¿Cree que Tumaco es como lo pintan los medios?

¿Cree que Tumaco es como lo pintan los medios?

"La guerra que se vive allá en los matorrales asusta, claro, pero más miedo tienen por el poco favor que las noticias negras les están haciendo"

Por: Fernando Botero Valencia
junio 26, 2018
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¿Cree que Tumaco es como lo pintan los medios?
Foto: Jhiimusic - CC BY-SA 4.0

 

Como viajero incansable, curioso y fascinado por “meterme” más adentro donde casi nadie va, o sea al alma misma de los lugares, conocí Tumaco hace exactamente cinco años. Y ya llevo cuatro viajes, casi uno por año.

Lo que viene sucediendo desde hace unos años relacionado con la violencia y el terrorismo que producen actores violentos como guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes, y que han vulnerado severamente la imagen de Tumaco, es injusto y malvado, y lo que ha dejado en el camino es una brutal estigmatización de un territorio y unos habitantes que nada tienen que ver con esas disputas, pues fue una guerra que les llevaron, y que sus habitantes rechazan y exigen que el Estado la destierre.

Mi primer viaje a ese enorme municipio del departamento de Nariño en la costa Pacífica colombiana, con algo más de trescientos mil habitantes, me impactó de llegada.

Cada que escuchaba mencionar a Tumaco por los medios venía a mi imaginario un caserío polvoriento, muy caluroso y tedioso, con casas a cada lado en una única calle vetusta y maltrechamente pavimentada, muy larga.

Sin embargo, cuando el avión estaba aterrizando se mostraron ante mis ojos unas playas extensas, un mar infinito y brillante, muchas carpitas amarillas debidamente organizadas en hileras (guardando simetría), kioscos bonitos, varios hoteles con bastante ínfulas y muy atractivos, y la fresa del pastel: unas formaciones rocosas espectaculares por sus figuras gigantescas, una de ellas dentro del mar a unos cuantos metros de la playa, que se asemeja a una gran daga con su punta mirando al cielo.

A esta exótica roca le llaman El morro, por lo que las playas que están a sus pies son las más populares y llevan su nombre.

El morro es el principal balneario de Tumaco, la perla del Pacífico. Allí se concentra lo mejor de su hotelería, destacándos tres de un excelente nivel (3 estrellas), con tarifas asequibles, y unos siete más, bastante cómodos, agradables y bien equipados, muy económicos. Eso sí, todos ofrecen rica gastronomía, y algo realmente magnífico, jamás encontrará usura y abusos en los precios.

En las playas hay cerca de seis kioskos muy atractivos en su construcción, que fungen como bares y en donde la pista de baile puede ser un pedacito de playa. En mi experiencia y conocimiento del lugar, jamás he escuchado de muertes y cosas feas en este sector, el más turístico.

Minutos antes cuando el avión se aproximaba al municipio, mi primera sorpresa fue ver que esa calle larga y polvorienta que yacía en mis fantasías, se transformaba en una isla unida al continente por un largo puente de decente y sólida estructura, y se dibujaba ante mis ojos una pequeña ciudad o un pueblo enorme —como se quiera interpretar—, y mi otra certeza fue que sus habitantes eran además isleños.

Mi imagen mental de Tumaco se desvaneció con tan solo pestañear, y sentí algo de remordimiento por ese mal concepto que siempre tuve del lugar. Pasé del pesimismo a la alegría al observar tanta belleza desde arriba, y comprobar que nuestro país es una cajita de sorpresas que siempre nos descresta con sus paisajes naturales hermosos y únicos

La primera vez que puse mis pies sobre esta tierra, me enamoré del lugar.

Pocas veces he sentido y experimentado en tantas regiones recorridas en Colombia la esencia y humanidad de las personas como en Tumaco. Siempre te hablan y saludan con una sonrisa contagiosa. Si pides una información, inicias una conversación o de forma espontánea tienes que cruzar palabra con un tumaqueño o tumaqueña, te parece que hace tiempo son amigos y nunca te tratan como un extraño, te tratan como uno de los suyos de inmediato. Como me decía una amiga periodista de Bogotá: “Fer, ellos tienen ángel”.

La isla de Bocagrande creo que es el secreto mejor guardado y la consentida de los tumaqueños, pues sí disfrutarla ya de por sí es un placer, el solo recorrido para llegar a ella es una aventura donde los sentidos se dan un festín. Aunque se debe llegar a la isla por mar abierto cuando la marea está baja al no permitir llegar lanchas, lo tradicional y realmente placentero es hacerlo con la marea alta, porque permite irse navegando por los manglares asentados de lado a lado dibujándose verdaderas “carreteras” con muchas curvas, una rica biodiversidad de aves como alcatraces, pelícanos, chongozos entre muchos otros, lo que convierte este tour en un deleite para los amantes de las aves, también se aprecian tortugas, patos y garzas.

