Cuando niños soñamos con ser grandes, con la autonomía, con la independencia, con tener, con ser. Cuando adultos nos vemos más altos, más gordos, más calvos, más ciegos, más canosos, y ya, así de la talla que alcanzamos aún nos pareciera que falta algo, ya no en centímetros, ahora se trata de crecer en un movimiento de raíz, hacia la profundidad. Sentimos que aún tenemos que crecer.
Entre otras cosas esa nueva estatura tal vez se alcance cuando sabemos perder y seguir adelante luego de haber perdido. Crecemos milímetros al pararse en aquello que se siente que falta y no nos movemos de allí, se alarga la raíz al mirar el vacío, se asienta mejor la espalda al verle los ojos fieros al dolor y lloramos por ello con la esperanza de que un día deje de intimidar porque era, ojalá, el último monstruo que habitaba debajo de la cama.
En el libro de Milena Busquets, también esto pasará, la protagonista, a sus cuarenta años pierde al amor de su vida, a su madre. Luego de una enfermedad penosa, larga y desquiciante, muere quien ha sido su soporte y horizonte, y lo hace llevándose también el hálito de perfección que se había ganado, la madre fallece doblemente: en su ideal, y en su corporeidad.
Ella, la hija, siempre hija, recoge las boronas del afecto que tiene por delante: dos exmaridos, dos hijos, dos amigas, un amante, un paisaje. Y va por ellos, los reúne a todos, y sentada al borde de su duelo no puede más que observarlos y ver pasar el tiempo. Esperar a crecer en la comprensión de que la vida que sigue se constituye en el vacío, en el aprendizaje de que eso que una vez dio soporte ya no lo será más. Y ahí, tal vez ahí, si se pueda decir: estoy grande porque sé que estoy solo, en silencio, que sólo así se puede estar, que así sé dice ser.
Las vueltas de la vida se van haciendo cada vez más largas y abrumadoras, a cada giro es como si algo se nos saliera de los bolsillos: un amigo, un recuerdo, una ilusión, un camino. “… Pero tal vez nuestra vida ha dado todas las vueltas que podía dar y la rueda de la ruleta se ha detenido por última vez, de nuevo, en un número perdedor. Y ya estamos absolutamente arruinados. Me gustaría poder reconstruir el mundo, o un amago de mundo, con las piezas que tengo, recomponer el rompecabezas y que algo volviese a ser como antes, no tener que aventurarme fuera nunca más, pero supongo que ya faltan demasiadas piezas”, dice Blanca, en la novela que en esta ocasión cito.
El apego, con las uñas, con los dientes, con la rabia y la nostalgia, nos deja anclados a ese temor al vacío. Dicen que hay que aprender, que el desapego es la solución, que es la clave de crecer. Yo creo que antes que ello es el silencio y con él, la soledad; que quedarse callado ante la propia vivencia nos otorga una búsqueda sincera del nuevo ser que ha de emerger cuando se pierde de veras.
En la creencia en la que sumar, adherir, adquirir, comprar, llenar, y todo aquello que tiene que ver con el más, es lo que nos hace ser grande, nos perdemos en la verdad que reposa al aceptar un simple menos, un no va más. Pero en la paradoja que todo lo comprende, más es menos, perder es ganar.
Y este libro sobre el que se ha escrito si realmente vale como obra maestra, bestseller o simplemente imprescindible de la temporada, yo solo podría decir que me parece sincero y con ello no digo poco. Retrata una generación, una manera de ser, un momento vital en el que se siente una cúspide ilusoria para descender sin remedio.
Es un texto muy femenino, construido desde un personaje que sin lástima, sin ser víctima, libre y atada al mismo tiempo, rehace el decálogo de sus convicciones después de perderlo todo. Nada es una certeza ya. No lo es el amor a un hombre, tampoco lo es el cuerpo y sus seducciones, no hay anclaje en la maternidad y la amistad es frágil. Lo cierto es lo vivido y el deseo de reconocerse en ello a pesar de que ya es difícil volverse a ver en el espejo. Blanca, la protagonista, por primera vez es consciente de que ya no sabe quién es a pesar de que se conoce bien a sí misma.
El problema en el libro, como en la vida, no es la política, no lo es el contexto social, no hay épica, no hay fábula, mucho menos moraleja. También esto pasará es la densa levedad, la vida que muere, la muerte en vida, el tiempo detenido, y la expectativa sin futuro. Que tire la primera piedra quien no haya sumado al restar.