No hay que olvidar el rencor y nostalgia —hasta por los marranitos y gallinas que debieron abandonar— con que Tirofijo recordaba los bombardeos a los que fueron sometidos los campesinos que después de la Violencia (desencadenada tras del irresoluto asesinato de Gaitán) se habían refugiado sin dejar armas en una zona de cooperativas de autodefensas, que incluían territorio limítrofe del Huila, Cauca y Tolima.
En 1964, mediante encendidos discursos en el Senado, Álvaro Gómez Hurtado (el hijo del “monstruo” y al que los liberales acusaban de principal instigador de la Violencia), denunciaba a las “repúblicas independientes” de Riochiquito, Marquetalia y Guayabero.
Presidía el segundo gobierno del Frente Nacional el conservador payanés Guillermo León Valencia, quien para ser calificado como el “presidente de la paz” resolvió hacerle caso a su copartidario de la orilla laureanista y bombardearlos, enviándoles por tierra al Batallón Colombia, al mando del héroe de Corea: coronel Matallana.
Después de dar de baja a los marranitos y gallinas de Tirofijo y algunos campesinos que hasta entonces solo habían demandado construcción de vías y más atención del gobierno, y algunos ideólogos del partido comunista ya querían embarcarlos siguiendo el ejemplo de la revolución cubana, los sobrevivientes del bombardeo cual avispero toreado se regaron por el Putumayo, Caquetá y Meta, sentando bases de lo que serían las Farc… Sí, las mismas que años después como glifosato se dispersaron por todo el país y con sus ataques a estaciones y patrullas de la Policía y el Ejército tuvieron en jaque a buena parte del territorio nacional, y con sus secuestros, extorsiones y atentados a quienes no se les sometían —como sucedió con ganaderos, bananeros, y palmi y cañicultores— sembraron el caos en el campo y ciudades colombianas.
Ahora bien, la venganza es el principal combustible que ha mantenido la guerra en Colombia. Y así como Tirofijo nunca olvidó “al de las repúblicas independientes” como el principal instigador de los bombardeos, muchos políticos, industriales, agricultores, ganaderos y narcohacendados —cansados de años de secuestros, extorsiones, robos de ganado y asesinatos cometidos por guerrilleros de las Farc y otros grupos— decidieron unirse y “combinando todas las formas de lucha” financiaron y con un sector del Ejército apoyaron el proyecto paramilitar de las AUC, que se convirtió en otro monstruo peor que el que pretendían erradicar, pues se desmadró en masacres, robos de tierras, parapolítica y se embarcó en disputarles el narcotráfico, la extorsión, el secuestro y el robo de combustible a las guerrillas que se estaban financiando con estos delitos.
No hay que olvidar que las Farc mataron al padre de Álvaro Uribe cuando intentaron secuestrarlo, mientras su hermano Santiago resultó gravemente herido. También, que en varias ocasiones les robaron ganado e incendiaron sus propiedades. Con eso claro, la sed de vindicta, cuando es la que rige las acciones humanas, es insaciable y devora al que se deja arrastrar por ella.
Por lo anterior, leyendo los mensajes en los que Tirofijo se refirió al asesinato de Álvaro Gómez, creo que son creíbles y más cuando le permitía saciar un viejo rencor y además dividir y sembrar el caos entre la dirigencia política colombiana para favorecer su estrategia de tomarse el poder.
En los cinco mensajes referentes al “ajusticiamiento” discuten la posibilidad de reconocer el crimen, aunque los efectos que causó los deben haber dejado satisfechos. De pronto decidieron no reconocerlo cuando la mayoría de la población colombiana lo rechazó, pues a lo largo de los años, después de ser secuestrado por el M-19, haber sido tres veces candidato a la presidencia y uno de los codirectores de la Asamblea Nacional Constituyente, la imagen de Álvaro Gómez Hurtado había cambiado del fascista camisa negra de su juventud al demócrata integral, inconforme con el “régimen corrupto”, jurista, periodista y culto, perfil que predominaba cuando fue asesinado.
Posdata. “Violencia engendra violencia” y “niño maltratado y abusado será padre maltratador y abusador” son entre otras frases pedagógicas que intentan ubicar raíces de la pandémica violencia que con particular efusividad se ha ensañado con la sociedad colombiana desde la conquista, la guerra de independencia, incluida la lucha fratricida de la patria boba, la cimentación de la república a lo largo del siglo XIX, tan pródigo en guerras civiles entre conservadores clericales centralistas y liberales laicos federalistas; y los intentos fallidos de construir una nación moderna con desarrollo económico y estructura social equitativa, durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI, sin que desde los gobiernos concreten pasos significativos, pues cuando, durante uno, se aprueban procesos democratizadores como la Reforma Agraria Integral, por ejemplo, en el siguiente hacen todo por boicotearla y cambiarle el sentido, al priorizar la redistribución de tierras, no entre los que carecen de ella, sino entre los que más tienen, como sucede durante el gobierno de Duque con las Zidres.