Pero la joya de la corona de Tumaco y la isla de Bocagrande es definitivamente su gastronomía.

Kendon McDonald, un renombrado chef sueco que vivió mucho años en Colombia y murió en Cali hace seis años de un infarto, escribía en diarios y revistas cómo vivía enamorado de la cocina del Pacífico colombiano y en especial la de Nuquí y Tumaco. Cada que podía siempre resaltaba su amor por estos sabores y saberes ancestrales.

Porque sus platos tienen una exquisitez que es difícil encontrar o degustar en otras regiones del país, recetas que han pasado de generación en generación y que la detentan las mujeres como un trofeo familiar.

No creo haber visto cangrejos más enormes enjaulados en cuartos medianos de madera, y langostas más voluptuosas que en Bocagrande, algo antinatural. Y cuando los sirven con maduros y arroz con coco, uno cae extasiado por la salsa con que inundan el plato, una salsa de no sé qué, ni de cómo la crean, pero cuyo origen y secreto se quedan allí, entre estas benditas señoras. Y si puedes contener tanta emoción culinaria, podrás continuar azotando estos manjares del mar con un mazo metálico, a ver si algún día terminas de devorarlos, parece que no podrás y no exagero, y tampoco exagero si digo que he sabido de personas que viajan desde Cali y Bogotá hasta Tumaco en un vuelo de cincuenta minutos, solamente para disfrutar de estas deliciosuras.

Isla de Bocagrande tiene un himno que la hizo inmortal en la voz de los hermanos Martino titulado Noches de Bocagrande: "bajo la luna plateada el mar bordando luceros, en el filo de la playa, el mar bordando luceros, en el filo de la playa…". Graciosamente los cartageneros siempre creyeron que le fue dedicada al sector de Bocagrande de La Heróica.

La ciudad tiene un comercio febril, dinámico y de mucha variedad, cuyo centro está repleto de almacenes de ropa a la moda con precios moderados. Doy fe que puedes caminar por el centro con su celular chateando o hablando y nunca ves que te lo arrebaten de un raponazo, allí los amigos de lo ajeno la tienen claro, los tumaqueños que son gente buena y sana, tienen cero tolerancia con estos hechos.

También este terruño ha dado futbolistas como Willington Ortiz, Leider Preciado, Jairo Castillo y más recientemente, Pablo Armero y Carlos Darwin Quintero. Y también Tumaco y Cali son las sedes naturales de la mejor expresión de la salsa choque, el ritmo que puso a bailar a los jugadores de la Selección Colombia en el mundial de 2014 al son del ras tas tas.

Justo entre junio y septiembre cada año llegan unas señoras muy ilustres a visitar las playas del Pacífico, las ballenas yubartas. Viajan desde la Antártida a tener a sus ballenatos. Y el mar de Tumaco es de los contados lugares privilegiados del Pacífico colombiano que estos enormes y espectaculares cetáceos escogen, porque allí encuentran buena cama, buen clima y buena comida.

Y para que no quede duda del vínculo entre esta especie que puede pesar cuarenta toneladas y los tumaqueños por cientos de años, quieren institucionalizar cada año un gran concierto en la isla de Bocagrande a la luz de la luna, con la Orquesta Filarmónica de Tumaco constituida por niños y niñas —sí leyó bien—, una puesta en escena que será magia pura donde se remastizará los cantos de las ballenas con un público que de seguro quedará absorto y entrará en trance.

Un homenaje a estas madres que se merecen tanto afecto y admiración.

La guerra se las trajo como un harapo maloliente que alguien deja tirado. Y sus habitantes han tenido que lidiar con ese estigma y ese mal olor. Y para que quede claro, esas batallas, esas carnicerías y esas maldades de que tanto hablan los medios, suceden en la selva, en las zonas rurales a una, dos y tres horas de Tumaco. Pero es tanta la sevicia de la gran prensa con este pedazo bendito de Colombia, que aturden y asustan a los turistas y comerciales que hacen maletas para viajar a este destino, que pareciera que el mismísimo Guacho los va a recibir en las playas, tal cual.

La guerra que se vive allá en los matorrales asusta, claro, pero más miedo tienen por el poco favor que las noticias negras les están haciendo; pues cuando justo hay buenas temporadas y todos se alistan a recibir con los brazos abiertos y con una espléndida sonrisa a sus visitantes, los titulares de última hora hacen que todo lo alcanzado se caiga al piso.

La guerra real no se está viviendo en Tumaco, se vive en el monte. Y los visitantes, los turistas, los comerciantes no tienen ese peligro latente que venden los medios.

Cuando usted, querido lector, vuelva a escuchar en los noticieros o en la prensa o en la radio cosas malas y feas de Tumaco, no se lo crea al pie de la letra, pues son las malas noticias las que más rating dan.

Esa hermosa tierra merece una segunda oportunidad, y los que pueden darla más que los gobiernos, son los mismos colombianos, conociéndola, recorriéndola y disfrutándola.

 

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