganado la aceptación del público ahora que los mismos consumidores la hemos vuelto una droga de cuidado.
Allá ustedes con sus drogas que yo aquí con las mías. Por lo pronto, yo ya me hice a un buen paco de regular y guardaré mi cripa para estrenos en Imax, paseos al Neusa, las fiestas más densas o la próxima vez que Cypress Hill toque Insane in the Brain.
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