Son las ocho de la noche, los rostros se iluminan más por la sonrisa que por la tenue luz del auditorio, unida a la de la vela que transmuta energías. La alegría se puede tomar a manos llenas, brota de cada persona sin parar. Es lo menos que percibimos al final de una actividad cuyo tema se puede enmarcar como autoayuda. Pero quién quita que dentro de los presentes se esconda el espía, incrédulo, que por lo bajo ríe entre dientes diciendo para sus adentros, “pobres tontos, dejen que salgan no más a la calle y verán como tanto "amor" se desvanece con el primer limosnero que se cruce en su camino”.
Tema por demás controversial, este de la superación personal, del crecimiento interior, de la autoayuda. Tema con seguidores fieles y detractores acérrimos. ¿Ilusión?, preguntarán unos; realidad, dirán otros; ¡autoengaño! señalarán los de más allá. Comienza así el debate. Los dos bandos listos a exponer sus argumentos, poco convencidos de poder cambiar a sus contrincantes. Aquellos a favor, con el optimismo propio de sus creencias, están más propensos a obtener la "victoria", los negativos simplemente saben que los otros están equivocados y por tanto no harán ningún esfuerzo, la verdad está con ellos y punto.
Una mirada breve a través de las épocas de la humanidad nos muestra que la filosofía, la religión y la sabiduría popular han detentado el estandarte de la felicidad en sus filas, han sido hasta ahora los poseedores de la pócima mágica para la paz personal, para alcanzar el bienestar o para trascender aquí o en el más allá. Nunca ha estado al alcance del individuo raso alcanzar por sus propios medios la posibilidad de ser feliz, siempre hubo un intermediario, ya sea Dios o diablo, cualquiera sea la faz de estos. La ciencia en el siglo XX toma el báculo y pretende por ahora no soltarlo. Lo que la ciencia no sabe es que las personas en su fuero íntimo están por encima de ella.
No sé si Caín reflexionó sobre su acto luego de matar a Abel. Siglos más tarde en Babilonia si creyeron en estimular la buena conducta, un ejemplo de ello fue el código de Hammurabi, que guiaba a los humanos en la búsqueda del bien, de la bondad, aunque todo a través del castigo. El ojo por ojo, diente por diente, se aplicaba en esos días literalmente, ahora creemos que las cosas han cambiado, pero me preguntaría qué tanto si con frecuencia pagamos asesinato con asesinato o ejecución. También diferir en opiniones se puede pagar de manera similar. No por esto pierdo la esperanza en la raza humana.
Igualmente a través de la historia le hemos entregado el poder de regirnos y por tanto de juzgar nuestro derecho a la felicidad, a los tres poderes: la religión, la medicina y las leyes. Estos, mediante la culpa o la recompensa; en la creación de salud o enfermedad; en la víctima o el victimario con reparación y castigo, han elevado o abatido al individuo. Su principal herramienta ha sido sin lugar a dudas el miedo, con todos sus sinónimos. Ha tratado este de ser el principal motor para que el ser humano se comporte acorde a las normas sociales y los valores predicados, por supuesto sin mayor éxito.
Ronda el año 1980, y comienzo mi periplo. Conozco por primera vez el "esoterismo", a pesar de ya haber pasado seis años en la facultad de medicina. Comienzo a leer a Gurdief, Oupensky. Busco en las librerías, que para la época ni remotamente tienen estantes dedicados a temas personales. La literatura que en el fondo explora al ser humano en sus más recónditos rincones, no tiene autores que emitan recetas para la felicidad. Estos aparecerán más tarde.
Sin pasear nuestra mirada por oriente, donde la dedicación a Dios y la aceptación de la condición humana, van más allá de nuestra mentalidad occidental, en Occidente siempre han existido los mediadores entre esa fuerza superior y la humanidad, mediadores que guían para crecer en valores humanos. Los chamanes, los sacerdotes, parcialmente remplazados en nuestra época actual por psicólogos, psiquiatras, médicos, son quienes han salvaguardado los valores, principios y los tienen a flor de boca con el: "Usted tiene que ...."
Poco a poco el poder lo toma el coach, el pastor, el vecino o la amiga bienintencionada, así como variados "terapeutas", con o sin formación académica. Terapeuta es ahora quien desee sanar o salvar a los compañeros de existencia y posea una técnica especifica. Cuando la mayoría ni siquiera sabe que al convertirse en ello, en terapeutas, es porque son los más necesitados de sanar, curar, crecer, transformarse.
Lo que si está claro es que se ha visibilizado aquello del crecimiento personal. Lo que antes era secreto de confesión, ahora se hace público. Ir al psiquiatra ya no es tan vergonzoso. Las emociones se ventilan más fácilmente en reuniones. Los grupos de oración, de sanación se multiplican. Parece que el afán por mejorar la conciencia humana se hubiere acelerado, como parece que lo hubiere hecho el tiempo. La globalización no es solo económica, también es psicológica, social. Lo personal va dejando de ser privado, no solo por los mecanismos de espionaje comercial y gubernamental, sino por decisión personal de compartir.
¿Será entonces que el boom actual del crecimiento personal es solo moda, que no es una realidad? No. Quiero creer —creo— que estamos en una nueva etapa de hacer las cosas no por miedo sino por el profundo deseo de lograr paz interior. La búsqueda se ha convertido en parte de la responsabilidad personal, de las metas a lograr en la vida.
Finalmente, la verdad al respecto, como toda verdad, solo la puede atestiguar o negar cada quien.