El 10 de octubre de 2016 en el municipio de La Villa, a dos horas de Sincelejo, Musa Besaile se enfrentaba una vez más al reto que más lo apasionaba después de la política: ver a sus toros enfrentarse a la multitud en una corraleja. En su hacienda, Nuevo México, en su pueblo Sahagún, el segundo mayor elector de Colombia escampaba cada fin de año de las tormentas políticas. Allí crío a más de 3.000 toros de todos los pelajes: Rendo en Mono, jaboneros, Cardenos, Panquemaos, negros con Monos. Bestias que iban desde los 300 a los 500 kilos.
Musa llegó rodeado de quince escoltas acompañado del médico veterinario que cuidaba sus toros permanecía y de uno de sus fieles acompañantes proveedores del Old Parr. Saludaba con abrazos y tragos de whisky. Se sentía, una vez más, el gran emperador
Cuando era niño soñaba con tener una ganadería llena de toros de lidia. A su padre, Musa Besaile Jalife, un próspero agricultor de arroz de ascendencia libanesa, los toros no le llamaban la atención, pero a Musa si. Su primer toro lo compró a los 14 años y desde ahí fue adquiriendo novillas y luego vendrían los sementales de Juan Fernando Caicedo, los toros bravos de la línea de Dairo Chica y del caleño Pepe Estela, de la Hacienda Vista Hermosa, los de Mario La Serna en Tolima y los Santa Coloma. El tesón de Musa con su criadero cruzó fronteras hasta el punto que periodistas de revistas especializadas en toros de Francia y España visitaron la hacienda Nuevo México para conocer como crecían los robustos toros encastados.
Desde el 2003 fue llevando sus toros a todas las corralejas de los municipios de Córdoba y Sucre. La Hacienda Nuevo México se convirtió en una de las que más alimentaba la pasión por una tradición que ha perdurado y que ha producido tanto canciones como tragedias. El negocio no estaba en la cria de ganado bravo sino en la fiesta popular de trago y borrachera alrededor de este.
Cada vez que soltaba sus toros Musa Besaile se apoderaba del negocio del aguardiente, la cerveza y hasta la música que tocaban en la fiesta. Además de los votos. Cada aparición de Musa en una Corraleja garantizaba tener un auditorio de 2.000 personas que se ponían de rodillas ante el gamonal. Le soltaban el micrófono antes de que sus toros invadieran la arena y soltaba la arenga: “Hoy estoy acá para comprobarles que mientras yo lo pueda garantizar, la tradición de los toros se mantendrá en todos los municipios de la Costa Atlántica. Un gusto compartido con su esposa Olga Milena Florez otra amante de las corralejas cuyo bisabuelo fue uno de los animadores de estas fiestas populares con los que comienza el año en Sincelejo y los pueblos de la Costa Caribe, cada uno con su plaza de toros improvisada en las que los toros de Nuevo Mexico se volvieron una tradición con la que los alcaldes prefieren no fallar.
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Sin pensarlo mucho tal vez, su gusto adolescente por los toros se fue convirtiendo en una nueva oportunidad de negocios para sumar dinero, popularidad entre la gente humilde y finalmente votos en su ambiciosa carrera hacia el poder que lo coloco a sus 47años en el mayor elector legislativo del pais en un afán tan desmedido que terminó hundiéndolo y terminó escondido, huyéndole a la justicia como si no hubiera aprendido de la embestida de sus toros bravos.