Leí recientemente un interesante editorial del diario El Espectador sobre la calificación del asesinato de la patrullera Martha Isabel Correa como crimen pasional.
El editorial criticaba la tendencia que tenemos todos de calificar este tipo de violencia con este concepto.
Y la verdad es que la descripción que hizo la prensa de los hechos sucedidos el pasado 21 de enero mostraban que los eventos que desencadenaron en la muerte de la patrullera a manos de su pareja, tuvieron como precedente una tormentosa relación, una pasión enfermiza.
Y así entendimos la noticia. Con esa descripción saciamos nuestro deseo de darle respuesta a algo que para la mayoría de las personas no tiene explicación.
Hace 11 años la antropóloga Myriam Jimeno hizo un interesante análisis sobre el concepto de crimen pasional. En él argumentaba que en la legislación colombiana se trata el crimen pasional como uno en donde hay mediación de sentimientos intensos que —como dice ella— “le dan un carácter particular pues disculpan su ocurrencia y aminoran su gravedad”.
En su estudio, la investigadora cuenta que cuando se catalogan los crímenes contra la vida como pasionales, disminuye la gravedad de la palabra crimen y aumenta la importancia de la palabra pasional, valorando más la supuesta emocionalidad de la acción y no la moralidad de la misma.
Y es verdad. Cuando se le atribuye “pasión” a algo, estamos tratando de decir que ese algo no es racional, que no estuvo bajo nuestro control consiente. Que estuvo por fuera de la razón.
Así también lo argumentó la abogada argentina Lucía M Sabaté quien en un escrito sobre el poder de las palabras aseguró que al denominar este tipo de violencia como pasional, los periodistas e investigadores —encargados de educar e informar —le dan un carácter casi que literario a los eventos violentos que se dan entre parejas y que terminan en asesinatos.
Pero en realidad y según Sabaté, los homicidios cometidos entre parejas (marido y mujer, novios, parejas, amantes) están sujetos única y exclusivamente al comportamiento del victimario y su entorno. A su naturaleza, a su crianza. Nada tienen que ver con la pasión o el amor que exista o no entre la pareja.
Más aún. Al usar la palabra pasional estamos de una manera u otra justificando que la causa del homicidio estuvo relacionada al amor que se tenían las personas involucradas. Y esto es gravísimo.
Recordemos que las mujeres que se ven envueltas en relaciones con parejas violentas no pueden salirse de ellas en gran medida por que creen que lo que sienten es amor y que el control que tienen sus parejas sobre ellas es parte de ese amor, cuando en realidad en este tipo de relaciones lo que hay es un dominio malsano que justifica los golpes y la violencia. No es amor, y mucho menos pasión. El control que ejerce el victimario sobre la victima es disfrazado de falso amor, falsa pasión.
Y por eso es tan peligroso que sigamos cayendo en la trampa de calificar los feminicidios como crímenes pasionales. Al hacerlo estamos perpetuando una realidad enferma que por lo general termina en la muerte. Estamos evitando buscar la causa profunda que conlleva a un hombre matar a sangre fría a una mujer, que es nada menos que su pareja.
No olvidemos. La pasión es esa sensación maravillosa que nos hace sentir un apetito vehemente por algo o por alguien. No puede ser degradado al nivel de agente mortal. No lo es.
Las palabras son tan poderosas que pueden cambiar nuestras realidades. Llamemos a las cosas por su nombre. Los feminicidios son homicidios que se cometen contra las mujeres y sus causas están arraigadas en nuestra cultura. Y esta puede empezar a cambiar con el uso de las palabras adecuadas en los momentos acertados.